Caroline Fourest (ex 'Charlie Hebdo'): "Los inquisidores arrastran hoy a toda una generación"
La intelectual francesa Caroline Fourest publica 'Generación ofendida' y no tiene pelos en la lengua para hablar del integrismo islámico: "Es mejor morir por unas ideas que morir por sumisión".
1 octubre, 2021 01:56Caroline Fourest, francesa y de izquierdas, lleva décadas dando batalla. Por la defensa del derecho a la blasfemia y la libertad de expresión, a toda costa, y por el combate intelectual del autoritarismo religioso y/o identitario. Sus artículos se han leído durante tiempo en Charlie Hebdo, que pagó con doce ejecuciones à la djihadiste la reivindicación de estos derechos, y su último ensayo acaba de llegar a las librerías españoles con un título que deja poco lugar a la imaginación, Generación ofendida (Península), donde pasa el bisturí al triunfo de "una nueva moral que censura y categoriza".
En sus páginas enumera los casos disparatados que sostienen la cultura de la cancelación. Un sistema infalible, implacable y extrajudicial que, afortunadamente, no está demasiado extendido en España. Pero que, en países como Estados Unidos, Reino Unido o Canadá, obliga a pensarse dos o tres veces qué se dice y qué no, qué se muestra y qué se oculta, ante el miedo a ser, ejem, cancelado: un concepto algo eufemístico que implica desprecio, linchamiento y marginación social.
El pretexto más habitual para proclamar las virtudes de este sistema, profundamente vinculado a religiones laicas o al uso, es su eficacia para evitar la discriminación y la ofensa de minorías, alcanzando extravagancias llamativas como impedir que un occidental se apropie culturalmente del yoga o reprochar el estudio de la Odisea por machista y nada inclusiva. Salta a la vista que son casos excesivos y extraordinarios. Pero ¿cómo estamos tan seguros de que no terminarán por convertirse en el pan de todos los días?
Fourest se toma el asunto muy en serio: “Intento convencer a la gente de que no tome una vía que haga de la lucha por la libertad una tumba de la libertad”. Así que no le quita el ojo a la potencia cultural de Silicon Valley para promover esta nueva forma de censura. Uno puede aceptar que no sean Facebook y Twitter espacios particularmente fabricados para el rigor, la reflexión, el debate sano o los matices. Pero el problema se agrava cuando estos tics, pasados por el barniz de la ideología identitaria, se extienden aquí fuera hasta emponzoñar escuelas, periódicos, parlamentos, gobiernos y universidades. Sin necesidad de sacar los tanques a la calle y bajo el amable paraguas del progreso y las libertades colectivas.
¿Cree que en Europa estamos tan cerca de replicar los tics que vemos en Estados Unidos o Canadá?
Cuando hace año y medio publicaron mi libro en Francia, me dijeron que estaba alarmando, que nunca llegaremos a ese nivel de locura. Al cabo de tres meses, todo el mundo se dio cuenta de que, dentro de la universidad francesa, había profesores y alumnos que pensaban como la izquierda americana. Utilizan las mismas referencias, el mismo vocabulario, las mismas campañas para hacer que retroceda el feminismo y antirracismo universalista del que provengo. Es posible que Europa resista algo más. De momento no quemamos cómics de Lucky Luke para purificar el imaginario colectivo, no enseñamos a los niños a jugar con cerillas. Pero vivimos en un mundo sin fronteras, virtual, y la realidad es que nuestra juventud ya participa en estas jaurías digitales que incluyen insultar a un cantante occidental por hacerse trenzas.
Entonces no estamos alarmando.
Como profesora de Ciencias Políticas en París he visto cómo estudiantes con muy buena voluntad pueden decidir que, en nombre de la identidad, se puede estar a favor de una vestimenta sexista. Y, a su vez, tildar de racista a un cantante de izquierdas porque ha abordado un tema sin tener el color de piel necesario. Esta americanización de las universidades y las redes sociales está en marcha.
¿La diferencia entre ser de izquierdas y ser progresista?
Hace 25 años, cuando luchaba contra la discriminación, pasaba mucho tiempo peleándome con mis amigos de la izquierda marxista porque sólo hablaban de lucha de clases y contra la desigualdad. Pensaban que manifestarse contra las discriminaciones era algo innecesario. Pero, tiempo después, me he encontrado en esta situación en la que, desde medios muy privilegiados, en universidades elitistas, se pone el foco en la cuestión de la “raza”, algo importado de Estados Unidos, desde una visión muy esencialista y muy identitaria.
Tenemos una juventud dorada que entra en cólera por cosas grotescas e insignificantes
¿Se ha cambiado de lucha?
Se habla de la lucha de razas para olvidar la lucha de clases. Son niños mimados que se consideran los más desgraciados del mundo porque un maestro les obliga a estudiar una obra clásica escrita por un hombre blanco varios siglos atrás, o porque el menú del comedor no es lo suficiente asiático. Tenemos una juventud dorada que entra en cólera por cosas grotescas e insignificantes. Esta cólera ocupa tanto espacio en el debate de la izquierda americana y el mundo de la cultura que olvidamos el debate de la desigualdad. La desigualdad y la pobreza han pasado a un segundo nivel. Es muy cómodo para ellos. Tenemos a todos estos niños mimados que pueden estar en la cumbre de la pirámide y pasar a la vez por víctimas, que se fijan en las microvejaciones, persiguiendo hasta las palabras de personas que, claramente, no son racistas ni sexistas.
Esta izquierda parece la más afín a las grandes corporaciones que se haya conocido. Y la derecha reaccionaria se ha dado cuenta.
Sí, precisamente por eso la derecha populista está creciendo en toda Europa. Si la izquierda abandona la lucha por la libertad y lleva adelante estas luchas de niños mimados, la derecha termina por pasar como defensora de las libertades y las clases populares. Este es uno de los peligros que veo en Europa. Si a eso unimos la desinformación y la propaganda que hay en las redes sociales, llegamos a una desestabilización que allana el camino a los populismos de extrema derecha.
¿Dejará secuelas en la escena artística y cultural?
Si le damos los medios a Silicon Valley, que es la industria cultural más potente, tendremos consecuencias muy profundas. Pero creo que esta manera tan superficial y victimista de ser antirracista morirá por sí misma: por ridícula. Mientras tanto, habrá muchas películas que no se habrán rodado y muchos autores que no se habrán atrevido a escribir ciertos libros, y la extrema derecha, machista y racista se alegrará por ello.
¿Cree que comparten responsabilidad tanto los inquisidores como quienes se prestan al silencio?
Parece claro que, si nadie dice nada, esto puede llegar muy lejos. En la izquierda de Charlie estamos acostumbrados a las amenazas de muerte de los islamistas y de la extrema derecha. Una vez superas esto, te sientes fuerte para decir: “No vas a prohibir que me ría, ni me vas a cancelar por una palabra fuera de contexto”. Estos pequeños inquisidores parecen ridículos a primera vista, pero están arrastrando a toda una generación. Es una generación que ha nacido con redes sociales, que quiere tener una reputación sana, que no se atreve a decir que un linchamiento es injusto. Favorecen unas conductas que funcionan en rebaño y que atentan contra la libertad de pensamiento. Esto se vuelve más peligroso cuando llega a las universidades, donde se tendría que enseñar a la gente a pensar, y a los medios culturales.
¿Qué relación tiene usted con las redes sociales?
Pude empezar como periodista de opinión gracias a los blogs y las redes sociales. Conozco sus ventajas y me ha permitido tener un retorno sobre mi trabajo. Pero, como investigué mucho sobre los movimientos extremistas y conozco su manera de utilizar estas herramientas, decidí proteger mi intimidad en las redes. Cuelgo muchas cosas, tengo muchos seguidores, pero intento no leer los comentarios: dejo los trolls y los anónimos de lado. Todos los periodistas deberían desarrollar esta coraza para no ceder ante esta enfermedad de las universidades americanas, que se van a comportar como proveedores de servicios que van a dar un producto en función de los likes o dislikes que generen. La información no es un producto, y no estamos aquí para que nos aplaudan. Estamos para presentar los hechos tal y como los analizamos. No dejarse intimidar requiere disciplina. La interactividad es, en realidad, una fuente de sumisión intelectual.
¿Cree que los periódicos están perdiendo relevancia?
No medimos el impacto que iba a tener esta transformación digital para la información y la politización de la gente. Todavía no hemos desarrollado los anticuerpos necesarios. Somos muy manipulables, de momento. Comenzamos ahora a entender que detrás de las cadenas de mensajes puede haber estados autoritarios o gente de mala fe, gente que cobra por esto, falsos perfiles. Empezamos ahora a entender esto. Pero no es más que el principio. Es cierto que los periódicos ya no tienen tantos lectores, o que los lectores son más mayores. Pero creo que en las redes sociales va a subsistir el rigor informativo. Hay tanta falsa información que tendremos que hacer una selección y tendremos que volver a leer en la gente que merece nuestra confianza. Y los periodistas más jóvenes no deben ceder a la intimidación, ni dejarse tentar por la generación ofendida. Deben entender que hay verdades que ofenden, pero que deben decirse.
Llega un momento en el que descubres que, tras prescindir de tantas libertades, sigues estando bajo amenaza por el simple hecho de existir
Hablamos tanto de la censura de la izquierda que no mencionamos la islamista...
En Francia llevamos más de diez años viendo cómo sube esta presión. Tratamos de resistir, pero no pudimos. Hemos visto cómo el miedo ha vencido a políticos locales. Si cedemos al chantaje, si ya no nos atrevemos a decir lo que pensamos, si no nos atrevemos a decir lo que hubiéramos dicho si no tuviéramos miedo, pondremos en peligro la democracia.
En Valencia se salvaron de las llamas falleras unos motivos religiosos porque quemarlos sería “ofensivo”, según algunos islamistas, para los musulmanes. Cuando se ha quemado hasta un ninot del Papa.
Porque hoy cualquier tradición, como esta de Valencia, puede ser malinterpretada al otro lado del mundo. ¡No les importa el contexto! Los fundamentalistas no son el público de las Fallas, ni de Charlie Hebdo. Nadie les obliga a verlas.
En Valencia se lanzó el mensaje de que la libertad es prescindible, que la seguridad es más importante. En Charlie Hebdo se decidió lo contrario.
Por supuesto. Pero te diré una cosa. Siempre llega un momento en el que descubres que, después de prescindir de tantas libertades, sigues estando bajo amenaza por el simple hecho de existir. Porque el simple hecho de ser europeo nos convierte en objetivo islamista. En Charlie Hebdo decidimos que más valía luchar por las ideas que no hacerlo. Decidimos no dejarnos intimidar por las amenazas de muerte, y seguimos dibujando sobre el integrismo islámico o católico. Sabíamos que, si cedíamos, la libertad de prensa iría detrás. Crearía una jurisprudencia por la que el terror haría la ley. De alguna manera mis colegas de Charlie Hebdo murieron por defender esta idea, y todo periodista debería recordárselo a la juventud. Es mejor morir por unas ideas que morir por sumisión.
¿Estamos ante un proceso irreversible?
Puede ir muy lejos, quizá hasta puntos culminantes. No sé si esta apoteosis se va a cargar Europa. Pero sé que, si seguimos con este tribalismo brutal, las ansias de racionalidad y el pensamiento ilustrado volverán. Espero que esto suceda pronto, antes de que algún payaso populista y peligroso, como hemos visto en Estados Unidos y Brasil, llegue a Europa.