La firma del acuerdo del fin del conflicto entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc el pasado jueves en La Habana, fue significativo, sobre todo, para un alto grupo de colombianos que ha sido víctima de los más de 60 años de guerra que ha vivido el país.
Según los cálculos más austeros el conflicto en Colombia, que ha contado con una diversidad de actores de toda índole (guerrillas, grupos paramilitares, carteles del narcotráfico, bandas criminales, entre otros), ha dejado más de 7 millones de víctimas, en su mayoría, civiles inocentes.
Mientras que algunas de estas víctimas estuvieron presentes en La Habana, otras siguieron la transmisión televisada del acto de firma entre el presidente colombiano Juan Manuel Santos y el comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Timochenko.
En el primer grupo estaba Clara Rojas, representante a la Cámara, ex candidata a la vicepresidencia, quien fue secuestrada junto a Ingrid Betancourt, y quien estuvo en poder de sus captores por más de siete años. Fue Pastor Alape, uno de los comandantes de las Farc quien la recibió en el aeropuerto de La Habana. Años atrás, había sido quien comandaba el frente que la retuvo. “Bienvenida a Cuba”, le dijo, nervioso, mientras le extendía la mano. “Bienvenido más bien a esta Colombia”, le contestó Rojas, bastante conmovida. La situación, según testigos, no fue fácil para ninguno de los dos.
Si algo ha caracterizado este proceso de paz es que las víctimas han sido largamente escuchadas, convirtiéndose en las protagonistas del mismo. Son ellas las que han acudido con más decisión a la mesa para pedirles a las partes que no se levanten y quienes han puesto al servicio de los diálogos toda su experiencia.
Sentimiento de esperanza
En las imágenes que los medios han recogido tanto de las víctimas presentes en La Habana, como de aquellas que se reunieron en torno a un televisor para seguir los detalles de la firma, las lágrimas en los rostros de unas y otras ha sido factor común.
“Esto ha sido un anhelo de toda la vida. Que parara este conflicto, que pudiéramos superarlo y que pudiéramos entre todos construir la paz. Me emocionó mucho oír esa decisión ya acordada”, dijo tras la firma Alan Jara, hoy al frente de la Unidad de Víctimas, exgobernador del departamento del Meta, y quien duró 7 años y medio secuestrado por la guerrilla de las Farc.
El sentimiento de esperanza es colectivo. Así lo dice José de la Cruz, representante del Comité de Víctimas de Bojayá, una población que se vio envuelta en medio de una masacre en 2002, luego de un enfrentamiento entre paramilitares, guerrilla y fuerzas del Estado. “Recibimos este acuerdo en comunidad, en una pantalla grande dentro de la capilla del antiguo Bojayá, con las autoridades afro e indígenas. La gente lo recibió con gran esperanza, porque esto quiere decir que por parte de esos dos actores tan importantes del conflicto —el Estado y las Farc— ya no debemos preocuparnos de que realicen acciones contra nuestras vidas”.
Sin embargo, señala de la Cruz, les preocupan los detalles relacionados con las zonas de concentración que recibirán a los guerrilleros para su desarme. “La comunidad ha manifestado preocupación por lo que pueda pasar en el territorio, pero creemos que todos los colombianos debemos aportar a la construcción de la paz y si nos toca poner una parte de nuestro terreno para que las Farc hagan el tránsito a la vida civil estamos dispuestos a hacerlo”.
No es el único pero que las víctimas han visto tras el acuerdo. La existencia de otros actores armados ilegales preocupa bastante a quienes saben que es el enfrentamiento entre unos y otros el que los ha dejado a ellos, como población civil, en medio del enfrentamiento. “Se está preparando el fin del conflicto con las Farc, pero las bandas criminales están ahí y el ELN está muy activo, sobretodo en la región del Catatumbo. No se puede declarar el fin de la guerra cuando solo uno de los grupos está pactando el cese bilateral del fuego”, dice Odorico Guerra de la Mesa Nacional de Víctimas.
"Algo histórico"
Otros, como el general Luis Mendieta, el miembro de la policía de más alto rango secuestrado por las Farc, quien estuvo más de 10 años atrapado en la selva, argumentan que el proceso no ha terminado y que aún hay temas importantes que se deben aclarar. “Ojalá todo se diera más rápido. Esperamos que las Farc le den más celeridad a los diálogos y que se llegue a la firma de ese acuerdo final cuanto antes”.
El escepticismo de Mendieta lo comparte Gloría Gómez, de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, quien sabe bien que la firma no representa el fin del conflicto. “Así lo diga el presidente. Lo que se está haciendo es finalizar un proceso de negociación para entrar a un proceso de construcción de paz, que es más difícil, porque implica llevar a la práctica los acuerdos y garantizar la justicia social y la no repetición”, explica.
“Decir que este es el fin de la guerra es demasiado. Hoy se ha firmado el fin de la guerra con las Farc, no el fin de la guerra en Colombia. Lo que se le ha informado a la opinión pública es una hoja de ruta para finalizar el conflicto con las Farc. Nosotros tenemos un problema de neoparamilitarismo muy fuerte y un proceso de paz con el ELN en cuidados intensivos, así que lo que nos espera son retos. Lo que pasa es que hoy se ha acabado el conflicto con la principal fuerza revolucionaria de este país. Eso algo histórico, no le quiero quitar fuerza, ni relevancia, pero es bueno que lo entendamos en sus justas proporciones”, concluye Juan Carlos Villamizar del Foro Internacional de Víctimas.