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LA DEMOCRACIA A EXAMEN

Soñamos con vivir en una Venezuela libre

No es demasiado tarde para que salvemos nuestra democracia.

1 octubre, 2017 02:46

Cuando mi marido, el líder opositor venezolano y preso político, Leopoldo López, me pidió matrimonio en 2006, me dijo que casarme con él significaba casarme con Venezuela. Yo no confiaba en la política, pero el idealismo y el amor de Leopoldo por nuestro país me conmovieron tanto que dije que sí.

En ese momento, Leopoldo era el alcalde del distrito de Chacao, en Caracas. En 2009, un año después de que el Gobierno le impidiera presentarse a las elecciones para cualquier cargo público, se convirtió en trabajador social y fundó el partido Voluntad Popular. Yo era la madre de nuestros dos hijos y llevaba una fundación local.

Bajo el régimen del presidente Nicolás Maduro fuimos testigos de la rápida erosión de la democracia venezolana. La comida escaseaba y la violencia creció. Pero nosotros creíamos que si nos manteníamos fuertes y con fe en nuestras protestas podríamos vencer la crisis y vivir felices en una Venezuela libre.

Entendimos el lazo inquebrantable entre los derechos humanos y la democracia. La autocracia no ocurre de la noche a la mañana, es un proceso lento. Un régimen que viola los derechos de las personas para aumentar su poder y su codicia no puede considerarse legítimo. Y sin un compromiso honesto con los derechos humanos, la democracia venezolana morirá.

Nuestra vida tal y cómo la conocíamos llegó a su fin el 18 de febrero de 2014, cuando Leopoldo fue encarcelado y yo aprendí lo que significaba estar casada con Venezuela. Él estaba organizando protestas pacíficas con estudiantes y líderes de la oposición. En respuesta, el Gobierno le llamó terrorista y le acusó de incitar a la violencia. En lugar de salir del país, Leopoldo se entregó. Sabía que no tenía nada que ocultar y quería desenmascarar la dictadura del Gobierno.

Leopoldo pasó la mayor parte de su encarcelamiento en reclusión solitaria en la cárcel militar de Ramo Verde. Se le negaron reuniones privadas con sus abogados y todas nuestras comunicaciones eran grabadas. Nuestro hijo dio sus primeros pasos en la celda de Leopoldo.

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Con Leopoldo en la cárcel, sentí que tenía que continuar su lucha. Al principio, nadie quería reunirse conmigo. El régimen había convencido al mundo de que Leopoldo era un radical. Unos pocos y valientes funcionarios del gobierno pidieron reunirse con nosotros, pero en secreto, en cafeterías y vestíbulos de hoteles.

No me rendí, incluso después de que el líder de la oposición fuera asesinado de un disparo a tan solo unos pocos metros de mí, en el escenario de un encuentro público en noviembre de 2015. Poco a poco el mundo fue despertando para nuestra lucha. Este verano, 12 miembros de la Organización de los Estados Americanos se reunieron en Lima, Perú, para hablar de esta profunda crisis. En una declaración conjunta, la organización condenaba "el colapso del orden democrático" en Venezuela. Es la evidencia de lo lejos que hemos llegado.

Nuestros vecinos parecen entender al fin que deben actuar. Los signatarios de la Carta Democrática Interamericana de la Organización de los Estados Americanos están obligados a preservar los derechos humanos y a proteger la democracia en la región. Fallar en esto tendría repercusión global y animaría a otros estados autoritarios a tensar más la cuerda.

Mucho ha cambiado en los últimos tres años y medio. Leopoldo está en arresto domiciliario, yo estoy embarazada de cinco meses de nuestro tercer hijo, y nos han recibido funcionarios de los gobiernos de todo el mundo. Pero Venezuela aún camina hacia la catástrofe. El Gobierno me está hostigando más que nunca. El 1 de septiembre recibí la orden de comparecer ante un tribunal sin que se me especificara por qué cargos. Al día siguiente me enteré de que tenía prohibido salir del país. El régimen cree que quitándome el pasaporte podrá acallar mi defensa de los derechos humanos. 

Crisis humanitaria

El Gobierno de Maduro se mofa de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. No tenemos libertad de expresión, casi 700 personas han sido encarceladas por manifestarse en contra del Gobierno.

La criminalidad en las calles, que no cesa, junto con la represión del régimen hacen que no tengamos ninguna garantía incluso de nuestro derecho a la vida.

Venezuela está también en medio de una crisis humanitaria. Tenemos tal escasez de comida y medicinas que se nos está negando el derecho a una vida sana. En una encuesta realizada el año pasado por tres universidades venezolanas, tres cuartos de los encuestados decían haber perdido peso por la escasez de comida -una media de 8,5 kilos cada uno-. La mortalidad materno infantil se ha disparado.

El régimen de Maduro también oprime nuestros derechos civiles. Las protestas han sido pacíficas en su mayoría pero las fuerzas armadas del Gobierno han respondido lanzando gases lacrimógenos y disparando perdigones a quemarropa sobre la multitud. El número de muertos en protestas desde abril ya ha sobrepasado los 120.

Hasta el derecho a votar está en peligro. La última atrocidad del presidente fue eliminar la Asamblea Nacional -liderada por la oposición y democráticamente elegida- y sustituirla por una alternativa ilegítima que asumió formalmente en agosto el control legislativo y cuyo objetivo es reescribir la Constitución.

La crisis en Venezuela no se circunscribirá a nuestras fronteras. Los desplazamientos internos han alcanzado cifras históricas y el régimen no permite la entrada de ayuda humanitaria. El año pasado, decenas de miles de venezolanos salieron del país. Y, en el año fiscal de 2016, han pedido asilo político a Estados Unidos más venezolanos que ciudadanos de cualquier otra nacionalidad. Para terminar con este éxodo forzado, la comunidad internacional debería exigir a Maduro que permitiera la aplicación del programa de ayuda humanitaria de las Naciones Unidas.

La solución a nuestros problemas a largo plazo es clara: necesitamos restaurar nuestra democracia. Esto incluye la liberación de todos los presos políticos, el respeto por la Asamblea Nacional elegida democráticamente y unas elecciones generales organizadas por una comisión electoral nueva e independiente. La comunidad internacional puede ayudar rechazando cualquier tipo de diálogo que le deje margen de maniobra al régimen de Maduro.

Pese al sufrimiento de Venezuela, la emoción que más asocio a nuestro pueblo es la esperanza. Confiamos en rescatar nuestra democracia con la ayuda de la comunidad internacional. Sabemos que nuestro futuro está en nuestras manos. Más allá de denunciar los crímenes del actual régimen, nos estamos preparando para la transición democrática. Y no nos pararán.

© 2017 Lilian Tintori. Distribuido por The New York Times News Service & Syndicate.

*** Lilian Tintori es activista por los derechos humanos y está casada con el líder de la oposición venezolana, Leopoldo López.

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