La India es una bomba. Y los 2.000 millones de personas que viven en los seis países del Indostán son, al mismo tiempo, las mechas y las posibles víctimas de esa bomba. Uno de los países con peores indicadores sanitarios (proporcionalmente, una ciudad como Valencia tendría 9 camas de hospital aisladas) y patria de 280 millones de pobres, se enfrenta a una distopía que tendrá eco en el resto del mundo: desde el campo de refugiados Rohingya hasta las megalópolis de chabolas de Bombay, se teme que millones de personas se infecten por el coronavirus y supongan un nuevo punto crítico en el mapa mundial del covid-19. Para intentar retrasar en lo posible el estallido del mayor foco potencial de expansión del coronavirus en el planeta, el Primer Ministro Narendra Modi ha decretado el confinamiento riguroso de los 1.300 millones de habitantes del país durante 21 días. Algo, sencillamente, imposible.
El caso de Baldev Singh, un predicador punyabí que ha podido infectar a unas 40.000 personas, es un ejemplo de la difícil tarea a la que se enfrenta éste país. Singh regresó de un viaje a Italia y Alemania tras el cual, en vez de guardar cuarentena, acudió al festival religioso del Hola Mohalla, donde se congregan decenas de miles de personas. El patriarca, de 70 años, se dedicó a confraternizar con familiares, allegados y vecinos durante días; poco después murió debido al coronavirus. Ahora, 20 pueblos y más de 40.000 personas permanecen en cuarentena en el Punyab, donde se ha dado también el caso de un grupo de doctores de Bhilwara, en la misma región, que, contagiados por un paciente, pueden haber pasado el virus a cientos de personas más. El resultado: otros 15 pueblos y 7.000 personas más en una cuarentena difícil de mantener.
Superpoblación y supersticiones
Hacer entender a 1.300 millones de ciudadanos que no deben salir de casa durante las próximas tres semanas no es una tarea fácil. En un país donde aún hay gente que piensa que comer carne o beber alcohol hace enfermar de SIDA, elaborar un mensaje que sirva para convencer a 250 millones de analfabetos y a 100 millones de licenciados universitarios por igual es complicado.
En su discurso a la nación para decretar los 21 días de confinamiento, Modi ha recurrido a las metáforas: "Si sales de casa, el virus se colará por la puerta abierta"; "si sales antes de 21 días, tu familia perderá 21 años (una generación)"; "todos tenemos una Laxman Rekha" imaginaria en la puerta de casa estos días (en referencia a la línea mágica de protección que el dios Laxman dibujó en el suelo para proteger a su esposa)”. Modi aludió también a España, que "junto con Italia y Estados Unidos es uno de los países con mejor sistema sanitario del mundo", para destacar que "ni siquiera las naciones más poderosas han podido contener el virus".
"Quédense en casa, quédense en casa y hagan una cosa nada más: quédense en casa", enfatizó el mandatario indio. Pocos días antes, un grupo de fundamentalistas hindúes celebraba en Nueva Delhi una gaumutra o fiesta de la orina de vaca, donde decenas de personas bebieron este líquido pensando que les inmunizaría contra el coronavirus y cualquier otra enfermedad. La agrupación religiosa Hindu Mahasabha, organizadora del acto, posaba para los periodistas junto a un colorido póster donde un demonio mitológico representaba al covid-19 y varios animales le pedían al coronavirus que les "salve" de los carnívoros humanos.
Medidas duras pero irrealizables
A quien no obedezca le esperan policías -algunos de ellos de paisano- dispuestos a golpear en las piernas con un palo a transeúntes, ciclistas e incluso motoristas. Ninguna excusa vale: la afluencia a los templos, que a veces es tan masiva que son frecuentes las avalanchas de peregrinos donde se producen muertes por asfixia, ha sido limitada a 50 personas. Las clases han sido suspendidas. Casi todos los establecimientos públicos, cerrados. Son medidas que muchos otros países han adoptado ya, con bastantes dificultades, y que en la India y sus países vecinos pueden ser simplemente irrealizables. Una parte significativa de los servicios, suministros y comercio se llevan a cabo en mercadillos callejeros: desde puestos de comida hasta sastres, son millones los indios que trabajan y viven en la calle. En muchos casos, literalmente: se calcula que hay más de un millón de personas sin ningún techo, ni siquiera el de una chabola, y que consideran una casa en ruinas o un trozo de acera su hogar.
La Universidad de Delhi acoge a miles de estudiantes de todo el país. Desde una de las residencias de su campus, Atul, un estudiante de Economía de Bihar, cuenta a este periodista que "ahí fuera puede haber cuarentena, pero aquí dentro es imposible. En cada dormitorio vivimos de dos a cuatro compañeros y los cuartos de baño son compartidos por… no sé, cientos, aparte de los trabajadores de la universidad, que hacen aquí la colada, se lavan y a veces traen a su familia".
Ram, un taxista de Nueva Delhi, todavía no entiende lo que es una epidemia de este tipo, pero dice estar "muy asustado" y "deseando volver a su pueblo", mientras pregunta si no se puede "echar" al coronavirus con fuegos artificiales. En Noida, un suburbio de la capital india, un ingeniero informático que vive en un moderno apartamento con su familia y que no quiere hacer público su nombre afirma que "si no se puede salir está bien, obedeceremos"; pero confiesa que enviará a sus criados a hacer la compra y, si es necesario, traer agua. "Es lo único que podemos hacer". De fondo suena el canal de noticias NDTV con un reportaje que culpa a China de crear y expandir el virus por todo el mundo.
¿Tiene India la 'solución'?
En medio de este panorama desolador, se da la paradoja de que es precisamente la India quien podría tener una de las claves para combatir el virus. Se trata de la hidroxicloroquina, un principio activo que ha abierto un atisbo de esperanza para poder contar con la cura contra el covid-19. Las medicinas basadas en la hidroxicloroquina se venían empleando para tratar el lupus, la malaria y la artritis desde hace décadas. Y resulta que la India es uno de los principales productores mundiales de este compuesto, además de ser el mayor suministrador de los laboratorios españoles. Sin embargo, Nueva Delhi ha decidido bloquear su exportación, por lo que a corto plazo será imposible contar con grandes cantidades de la medicina.
A pesar de esta medida, todo parece indicar que sólo los más afortunados van a poder acceder no solo a esta medicina, sino a simples mascarillas o guantes de protección. En regiones del tamaño de Andalucía, o países enteros como Bangladesh, la densidad de población supera los 1.000 habitantes por kilómetro cuadrado, y es habitual que vivan familias enteras compartiendo la misma habitación y que cientos de personas tengan que usar el mismo grifo de agua o letrina.
En una conversación por Whatsapp, Anand Lee (apellido cambiado), un doctor que trabaja para un hospital privado del que prefiere ocultar el nombre, cuenta que, en su opinión, se avecina una situación de “sálvese quien pueda”, y que “como siempre, pueden más quienes más tienen. Estos días se requiere a los pacientes que son ingresados que dejen en recepción una tarjeta de crédito con muchos fondos, nos quedamos con las tarjetas para usarlas cuanto haga falta. Esto se hace porque no sabemos cuánto tiempo permanecerá cada paciente aquí, y en las corporaciones, aunque sean empresas sanitarias, lo primero es el dinero".
El número de casos de coronavirus en la India es, oficialmente, muy bajo. A nadie se le escapa que esto es debido al bajo número de pruebas que se han llevado a cabo, y es probable que muchos indios, paquistaníes o nepalíes estén muriendo debido al virus sin que sus familias siquiera sepan que se trata del mismo virus que está doblegando a las economías más fuertes del mundo y que ha provocado que, de repente, hayan dejado de ver las caras blancas de los viajeros occidentales.
Un diario de Katmandú expone la difícil situación de los sherpas y comercios que viven del turismo. Una revista de Nueva Delhi muestra el rostro desconcertado de un mendigo que vive en la estación de tren y aún no se explica por qué de repente no hay trenes. En Labour Chowk, una calle de las afueras de Delhi donde habitualmente se congregan temporeros esperando a que alguien les contrate como albañiles por un día, un reportero de la BBC se admiraba, con una mezcla de placer y escalofrío, de que el silencio era tan profundo que se podía escuchar el canto de los pájaros donde antes el tráfico era ensordecedor.
Incluso la angustia que invade a los que tienen la “suerte” de poder mantenerse informados gracias a Internet o a la televisión es un lujo en las actuales circunstancias: un profesor de cirugía de Srinagar (Cachemira), una de las regiones con peores comunicaciones, se quejaba de que su conexión a la red no le permitía ni siquiera descargarse el documento de las recomendaciones oficiales de seguridad en hospitales. “Sé que en España los estáis pasando mal, y rezo para que os vaya mejor muy pronto”, cuenta en un mensaje de Whatsapp un médico de Delhi. “Pero aquí estamos viendo una montaña a punto de derrumbarse sobre nosotros; esperamos millones de muertos de aquí a un año. Si volvemos a hablar después de ese tiempo, estoy seguro de que habré llorado más que en toda mi vida”.