18 años de la 'Operación Amanecer Rojo': así capturó EEUU a Sadam escondido en un hoyo
El 13 de diciembre de 2003 apareció el entonces presidente de Irak lleno de tierra. Tres años después fue condenado a pena de muerte y ejecutado.
12 diciembre, 2021 03:25Noticias relacionadas
El 1 de mayo de 2003, George W. Bush, a bordo del portaaviones USS Abraham Lincoln, anunciaba el triunfo de la coalición internacional en la guerra de Irak bajo un enorme neón con las palabras "Mission accomplished" (Misión cumplida) brillando ante las cámaras.
Tanto si ese neón lo colocó ahí la propia Casa Blanca como si lo hizo algún alto mando del propio barco -meses después, se abriría el debate, nadie quería hacerse cargo de una precipitación tan costosa-, la imagen y el mensaje eran muy potentes: “Después de todo, lo hemos logrado… y lo hemos logrado en mes y medio, un éxito militar por el que pocos apostaban”.
Atrás quedaba casi un año de lucha diplomática: las contradictorias interpretaciones de la resolución 1441 de la ONU, aprobada en noviembre de 2002. Las manifestaciones en todo el planeta contra una guerra a la que se le veía poco sentido. La insistencia en el famoso arsenal de “armas de destrucción masivas” que exigía una intervención lo antes posible.
El presunto fin de un camino que se había abierto el 20 de marzo, cuando, una vez Estados Unidos consideró insuficiente la colaboración del régimen de Sadam Husein en la verificación armamentística de las Naciones Unidas, la coalición empezó sus bombardeos sobre Bagdad.
Era aquel un pequeño momento de euforia, ideal para elevar la moral de unas tropas que buscaban un ejército y se habían encontrado con pequeñas milicias y grupos especializados en ataques terroristas. Con todo, al menos de cara a la opinión pública, seguían por contestar las dos preguntas de las que en principio dependía el supuesto éxito de la misión: ¿Dónde estaban las famosas armas? y ¿dónde estaba el sanguinario Sadam Husein? Nadie podía contestar nada al respecto porque nadie tenía ni idea.
Golpe de efecto
Que las armas no las iban a encontrar nunca porque no existían se empezó a dar cuenta el ejército estadounidense a los pocos meses de entrar en Irak. Si había sido un error de la inteligencia americana o se había tratado desde el inicio de una excusa sin fundamento, queda al juicio de cada uno.
Otra cosa era Sadam. Lejos de la arrogancia de 1991, cuando anunció la “madre de todas las batallas” y se lio a lanzar misiles contra Israel para intentar involucrar a los países árabes en el conflicto, a Sadam se le había visto por última vez en Bagdad el 9 de abril, horas antes de que las tropas de la coalición tomaran la capital.
De aquella tarde son las icónicas imágenes de su enorme estatua derribada con cuerdas por un grupo de celebrantes. Sin embargo, una cosa es derribar estatuas y otra cosa es derribar el miedo. Después de más de 25 años de torturas y sometimiento, la figura de Sadam seguía siendo enorme incluso en la fuga. Muchos de los que colaboraron implícita o explícitamente con las tropas de la coalición confiaban en que estas apresaran cuanto antes al dictador.
El hecho de que llegaran a su palacio y no le encontraran ni a él ni a su dinero tenía consecuencias más allá de las simbólicas: ¿qué será de nosotros si Estados Unidos se cansa un día y Sadam vuelve con aires de venganza?
La búsqueda de Sadam Husein empezó ese mismo día por todo el país con miles de tropas encargadas específicamente a esa misión. Desde luego, el 1 de mayo no había nada conseguido a ese respecto. Aunque se sospechaba que Sadam estaría protegido por fuerzas suníes en algún lugar cercano a Tikrit, no había evidencia alguna de su paradero. Aquello era como buscar una aguja en un pajar.
Tal y como declararía posteriormente un alto mando militar: “Para encontrar a esta gente, a un Bin Laden o a un Zarqawi, la información clave es la de los teléfonos móviles. Aquí no había teléfonos móviles, no había señales, todo había de hacerse sobre el terreno, con confidentes y pistas falsas. Era como encontrar a Elvis”.
El AK-47 de oro
Conforme fueron aumentando las acciones terroristas, causando miles de heridos y de muertos entre las tropas, la necesidad de apresar a Sadam se fue haciendo mayor: por un lado estaba el componente de normalidad interior: era absurdo insistir en una transición de poderes con Sadam Husein aún vivo y al acecho. Por otro lado, las propias tropas necesitaban algún tipo de incentivo: ¿Qué hacían en Irak si no había relación de ese país con el ataque del 11-S? ¿Qué hacían, aparte de jugarse la vida, si no había arsenales ni dictadores con los que acabar?
El primer gran avance en la persecución llegaría el 18 de junio de 2003. Un soplo situaba a Sadam, o al menos a gente muy cercana a Sadam, en la llamada granja Hadooshi, unos quince kilómetros a las afueras de Tikrit, lugar de nacimiento del dictador y joya de la corona del Irak suní. La Cuarta División de Infantería se plantó ahí y pronto se percataron de que ese suelo no era firme, estaba demasiado removido.
Han transcurrido 18 años desde que las tropas estadounidenses descubrieran el escondite de Sadam Husein
Al escarbar, empezaron a encontrar un auténtico tesoro: hasta ocho millones de dólares en efectivo, la colección de joyas de Sajida Talfah, esposa de Husein, e incluso un AK-47 chapado en oro.
Siguiendo el clásico dictado, si el dinero estaba ahí, Sadam no podía andar demasiado lejos... y sin embargo tuvieron que pasar otros cinco meses y medio antes de conseguir un avance significativo: la captura de Mohammed Ibrahim, el guardaespaldas de Sadam, el encargado de todo el sistema de protección en torno al fugitivo.
El 12 de diciembre, casi por casualidad, tras otro soplo de los muchos que recibía el ejército americano, Ibrahim caía en manos de la Cuarta División. Tras una tensa negociación –“Si nos llevas hasta Sadam, te liberaremos a ti y a los cuarenta miembros de tu clan que están en prisión. De lo contrario, te pudrirás en tu celda por terrorista”-, Ibrahim aceptó la oferta del negociador estadounidense. No sabía exactamente dónde se encontraba en ese momento, pero había tres posibilidades.
La cara del miedo
A la Cuarta División de Infantería se le unió el Grupo Especial de Combate 121. De las tres opciones de Ibrahim, dos tenían mejor pinta y fueron las primeras que se investigaron. En ambos casos, se encontraron agujeros en medio de la nada, bunkers estrechos en los que podría esconderse una persona… pero vacíos. La sensación común fue de desencanto: o Ibrahim les había engañado o Sadam se había vuelto a escabullir a tiempo. Las noticias en Tikrit vuelan, a veces más rápido que los aviones de combate.
Eran ya las ocho y media de la noche del 13 de diciembre, este lunes se cumplirán 18 años, cuando, sin mucha fe, las tropas levantaron la tapa de tierra que cubría el tercer posible escondite. Del fondo de aquel agujero se oyó una voz que gritaba en árabe: “No disparen, no disparen”.
El traductor, Samir, reconoció inmediatamente la voz. Era la voz que le había acompañado durante toda su infancia, toda su adolescencia, toda su juventud. La voz del poder. La voz del terror. “Su aspecto le hacía irreconocible -declararía años más tarde el propio Samir a la revista Esquire-, pero esa voz le delataba”.
Tampoco se preocupó mucho Sadam en esconderse. “Soy Sadam Husein, presidente de Irak, y estoy dispuesto a negociar”, dijo, mientras los militares le tendían una mano para que saliera de aquella ratonera. Tampoco tenía muchas más opciones.
Con el pelo lleno de tierra, una barba de varias semanas y la cara hinchada por el frío, las imágenes de Sadam nos vendrían a la cabeza años más tarde, cuando un grupo de milicianos capturó y ajustició a Muamar El Gaddafi, también escondido en algún rincón de Libia tras haber abandonado su palacio a la carrera.
"No quiero que nadie se dé golpes de pecho hasta que no estemos seguros de que es él”, ordenó Bush
Sadam tenía miedo. Cuando Samir se le acercó, empezó a golpearle, pero sus compañeros pronto le pararon: “No se le puede tocar. Lo necesitamos vivo”. El primero en ser informado fue Paul Bremmer, el enviado de Bush en la zona. Bremmer a su vez llamó a Condoleeza Rice y Rice hizo lo propio con el presidente.
“No quiero que nadie ande por ahí dándose golpes en el pecho hasta que no estemos seguros de que es él”, ordenó Bush. Pronto, acudieron a la zona unos expertos en huellas dactilares. Efectivamente, las de aquel vagabundo correspondían con las del todopoderoso dictador. Podía empezar el circo.
De Sadam al ISIS
Bremmer compareció ante la prensa el 14 de diciembre, para dar detalles de la llamada 'Operación Amanecer Rojo' y, sobre todo, para insistir en el mensaje que llenó portadas en todo Estados Unidos: “We got him”.
Poco después, salió Bush desde la Casa Blanca para resaltar la importancia de saber que Sadam ya no seguía suelto y que su terror ya no volvería a Irak. Nadie se atrevió a imaginar que volvería otro, parecido o incluso peor.
El 5 de noviembre de 2006 Sadam Husein fue condenado a la pena de muerte por ahorcamiento
La idea que se vendió al mundo fue que Sadam tendría la oportunidad de defenderse que él mismo había negado a tantos de sus enemigos. Era cierto y falso a la vez. Efectivamente, Sadam pasó por un juicio con garantías legales… pero todo el mundo sabía el veredicto final, lo contrario habría sido inconcebible.
Así, el 5 de noviembre de 2006, Sadam Husein era condenado a la pena de muerte por ahorcamiento ante la acusación de haber matado a 148 chiíes en Dujail. Fue ese como podría haber sido cualquier otro acto criminal. El 26 de diciembre se rechazó su apelación y, cuatro días después, la condena se hizo efectiva.
Entre 2004 y 2009, según documentos de la propia inteligencia americana hechos públicos por WikiLeaks, murieron en Irak 109.032 personas en distintos actos violentos. Incapaces de contener una cruenta guerra civil y saciado el espíritu de venganza tras el asesinato de Osama Bin Laden pocos meses antes, las tropas estadounidenses se retiraron del país el 18 de diciembre de 2011, cerrando de paso la frontera con Kuwait.
Ni tres años más tarde tendrían que volver. Su enemigo en esta ocasión no era ningún sátrapa, sino el Estado Islámico. Dicha lucha aún sigue en pie... y no solo en Irak.