Gasolineras cerradas, hospitales sin medicamentos e incapaces de admitir pacientes, aumento de un 30% o 40% del precio en la mayoría de los productos de supermercados y restaurantes, o estanterías vacías en la gran mayoría de joyerías ya son el día a día de Líbano, uno de los países más pequeños del mundo y, a su vez, una de las pocas democracias de Oriente Medio.
El país que a principios de los 70 llegó a ser conocido como “la Suiza de Oriente” por su alto nivel de riqueza, se encuentra hoy al borde del colapso económico absoluto. La denominada “revolución” o “Thawra” (en árabe) libanesa que estalló el 17 de octubre de este 2019 tiene como uno de sus principales orígenes la penosa situación económica en la que lleva sumido el país desde hace años. Da la sensación de que Líbano se construyó como una baraja de naipes, y el viento, en este caso la economía, ha atacado directamente a los cimientos de cualquier país: su población.
“Ya no tenemos nada que perder. No tenemos dinero porque se lo han quedado los bancos”, comenta Mariam, que cada día va a protestar frente al Palacio Baabda; la residencia del presidente. Mariam prefiere que “pase algo” para que todo termine y haya que empezar de nuevo a seguir con la corrupción e intentar arreglar el problema poco a poco. “Los políticos se han quedado con todo y los medios de comunicación no paran de manipular”, sentencia.
Con un sueldo mínimo de 675.000 libras libanesas (450 dólares) al mes, incumplido en casi todos los puestos de trabajo, y con más del 70% de la población ganando menos de 10.000 dólares al año (833 dólares al mes) según datos del Banco Mundial, el Líbano ha alcanzado ya el 46% de paro a nivel nacional.
El futuro de los jóvenes, y el presente la clase trabajadora del país, es cuanto menos desolador, y así lo refleja Amr, un joven libanés que lleva casi un mes en las calles protestando contra el gobierno: “Gano 3 dólares la hora, y cuido de mi madre que no trabaja. No puedo ni pagar la luz algunas semanas; necesitamos una transformación total en el país, no puedo más, para mí ya no hay vuelta atrás”. Al igual que este joven de 23 años, son cientos de miles los jóvenes libaneses que sueñan con poder emigrar a Francia o a los Estados Unidos en busca de una prometida vida mejor.
Valga como ejemplo: un camarero que trabaja por 3 dólares la hora, sirve cervezas a 5 dólares en un bar corriente del país -los de lujo mejor no mencionarlos-, un gasto en ocio que jamás podrá permitirse.
El conocido como “milagro libanés”, difiere cada vez más de la situación que vive el país, y sus habitantes padecen el vivir en uno de los países con mayor índice de desigualdad del mundo. Según un estudio publicado en 2017 por el UNPD (Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas), Líbano sufre una enorme desigualdad, con un Índice GINI de 50.7 (se mide de 0 a 100, siendo 0 perfecta igualdad, y 100 desigualdad total), ocupando el puesto 129 de un total de 141 países analizados en el mundo.
Cuando uno tiene la oportunidad de adentrarse en esta sociedad, se da cuenta de la realidad que atraviesa un país donde la capital, Beirut, rebosa de Ferraris y Lamborghinis, pero donde muchos compran el famoso tabaco nacional “Cedars” -que cuesta apenas 1 dólares- para rellenar los paquetes de "Marboro Gold" de 3 dólares.
Un 'corralito' a la vuelta de la esquina
Las últimas semanas han sido caóticas a nivel económico. Para entender mejor lo que está ocurriendo, es necesario saber que hasta hace pocos días todo se podía pagar tanto con Libras Libanesas (la moneda nacional), como con dólares estadounidenses. Desde 1997, el valor de 1 dólar equivalía al de 1.500 libras libanesas, llegando la semana pasada a alcanzar 2.300 libras por cada dólar en las casas de cambio.
El país importa casi todos los productos que se consumen y utilizan día a día, y apenas exporta nada, lo que ha supuesto un absoluto desastre económico. Libia exportó este año productos por el valor de 3,91 mil millones de dólares, mientras que importó por valor de 20,8 mil millones de dólares.
Esto ha provocado situaciones como que el colectivo de hospitales privados del país (casi no hay hospitales públicos) declarase que a partir del día 18 de noviembre no acogerían a más pacientes salvo casos de urgencia, ya que al no tener dólares no podían pagar los medicamentos; que padres como Ahmad (de 32 años), nos diga: “He tenido que irme a vivir a una residencia de estudiantes en Beirut porque en mi ciudad no podían seguir tratando a mi hija de 4 años que tiene cáncer, ya que por falta de dinero han cerrado esta sección del hospital. Ahora no duermo, ni vivo en realidad; todos los días tengo que hacer 4 horas de coche para poder trabajar de noche en mi ciudad natal y poder ir a ver a mi hija durante el día a Beirut”.
Para muchos el “corralito” ya ha comenzado, con los bancos prohibiendo transferir dinero fuera del país, no permitiendo retirar más de 300 dólares a la semana, y con los cajeros automáticos vacíos todas las noches. Ante esto, son muchos ya los que han decidido lanzarse a las calles a comprar joyas ante la posibilidad de ver que su dinero valga nada en pocos meses. Que se vean tiendas cerradas. Que el cartel de “no se aceptan pagos con tarjetas”, se haya vuelto algo cada vez más común mientras caminas por las calles.
Asimismo, un taxi nos cobró el doble de lo previsto en la aplicación, debido al cierre generalizado de gasolineras. Ha llegado el punto en el que hay colas enormes de personas con garrafas de plástico de 5 o más litros, esperando durante horas para poder comprar gasolina.
La clase política, superada
La clase política de Líbano se ha visto totalmente superada por la situación, con la dimisión del primer ministro tras varios días de protestas y la imposibilidad de formar un nuevo gobierno “tecnócrata” como demanda gran parte del pueblo libanés.
En un estudio publicado por la consultora McKinsey en 2018 a petición del propio gobierno libanés, se reflejaron unos datos estremecedores, con una estimación del coste anual de la corrupción a las arcas del Estado libanés rondando los 4,8 mil millones de dólares anuales. Con un sentimiento de hastío por la clase política generalizado y una desconfianza extrema en ella, son cada vez más los libaneses (salvo en Beirut) que han decidido replantar las tierras del país con avena, patatas o trigo, por el temor a no poder comprar comida pronto.
El miedo a una declaración de bancarrota nacional se siente cada vez más cercano y real, y son cada vez más los libaneses que afirman que el país necesita tocar fondo para darse cuenta de que el sistema en el que viven es insostenible.
El futuro de Líbano es cuanto menos oscuro, y parece que la única esperanza pasa porque la “revolución” cambie la estructura de un país que lleva prácticamente igual desde su independencia de Francia en 1943.