¡Qué bonita edad, 30 años! Son los que cumple la revista que creamos en 1991 un pequeño grupo de amigos y a la que llamamos La Règle du jeu. Allí estaban Salman Rushdie y Mario Vargas Llosa, Claudio Magris y Fernando Savater. También otros grandes nombres, ya difuntos, como Amos Oz y Susan Sontag, Carlos Fuentes y Jorge Semprún. Nuestro proyecto era, con Guy Scarpetta, Gilles Hertzog y Gabi Gleichmann, elevar el debate de ideas para estar a la altura de los nuevos desafíos que afloraban con el deshielo de la banquisa comunista.
El retorno de los nacionalismos... La explosión de los soberanismos... El ascenso de los populismos y los comunitarismos... Ya habíamos visto todo eso... Al igual que presentimos, mucho antes de que llegaran las redes sociales, el auge del nihilismo, del odio racista y antisemita... Treinta años después, La Règle du jeu sigue en activo. Mantiene su rumbo con valentía en librerías, pero, sobre todo, en la red.
Bajo la dirección de una joven redactora jefa, Maria de França, que no es de las que pierden el aliento por la cantinela de moda sobre el final de las revistas y la extinción de los debates de ideas, el medio no cede en ninguna de esas viejas batallas. Como se hizo en el pasado con Jean-Paul Enthoven, Yann Moix o Frédéric Beigbeder, sigue impulsando la carrera de escritores emergentes como Baptiste Rossi, Marius Jauf-Fret, David Haziza, Pascal Bacqué o Nathan Devers, autor de un libro fascinante Espace Fumeur.
Y también sigue presente en la revista esa voluntad de hacer memoria que también formaba parte de sus valores de hace 30 años y que es más necesaria que nunca en estos tiempos que parecen bascular entre el resentimiento y la amnesia. Así, la mañana del 10 de mayo, un texto de Frédéric Haziza exhuma la historia casi olvidada de la Redada de los Tiques Verdes, la de aquellos 3.700 judíos que, el 14 de mayo de 1941, catorce meses antes de la redada de Vél d’Hiv —hace exactamente ochenta años—, recibieron una "invitación" (un "tique verde") para “presentarse” en su comisaría local antes de ser internados, por orden del representante de Eichmann en París, en los campos de Pithiviers y Beaune-la-Rolande, para luego ser transportados a Auschwitz, donde la mayoría acabaron en las cámaras de gas.
¿Cómo es posible que un acontecimiento de ese calibre se haya desvanecido casi por completo de nuestra memoria? ¿Cómo es posible que casi no haya rastro de él en el gran libro de los muertos que escriben los historiadores? ¿Ha tenido que aparecer una foto amarillenta, encontrada en una buhardilla, en la que aparece el abuelo del autor del artículo en camiseta frente a una valla de alambre de espino y una torre de vigilancia con un gendarme francés en la torreta, para sacar a estos pequeños fantasmas del limbo? Parece que sí. A esto, literalmente, es a lo que yo llamo los “hombres sin nombre”.
Es un honor para una revista que su trabajo sirva para que estas gentes entren en el libro de los vivos que constituye el primer esbozo de un archivo. El próximo viernes 14 de mayo, al día siguiente de la publicación de este texto, Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, conmemorará, en la estación de trenes de Austerlitz, esta redada que había caído en el olvido.
3.700 judíos que, el 14 de mayo de 1941, recibieron una "invitación"para “presentarse” en su comisaría local por orden del representante de Eichmann en París
Conocí a Chems-Eddine Hafiz en la cadena CNews, en el plató de Jean-Pierre Elkabbach, en su mejor momento. Letrado de los colegios de abogados de París y de Argel, es, desde enero de 2020 y tras la renuncia de Dalil Boubakeur, rector de la Gran Mezquita de París. Pero, presidente de la Sociedad de los Habús y Lugares Santos del Islam, aunque sobre todo destaca por ser uno de los redactores y cinco firmantes de la Carta de Principios para el Islam de Francia, que se le presentó, el 18 de enero de 2021, al presidente de la República, Emmanuel Macron.
Me parece que ahí está todo. La primacía del derecho civil sobre el religioso. El hecho de que los custodios de este último no tengan nada que decir sobre lo que dicte el primero. La crítica del "nada que ver con nosotros", es decir, del cliché, repetido hasta la náusea, según el cual el islamismo no tiene “nada que ver con el islam”. La necesidad, por tanto, de que un musulmán íntegro se desmarque, sin titubeos ni matices, del atroz y homónimo "Allahu akbar" que también usaron como grito de guerra quienes les cortaron la cabeza a Daniel Pearl, a Samuel Paty o a Jacques Hamel. El derecho a criticar el islam. La distinción, vital en la República, entre el cuestionamiento legítimo de las creencias —de todas las creencias, incluidas las religiones— y la incitación al odio, o incluso al asesinato, contra las personas, algo que sí que está penado por ley.
El derecho a criticar el islam. La distinción, vital en la República, entre el cuestionamiento legítimo de las creencias y la incitación al odio
Por ende, la negativa a caer en esa estafa intelectual y moral que constituye la puesta en evidencia permanente de una supuesta “islamofobia”, que se presenta como uno de los rostros del racismo. La libertad de conciencia, ya un principio y una práctica. La igualdad de mujeres y hombres, obligación y norma. El derecho a creer y a no creer. El derecho a dejar de creer. La idea de que el laicismo, por articular la equidistancia de las religiones con respecto al Estado y el derecho igualitario de los fieles de cada una de ellas a vivir su fe, es una oportunidad positiva para el islam.
Y por último, su convicción de estar diciendo en voz alta lo que piensa la inmensa mayoría de los franceses de origen, cultura o fe musulmana. Llevo 20 años esperando estas palabras. También las he leído, claro está, en los escritos del arrepentido Mohammed Arkoun (autor, ya en 1984, de Pour une critique de la raison islamique [Para una crítica de la razón islámica]) o de Abdelwahab Meddeb (autor de La Maladie de l’Islam [La enfermedad del islam]).
También las encuentro en Mohamed Sifaoui (cuyo implacable Les Fossoyeurs de la République [Los enterradores de la República], que acaba de publicar Éditions de l’Observatoire, es una lectura imprescindible, y que no hace ninguna concesión a los islamistas y a sus ya lejanos predecesores de los años de plomo argelinos). Sin embargo, en boca de un dirigente comunitario de tan alto rango, me parece que nunca las había oído. Y en la larga, despiadada y decisiva guerra que están librando los amigos del crimen contra los de la democracia y la Ilustración en el terreno que se ha convenido en llamar “el mundo del Islam”, esto es un acontecimiento. Larga vida a Chems-Eddine Hafiz.