Lo inconcebible ha sucedido. Nos despertamos hoy con el shock de mayores consecuencias políticas que le ha tocado vivir a nuestra generación.

Un pueblo de elevada cultura democrática como el británico ha decidido abandonar una institución como la Unión Europea que ha proporcionado paz y cooperación a un espacio común que durante siglos fue escenario de atroces conflictos bélicos. Los ingleses que cruzaron dos veces el siglo pasado el canal de la Mancha para proteger al continente del totalitarismo a costa de derramar su sangre, dan ahora la espalda al proyecto europeo para volver a la era de su "espléndido aislamiento", como si el reloj de la historia se moviera como los cangrejos. Ni siquiera el martirio de Jo Cox ha servido para evitar el desastre.

Atención ahora a las consecuencias: las bolsas se desplomarán, el insensato de Cameron tendrá que dimitir, Boris Johnson se perfilará como próximo premier y el UKIP de Nigel Farage celebrará el gran triunfo de la demagogia populista. Escocia exigirá un nuevo referéndum de independencia, esta vez con mucha más base y fundamento. Marine Le Pen y el propio Donald Trump se frotarán las manos ante lo que podría servirles de precedente.

Los españoles acudiremos a votar bajo el peso de la incertidumbre hacia el futuro. Como dijo Miriam Clegg en EL ESPAÑOL, este desenlace facilita las cosas a cualquier proyecto rupturista ya que vuelve verosímil un mundo muy distinto al actual; pero también puede generar un efecto de búsqueda de refugio. Rajoy habría encontrado de esta manera al fin el miedo adecuado en el momento más oportuno para sus intereses.


¿Y Europa? La autocrítica en Bruselas y Berlín debe ser profunda. Mucho se ha hecho mal en términos democráticos para que los británicos hayan llegado a la conclusión de que estarán mejor solos. Pero sin el Reino Unido, la Unión Europea puede y debe ganar en cohesión. Es la hora del federalismo continental con una unión política y fiscal como objetivo inmediato. Y para ello Alemania debe dejar a un lado su miope egoísmo y empezar asumiendo la unión bancaria y alguna forma de mutualización de la deuda.
O la Unión Europea recupera su impulso o nuestro mundo implosionará en un mosaico de nacionalismos xenófobos -incluidos el catalán y el vasco- que nos devolverán al valle oscuro de la Europa de entreguerras.