Kim Jong-un: el dictador norcoreano al que todo el mundo se empeña en matar una y otra vez
Este tipo de rumores son habituales y hasta comprensibles cuando se lidia con un régimen cerrado y sin libertad de prensa.
4 julio, 2021 02:10Kim Jong-un nunca estuvo tan muerto como en el mes de abril de 2020. En medio de una pandemia global que reducía al mínimo el número de noticias -todos los países estaban encerrados en sí mismos- la ausencia del líder norcoreano al homenaje a su abuelo Kim Il-Sung y posteriormente al desfile de las Fuerzas Armadas levantó una serie improbable de rumores falsos.
El empeño por matar a Kim, de apenas 37 años pero con un evidente sobrepeso al que se añade la condición de diabético y fumador compulsivo, nunca se mostró tan voraz como en aquellas tres semanas en las que el dictador decidió desaparecer.
Este tipo de rumores son habituales y hasta comprensibles cuando se lidia con un régimen cerrado y sin libertad de prensa. De Kim se dijo que había tenido un infarto, que había pasado por una operación a vida o muerte, que estaba en coma vegetativo y, por supuesto, que había muerto... por mucho que Pyongyang, Seúl y Washington lo negaran. Lo curioso es que esto no lo dijeron unos cuantos disidentes en Corea del Sur en busca de desestabilizar al país vecino.
La cosa empezó con una noticia sin confirmar en un medio poco fiable (NK Daily)… y acabó con Reuters mandando un despacho a todo el mundo afirmando que la situación de Kim era tan grave que los mejores médicos de China habían viajado para salvarle la vida.
A la semana, Kim aparecía tan tranquilo, vistiendo su negro habitual, con su hermana Kim Yo-Jong de compañera, inaugurando una planta de fertilizantes de Sunchon. Si había estado siquiera levemente enfermo, desde luego no lo parecía. El rumor había llegado a la portada de todos los medios prestigiosos del mundo pese a la evidencia de que su tren privado había viajado a la playa, lo cual insinuaba más bien una primavera de descanso y relajación, lejos del estrés y el coronavirus. ¿A qué se debió esta insistencia por matar a Kim Jong-Un? Imposible saberlo, pero no era nada nuevo.
Cuando murió Kim Jong-Il y se supo que ninguno de sus dos hijos mayores iban a ocupar la presidencia de Corea del Norte sino que delegaba en aquel joven inexperto y regordete, con cara de estar constantemente abrumado y del que apenas sabíamos que se formó en Estados Unidos, le gustaban los Chicago Bulls, tenía mal carácter y su peso invitaba a todo tipo de bromas, buena parte del mundo occidental empezó a anunciar el apocalipsis. Con el proyecto nuclear ya bien avanzado, dejar todo eso en manos de aquel chico parecía un disparate. La percepción de Kim Jong-Un como peligro del que deshacerse se instaló en el imaginario común. Solo la persona más improbable que uno pudiera pensar intentó deshacer el prejuicio.
Los años de Donald Trump
Dicen que los iguales se reconocen y, si en algún momento ha habido alguien a quien el mundo occidental ha temido tanto como a Kim Jong-Un, ese ha sido Donald Trump. Su relación durante un par de años fue propia de dos adolescentes retándose en Tik-Tok, pero si uno miraba de cerca, la figura de Kim era una figura de cierta esperanza.
Por supuesto, es un asesino -ordenó matar incluso a su tío- y por supuesto es un dictador sin escrúpulos que tiene amordazada a toda su población, pero a la fuerza tenía que ser más fácil negociar con él que con su padre o con su abuelo. En buena parte, él era como nosotros.
Los primeros flirteos con la cultura pop occidental los protagonizó Kim invitando a Dennis Rodman a Pyongyang. Rodman, ex jugador de los Detroit Pistons y los Chicago Bulls, era su ídolo de adolescencia cuando estudió en Estados Unidos. Bueno, es de suponer que en realidad su ídolo era Jordan, pero Jordan no estaba a su alcance, así que Rodman, que se presta a cualquier cosa, acudió a la cita, se hicieron amigos y se convirtió en embajador de Corea del Norte en su país. La reacción fue burlona y puede que con razón… pero no era aquel un gesto a pasar por alto. ¿Alguien imagina a Kim Il-Sung invitando a Wilt Chamberlain a su país, donde todo lo occidental era signo de maldad y decadencia?
Rodman organizó unos partidillos con algunos otros ex jugadores de la NBA y no se volvió a saber mucho más de él. Aun así, el hecho de haberle elegido como imagen de un posible deshielo no pudo ser casual: Rodman, con sus tatuajes, su vida indisciplinada, su pelo de mil colores, significaba todo lo contrario a lo que la militarización de la sociedad norcoreana exigía. Rodman, desde luego, no era Alejandro Cao de Benós. Si entendemos que se quería mandar un mensaje al mundo, el mensaje no era de miedo sino de acercamiento. Rodman no le puede dar miedo a nadie y, efectivamente, conecta con la adolescencia de mucha gente en muchas partes del mundo.
Alguien tuvo que comentarle esto a Donald Trump. Puede que el propio Rodman. Si Kim era capaz de compartir estrellato con un reboteador excéntrico de los años noventa, es que de alguna manera no quería seguir encerrado en su país y echaba de menos lo que había vivido de joven. En vez de amenazarle con borrar Corea del Norte del mapa, ¿por qué no intentar acercarse y ver qué pasa? Así, ambos presidentes cruzaron caminos en Singapur y en Vietnam antes de reunirse de manera algo improvisada en la zona desmilitarizada que separa las dos Coreas el 30 de junio de 2019.
En un acto que recordaba al que él mismo protagonizó un año antes con el presidente surcoreano Moon Jae-in, Kim invitó a Trump a pisar tierra de Corea del Norte. Si él se había convertido apenas un año antes en el primer presidente del norte que pisaba el sur, Trump se convertía con ese gesto en el primer presidente estadounidense que pisaba el norte.
Desde entonces, sinceramente, la cosa no ha ido a mejor. No hubo avances en la relación diplomática, ambos líderes no se volvieron a ver y el conflicto nuclear no se solucionó de ningún modo. El relevo de Trump en la Casa Blanca nos lleva a un nuevo período de hostilidad más o menos soterrada. Aunque para muchos era un acto de connivencia con un régimen criminal, otros veían la posibilidad de una relación directa con Corea del Norte como un mal menor que podría aprovecharse a medio plazo.
Enfermo cuando engorda y adelgaza
A veces, uno tiene miedo de “blanquear” de alguna manera la imagen de un dictador sanguinario. Si en un principio, la figura de Kim Jong-Un se consideró inestable, una especie de marioneta controlada por los poderes fácticos del ejército norcoreano, ya no queda nada de ese veinteañero inseguro. A los pocos meses de llegar al poder, surgió la noticia de que había sido ejecutado por los líderes del ejército. Todo lo contrario: fue él quien se dedicó a ejecutar a diestro y siniestro para evitar excesos de confianza que pudieran ser mal entendidos.
Cuando hablamos de su gusto por la cultura pop, también hay que matizar mucho. Recientemente, Kim criticaba el fenómeno musical y estético del K-Pop con duras palabras: “Es un cáncer que está intentando corromper a los jóvenes de nuestro país”. Eso lo hemos oído antes en muchos otros sitios con otras muchas tendencias. En esencia, el K-Pop no se distingue demasiado de la estética más occidental del sudeste asiático y su música es alabada incluso por Paul McCartney, así que no se trata precisamente de una revolución. Ahora bien, es cierto que ha puesto a Corea del Sur inesperadamente en el mapa cultural y económico y eso no le ha debido de gustar nada a Kim, a quien le pega mucho más Pearl Jam o The New Radicals.
Hay muchas cosas que aún no conocemos de este hombre que va a cumplir en diciembre diez años al frente de Corea del Norte. De entrada, no sabemos con seguridad si tiene dos o tres hijos y su fecha de nacimiento -el 6 de enero de 1984- es más una convención que otra cosa. Kim es un espectro que sobrevuela el planeta de vez en cuando, el espectro del terror y, sobre todo, el espectro de lo desconocido. Tal vez por eso, el empeño en matarle. Hablábamos antes de aquellas tres semanas de locura de 2020, pero prácticamente lo mismo pasó en 2014, cuando pasó casi un mes fuera de las cámaras y reapareció con un bastón a sus treinta años. Curiosamente, lo mismo acaba de pasar estos últimos días.
Si una de las justificaciones para los rumores de enfermedad de Kim Jong-Un era la obesidad, ahora preocupa mucho que esté más flaco. En realidad, nadie sabe por qué está más flaco y supongo que todos hemos estado más flacos o más gordos según el momento de nuestra vida. Pero cuando no hay contexto, tienes que sacar la trama de la nada. Kim está delgado y la gente de Corea del Norte llora por su salud. La noticia se repitió por los medios estadounidenses más leídos sin un solo dato que la apoyara. Y de Estados Unidos pasó a Europa y a España, por supuesto.
Parece, a veces, que hay una verdadera voluntad de imaginar el mundo sin Kim Jong-Un como si así fuera a ser mejor. Hay motivos para dudarlo. Todos querríamos que Corea del Norte fuera una democracia abierta y que no hubiera represaliados y que abrazaran el mundo libre. Ahora bien, si hay alguien con quien negociar que esto o algo similar pueda llegar a ser posible -denle diez años más- es el propio Kim Jong-Un. Su muerte dejaría al país en un momento de inestabilidad del que las dictaduras no suelen salir de la manera más razonable posible. Surgiría el pánico y en el pánico triunfa la fuerza bruta. Vendrían años de mayor represión y mayor aislamiento reforzado con amenazas a todo lo que venga de fuera.
Ya sabemos que Kim se toma estos descansos de tres semanas cada cierto tiempo. Sus motivos tendrá, está claro que no va a salir a explicarlos. A veces, su mujer hace lo propio. Entiende que el liderazgo no consiste en estar todo el rato en todos lados sino en cultivar un cierto enigma. También puede que esté cansado, sin más. Los diez mejores años de su juventud los ha pasado con todo un país a cuestas en un estado de continua emergencia.
Algún día, por supuesto, morirá, como murieron las rosas y Aristóteles, que escribía Borges. Si eso será una buena o una mala noticia para el mundo, lo desconocemos. De momento, ahí está: vivo, continuamente resucitado y con ese gesto característico que oscila entre el tedio y la curiosidad. Nadie, en diez años, ha conseguido descifrarlo del todo.