El líder opositor ruso, Alexéi Navalni, condenado a cumplir una pena de cárcel por un antiguo caso de fraude y lavado de dinero, se encuentra en una institución penitenciaria de la región rusa de Vladímir, a unos 200 kilómetros al este de Moscú, según informó hace unos días el secretario ejecutivo del Patronato Social de Presos (ONK), Alexéi Mélnikov.
"Tengo la información totalmente fidedigna de que Navalni llegó a la región de Vladímir para cumplir su sentencia", declaró a la agencia rusa Interfax, al señalar que actualmente se encuentra en cuarentena.
Este pasado domingo el defensor ruso de derechos humanos Ruslán Vajápov, afirmó a la agencia TASS que Navalni "fue trasladado a la 'Colonia Penitenciaria Nº 2' de la ciudad de Pokrov", en la región rusa de Vladímir, al señalar que esta información se difundió entre los presos del centro penitenciario.
Sin embargo, el activista añadió que sólo se podría afirmar con absoluta certeza que el opositor se hallaba allí tras la visita de sus abogados. "Esto despejaría definitivamente cualquier duda sobre la presencia de Navalni" en este centro de reclusión, señaló.
Navalni fue trasladado el pasado jueves de la prisión preventiva en que se encontraba desde mediados de enero a un centro penitenciario general, según informó su abogado, Vadim Kóbzev.
Como otros enemigos del Kremlin, el líder opositor, Alexéi Navalni, ha descendido a los infiernos del sistema penitenciario ruso. Medio millón de presos habitan el archipiélago correccional que intenta romper con el lúgubre pasado del gulag.
"Rusia se conoce en prisión"
"La cárcel es como un país en miniatura. Si quieres conocer Rusia, tienes que ir a prisión. Enseguida lo entenderás todo, lo bueno y lo malo. Los barrotes sacan lo mejor y peor del hombre", explica a Efe Eduard Mijáilov, que cumplió 20 años de cárcel por asesinato.
Los presidiarios como Mijáilov, que salió en libertad hace dos años, creen que, además de la violencia diaria a la que se exponen, el mayor problema de las cárceles rusas es que el preso no es reeducado, por lo que tiene pocas posibilidades de rehabilitarse.
Antes de llegar al infierno, cualquier condenado en Rusia debe pasar antes por el purgatorio.
Los traslados tienen un efecto terrible en la psicología de los presos. Para los primerizos es un portal al infierno
Debido a que los centros penitenciarios rusos se encuentran esparcidos por toda la geografía nacional, los presos deben recorrer a veces miles de kilómetros antes de recalar en lo que será su nuevo hogar. "El recorrido puede llevar, en algunos casos, hasta dos meses", explica Ernest Mezak, abogado y activista.
Esta travesía es conocida como etapirovanie (traslado por etapas). Los viajes se realizan en vagonzak, vagones especiales que pueden transportar varias decenas de presos hacinados en camarotes sin ventanas ni ventilación de 3,5 o 2 metros cuadrados, por lo que deben turnarse para dormir.
Recientemente, gracias a una denuncia ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, Mezak logró que se redujera el hacinamiento en las celdas grandes hasta 10 y en las pequeñas hasta cuatro.
Si la peregrinación es larga, el preso hace parada en prisiones de tránsito, donde la norma es la insalubridad. "Los traslados tienen un efecto terrible en la psicología de los presos. Para los primerizos es un portal al infierno", añade Mezak.
Las penurias del traslado
Debido al diseño de los vagones, que apenas ha evolucionado desde los tiempos del gulag, los presos no se pueden poner de pie y apenas tienen espacio para moverse, ya que tienen que llevar consigo sus pertenencias personales.
Muchos presos han denunciado la crónica falta de agua, pero lo peor de todo es la imposibilidad de ir al retrete más de una vez al día. "En tiempos soviéticos nos daban arenque salado y pan negro. Muchos sufrían cólicos renales y dolores insoportables", comenta Mijáilov.
Los que tienen más experiencia, llevan botellas de plástico, donde orinan y sólo acuden al retrete cuando las necesidades son mayores.
Como la comida viene en polvo y también debe ser mezclada con agua, muchos deciden simplemente abstenerse de comer para soportar el viaje sin contratiempos.
Celdas de 50 cm. cuadrados
Además, los pasajeros de esos funestos trenes están incomunicados desde que abandonan la prisión preventiva hasta que son internados en prisión.
Los abogados y sus familias desconocen su paradero y su destino, limbo que ha sido calificado por Amnistía Internacional (AI) de "privación ilegal de la libertad".
Si las distancias son pequeñas, los presos son trasladados en avtozak, furgones donde las celdas individuales son conocidas como stakan (vasos), ya que tienen entre 30 y 50 centímetros cuadrados, y poco más de metro y medio de altura, lo que imposibilita cualquier movimiento.
En dichos furgones no hay ni luz, ni calefacción ni retrete, lo que ha llevado a AI a llamar urgentemente a Rusia a acabar con "los últimos vestigios del gulag".
Torturas como norma
"Todo el sistema es heredero de los campos de trabajo soviéticos, pero no es el gulag”, insiste Mezak.
Mijáilov, que estuvo en total 32 años en prisión por diversos crímenes, coincide con el abogado en que las condiciones en las cárceles han mejorado en los últimos años.
"En una de mis penas, entré en prisión en 1988 y cuando salí, en 1993, ya había caído la Unión Soviética. La comida, por ejemplo, ha mejorado. Antes, la mayoría éramos bandidos. Ahora, muchos de los internos son jóvenes condenados por drogas", apuntó.
Pero no todos están de acuerdo. Es el caso del activista Ruslán Vajapov. Fue condenado a 7,5 años de cárcel por corrupción de menores por hacer sus necesidades al borde de una carretera. "La policía se vengó de mí. Yo tenía un negocio. Como no les quise pagar y, además, les denuncié ante la Fiscalía, me metieron en la cárcel", relata.
Vajapov fue enviado a la trágicamente famosa cárcel de Yaroslavl, donde la prensa ha denunciado numerosos casos de torturas. "Cuanto más me quejaba, más me pegaban. Los presos nunca me tocaron, fueron las fuerzas especiales. Iban enmascarados y sin distintivo", rememora.
Se cebaban especialmente con los más rebeldes, incluido los activistas opositores. "Me golpearon con porras, los puños y los pies. En una ocasión ni me podía quitar el pantalón de lo hinchadas que tenía las piernas", denuncia.
Ahora se dedica a conducir un autobús por menos de 200 euros al mes y a ayudar a otros presos. "Me estropearon la salud para siempre. Después de la cárcel no eres nadie, no hay futuro. Esto es Rusia. Lo único que tienes garantizado son los dos metros bajo tierra", asegura.
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