Nuestro lugar a la mesa
Las chefs están dando por fin grandes pasos en el mundo de la alta cocina. Eliminar las barreras hacia un éxito aún mayor comienza por apoyarse mutuamente.
Punto de inflexión: la Guía Michelin ha premiado este año a once restaurantes franceses dirigidos por mujeres, la cifra más alta en la historia de la guía.
Con poco menos de 20 años, me di cuenta de algo: si quería convertirme en una chef consumada, tenía que irme de Francia.
Este hecho ha despertado la curiosidad de mucha gente a lo largo de estos años por dos razones. Una: mi país es el centro del mundo culinario y durante mucho tiempo ha sido el destino de los aspirantes a chef. Y dos: décadas después de que dejara Francia y me marchará a Estados Unidos, terminé abriendo restaurantes franceses que servían variaciones de cocina francesa.
Pero la sencilla aunque significativa razón de mi marcha fue que, como mujer, no iba a poder lograr mis objetivos en Francia de la forma que podría hacerlo en Estados Unidos. Las francesas no abrían restaurantes de lujo y dirigían cocinas por aquel entonces. Aunque tuviéramos serias aspiraciones epicúreas, Francia no nos invitaba a soñar del mismo modo que lo hacía Estados Unidos.
Los obstáculos para su éxito tienen que ver con la asunción de que una mujer no puede soportar la presión de dirigir una cocina de primera categoría.
A pesar de que no sabía si las mujeres conseguían ser chefs de éxito en Estados Unidos, lo que sí sabía era que si trabajaba mucho tendría más oportunidades de ver mis sueños hechos realidad allí. Hubiera preferido quedarme en Francia, pero no a costa de mis metas profesionales: quería aprender a ser chef y quería dirigir mi propia cocina. Como era una mujer, tenía que enfrentarme a limitaciones y barreras. Así que tuve que irme.
Hace treinta años mi experiencia no era algo extraordinario ni poco común. No creo que Francia fuera particularmente reaccionaria ni tampoco que el sector de la alta cocina estuviera anclado en el pasado. Mi falta de oportunidades era simplemente un reflejo de un mundo más amplio que todavía no estaba seguro de si quería a las mujeres en su mesa.
Se ha progresado desde entonces. Hoy día, cada vez más mujeres chefs ocupan su legítimo lugar en el negocio culinario y reciben galardones a nivel mundial por su creatividad y talento. Me encanta ver que mis colegas mujeres de veintitantos no tienen que enfrentarse a las cortapisas a las que yo me enfrenté.
Tienen que enfrentarse a otras pruebas, eso sí. Los obstáculos para su éxito tienen menos que ver con el acceso y más con equilibrar las exigencias del trabajo con las de formar una familia, con la realidad constante del acoso sexual y con la sempiterna asunción de que aunque una mujer pueda ser una excelente cocinera, no puede soportar la presión de dirigir una cocina de primera categoría.
Cuando llegué a Estados Unidos en 1990, me aceptaron en el mundo culinario, pero tuve que demostrar que tenía derecho a estar allí. No venía de una familia del gremio, pero aprendí todo lo que pude. Escuché y observé. La única forma de seguir adelante era desarrollar mi talento lo más rápido posible y trabajar mucho, así que hice ambas cosas.
Trabajé sobre todo con hombres, y aunque eso supuso ciertos retos, particularmente en lo que respecta a no tener con quién comparar notas sobre los momentos difíciles o el agotamiento físico (porque hacerlo con hombres hubiera sido admitir debilidad), me sentí motivada y apoyada porque se me permitió estar en estas cocinas, viendo cómo se hacía todo. Acepté sin dudar el apoyo que me ofreció la gente y vi los retos como invitaciones para destacar. Mientras me abría paso en este mundo, encontré mis modelos a seguir.
Ahora estoy centrada en desarrollar el talento de otros. Me dieron la oportunidad de trabajar entre los mejores chefs del mundo y, en algunos aspectos, contarme entre ellos; en la actualidad, a gente con un inmenso talento le atrae la idea de aprender y trabajar en mis restaurantes, en San Francisco. Tengo el privilegio de contemplar a los próximos gigantes culinarios del mundo, algunos de los cuales me consideran un modelo a seguir.
El cáncer me ha ayudado a reencontrarme con la fuerza de voluntad de cuando era joven y trabajar por una nueva pasión: mi propia supervivencia.
También trato de llegar a distintos lugares, aquí y allá, para animar a la gente en otros sectores a identificar sus sueños y hacerlos realidad, y proporcionar así a las mujeres jóvenes la oportunidad de ver que alguien como ellas hace algo que ellas sueñan hacer algún día.
En la actualidad mi reto más acuciante es mi salud. Desde que se hizo público mi diagnóstico de cáncer, he hablado de la factura física, emocional y psicológica que me ha pasado la enfermedad y de que no puedo trabajar como me gustaría.
El cáncer puede hacer que cambien mis sensaciones de un momento a otro, pero la enfermedad me ha brindado una calma y una quietud poco habituales. Considerando mi acelerada trayectoria, poder respirar hondo y pararme a pensar ha sido algo novedoso para mí. Esto me ha ayudado a reencontrarme con la fuerza de voluntad de cuando era joven y trabajar por una nueva pasión: mi propia supervivencia. Todavía hay momentos de tristeza y confusión, por supuesto, pero tengo una nueva perspectiva y la fuerza para superar los retos que están por venir.
Y tengo a mis mentores, aunque a día de hoy trabajan en mis cocinas. Me ayudan cada día inspirándome para sobrevivir. Y lo más importante de todo es que tengo la certeza de que yo les he inspirado a ellos y que cuentan con que me cure y vuelva a mis cocinas para poder continuar con mi labor de apoyar a la próxima generación de mujeres chefs.
*Dominique Creen es chef en San Francisco. Es la primera mujer en Estados Unidos en ganar tres estrellas Michelin, que obtuvo por su restaurante insignia.