Primero llegaron los soldados turcos a los puentes de Estambul que cruzan el estrecho del Bósforo. Cortaron el tráfico mientras los estridentes sonidos de los aviones de combate abrazaban la capital, Ankara. La gente no sabía si era una maniobra antiterrorista o un golpe de Estado.
Pero cuando empezaron a brotar los combates entre las fuerzas armadas y la Policía, el primer ministro, Binali Yildirim, se vio obligado a reconocer que Turquía sufría un intento de golpe de Estado. Uno más dentro de la tradición golpista de la República fundada por Mustafa Kemal Atatürk. En este, el balance es aterrador: hay al menos 265 personas muertas (161 civiles y 104 golpistas) y más de 1.000 heridos en todo el país, según apuntan desde la BBC y en medios locales. El desglose de víctimas toca todos los estamentos: 20 golpistas fallecidos -contradiciendo el parte previo ofrecido por el Ejército- y 90 entre policías y civiles.
Para entonces, los militares tienen sus objetivos claros: dirigen su furia contra la inteligencia turca (MIT) y la Policía, las dos grandes fuerzas leales al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Toman como rehén al jefe del Estado Mayor, el general Hulusi Akar, que solo fue liberado cuando ya el golpe había finalizado. Controlan el Aeropuerto de Estambul. Diecisiste policías mueren en Gölbasi, a las afueras de Ankara. El cielo empieza a brillar; las ráfagas de metralla y bombas contra objetivos prioritarios se incrementan. De repente un estruendo, y la ciudad tiembla. Un taxista ni se inmuta: a él lo que realmente le desasosiega son las deudas. El mañana queda demasiado lejos. Y cuando llegue seguirá teniendo que luchar para llegar a fin de mes.
[Así les hemos contado el intento fallido de golpe de Estado]
Es medianoche y las calles que dan acceso a los edificios gubernamentales ya están cortadas. Allí los policías piden a la gente que se aleje. En la parte trasera del parque Güven un vehículo con varios militares está rodeado por policías. Entre ellos no parece estar jugándose un golpe de Estado. Puede que esos soldados no supieran nada de la asonada. Con el paso de las horas, después de que Erdogan llamara a los turcos a salir a la calle para defender el Gobierno electo, el del Partido Justicia y Desarrollo (AKP), algunos altos mandos militares se empiezan a desmarcar. Antes los tres principales partidos opositores y la comunidad internacional habían dado ya su apoyo a Erdogan.
En cada barrio del país los muecines no se pueden contener. Ven al enemigo secularista llegar como ya lo hizo en cuatro ocasiones. Piden a la gente el apoyo para el líder que les ha otorgado una posición privilegiada en la sociedad. El pueblo de la profunda Anatolia, el gran feudo de Erdogan durante tres décadas, sale a la calle con fuerza. Luego las masas islamistas de Estambul se unen; las de Ankara, también. Los soldados empiezan a disparar. Matan a civiles que intentan detener la asonada de forma pacífica.
La situación empieza a cambiar. Más miembros del Ejército dicen estar en contra de la asonada. Los golpistas empiezan a ser detenidos. Las imágenes vienen desde los medios cercanos al AKP, que además recupera con la ayuda del pueblo el control de TRT, la televisión pública por la que los golpistas anunciaron la ley marcial. Erdogan, de quien se especulaba en las redes sociales que estaba huyendo a Qatar, Alemania e incluso a Marte, regresa triunfante. Ha vuelto a ganar, con el apoyo del pueblo, a los militares, el tradicional gran enemigo del islamismo anatolio. “El Gobierno elegido por el pueblo turco está en disposición de gobernar y va a seguir haciéndolo”, aseguró a su llegada a Estambul.
Fethullah Gülen
Detrás de las horas más tensas que ha conocido el presidente está un grupo de militares. Con el paso de los días los nombres clave surgirán, aunque desde el principio el AKP apuntó a Fethullah Gülen, el clérigo suní autoexiliado en Estados Unidos y líder del famoso estado paralelo que Erdogan no ha dejado de repetir desde que el 17 de diciembre de 2013 estallara la mayor trama de corrupción de su partido.
Los jueces y fiscales que destaparon el caso estaban afiliados al Hizmet, una cofradía que desde los años 70 no ha dejado de crecer en todo el mundo hasta convertirse en un poder en la sombra. A la cabeza está Gülen, quien durante una década estableció una relación interesada con Erdogan para eliminar la influencia de los militares que habían protagonizado cuatro asonadas entre 1960 y 1997. Casos como el de Ergenekon, hoy una reconocida farsa golpista, provocaron que cientos de militares pasaran por prisión.
Sus puestos los ocuparon las personas afines al Hizmet, que además entró con sus afiliados en la Policía, la judicatura y el sistema educacional turco. Un verdadero estado paralelo del que el propio Erdogan se benefició para apuntalar su poder.
Pero desde diciembre de 2013, cuando comenzó la guerra pública entre las dos figuras más influyentes de Anatolia, Erdogan ha hecho todo lo posible para eliminar la estructura de Gülen. La asonada que en la noche de este viernes al sábado ha tenido lugar puede que fuese la última oportunidad del clérigo para derrocar a Erdogan, un animal político que desde hace un lustro se ha convertido en un líder autoritario, enterrando todos los logros democráticos de sus dos primeras legislaturas.
Más de 2.800 militares detenidos
Sin duda los militares díscolos conocían las consecuencias del fracaso. Erdogan te apuñala por delante, aunque a Putin le parezca lo contrario. En una justicia politizada sería de extrañar que la sentencia no fuera cadena perpetua para muchos de los más de 2.893 soldados detenidos. Binali Yildirim ya aseguró en su primera comparecencia que “quienes lo han hecho pagarán un alto precio. No haremos concesiones”. En su presencia posterior ante los medios, aseguró que "la situación está bajo control. No se preocupen por los comandantes (retenidos); estarán pronto de servicio", si bien también dejó claro que "los miembros de esta banda están ahora en manos de la nación turca y van a recibir la pena que merecen", agregó antes de precisar que todos los soldados involucrados en el golpe perderán sus rangos.
Erdogan, tras regresar a Estambul, añadió ante sus apasionados seguidores que “-los militares- tendrán que pagar un precio muy alto por esta traición. Han levantado las armas contra el pueblo. El intento de golpe de Estado es una bendición de Allah que permitirá limpiar el Ejército”.
No se sabe aún si por esa amenaza, pero el caso es que este mismo sábado, ya con el conflicto resuelto, un helicóptero militar turco ha aterrizado en el aeropuerto griego de Alexandrúpolis. Sus siete tripulantes -ocho según otras fuentes- han solicitado asilo político, informan los medios locales.
El aparato entró en el espacio aéreo griego sin solicitar permiso y el piloto excuso esta circunstancia aludiendo un fallo mecánico. Según los medios helenos, la policía griega ha llevado a sus tripulantes a la jefatura de policía de Alexandrúpolis, en el noreste de Grecia, cerca de la frontera con Turquía.
Situación controlada
Desde las 3 de la mañana, las fuerzas armadas que protagonizaron la asonada dieron sus últimos coletazos: se hicieron con el control efímero de medios de comunicación como CNN-Türk, Kanal D y la agencia DHA; bombardearon el Parlamento, el polémico palacio de Erdogan y puede que hasta alguna comisaría más. Pero la tensión se había evaporado tras dejar decenas de muertos. La tierra temblaba menos, ya fuera por una bomba lanzada por los militares o porque uno de sus aviones caía tras ser derribado. Pero ya no era esa constante bélica que hizo temer por su trono al sultán que gobierna Anatolia desde hace tres lustros.
Cuando se hicieron con el fugaz poder, los golpistas emitieron un comunicado en TRT (la televisión pública turca) en el que justificaban la asonada por la incapacidad de Erdogan para controlar el país, sumido en el caos por el reavivado conflicto con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y los atentados del Estado Islámico. Además le acusaban de ser un autócrata y un traidor. Pero como se ha demostrado esta madrugada, sin duda es aún capaz de controlar a la gente, al pueblo turco. En uno de sus mensajes, emitido en la cadena CNN-Türk, puso de manifiesto su prominente uso de la retórica: “Salid a la calle. ¿Qué van a hacer? ¿Van a disparar al pueblo?”.