Militares rusos se cuadran frente a Vladimir Putin.

Militares rusos se cuadran frente a Vladimir Putin.

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Europa se prepara para una segunda Guerra Fría sin el paraguas de Estados Unidos

Si lo que viene es una segunda guerra fría en los términos mencionados, cabe preguntarse si a la Europa liberal no le va a pillar a contramano.

26 febrero, 2022 03:58

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Durante cuarenta y cinco años, la estabilidad en Europa se basó en la división del continente en dos bloques políticamente irreconciliables, con sus respectivos centros de gravedad, y conscientes de que, en cualquier momento, una chispa podía hacer explotar todo por los aires. Cuando Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, dice que estamos ante la mayor crisis desde la II Guerra Mundial, se refiere, sin duda, a la amenaza de que esa división vuelva. Una crisis, en términos geopolíticos, mucho más grave que la de los Balcanes, por mucho que duela decirlo.

La decisión de Putin de volver a convertir a Rusia en una suerte de imperio, con reminiscencias más propias del período zarista que del socialista, altera por completo la idea de multilateralidad y prácticamente exige que esa división vuelva de inmediato. Cuando Rusia considera que el occidentalismo de Ucrania es un riesgo para su seguridad y pasa de las palabras a los hechos con la crueldad demostrada estos últimos días, manda un mensaje muy claro al resto del mundo: "Estamos dispuestos a cumplir nuestras amenazas". De ahí que puedan extenderlas a Suecia y a Finlandia sin necesidad siquiera de referirse a los países bálticos, que ya empiezan a intuir que sus días de independencia van tocando a su fin.

El telón de acero del que hablaba Churchill a finales de los años cuarenta es el que quiere volver a dejar caer Putin con acciones como la de Ucrania y amenazas como la de Maria Zakharova, portavoz del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, a los países escandinavos. Dividir Europa en zonas de influencia no solo es volver atrás en el tiempo a un escenario poco deseable, sino que solo se puede conseguir desde el uso de la fuerza. Ni Letonia, ni Estonia, ni Lituania, ni Polonia, ni Hungría, ni tantos otros países del centro y el este del continente están dispuestos a volver al manto protector de Moscú. Ni siquiera a renunciar a los beneficios de pertenecer a la Unión Europea y a la OTAN, donde acabaron, en buena medida, para huir de Rusia.

La guerra fría, al menos en Europa, consistía en un respeto escrupuloso del territorio comunista bajo la amenaza nuclear del Pacto de Varsovia y un respeto escrupuloso del territorio liberal bajo la amenaza nuclear de la OTAN. Si lo que viene es una segunda guerra fría en los términos mencionados, cabe preguntarse si a la Europa liberal no le va a pillar a contramano. Rusia puede reeditar una especie de Unión Soviética en lo militar -nunca en lo económico, por supuesto-, pero a la Europa Occidental le va a faltar esta vez lo que daba sentido a su bloque, lo que en realidad protegía a todos los países más allá de sus propios ejércitos: el apoyo incondicional de Estados Unidos.

Las consecuencias del "America First"

La descomposición de Estados Unidos se lleva anunciando desde hace décadas y nunca se ha visto más clara como durante la administración Trump, sin obviar determinadas pulsiones de Obama y Biden a la hora de regatear compromisos con la estabilidad internacional. Estados Unidos es ahora mismo un país dividido en dos internamente, con facciones muy enfrentadas en demasiados sentidos, poca capacidad de acuerdo político entre los dos grandes partidos y una pulsión totalitarista que recuerda precisamente a la de Putin en Europa.

Vladimir Putin y Joe Biden en una imagen de archivo.

Vladimir Putin y Joe Biden en una imagen de archivo. Reuters

El "trumpismo" que ha tomado al asalto el Partido Republicano en los últimos seis años no es más que una especie de “putinismo" a la americana. Autoritarismo, personalismo y desprecio absoluto a las reglas del juego, con la voluntad de torcerlas hasta donde sea posible con tal de conseguir los objetivos propios y los de "la tribu". Por todo ello, no sorprende la excelente relación que Trump y Putin mantuvieron mientras el primero fue presidente, ni sorprende las declaraciones del uno elogiando al otro por la invasión de un país vecino e incluso preguntándose si no es eso lo que debería hacer Estados Unidos con su frontera sur.

Con Trump al frente, la OTAN estuvo a punto de desaparecer como tal. La excusa de que sus socios europeos pagaban demasiado poco para el beneficio que recibían -como si la paz fuera una serie de Netflix- sirvió para congelar de hecho parte de los acuerdos militares. Trump dejó claro que Europa le daba igual o, más bien, que, si Europa quería tener un estatus internacional propio, debía ganárselo militarmente, como había hecho Rusia, como había hecho China o como habían hecho las dos Coreas, países, todos ellos, que Trump respetaba y, hasta cierto punto, admiraba por su determinación dentro de la discrepancia.

Para Trump, Europa era una asociación de exquisitos pedigüeños. Alta burguesía incapaz de mancharse las manos, pero siempre lista para la condena moral de turno. Un coro de viejas, en resumen. El problema es que esta sensación no es exclusiva de Trump ni lo son sus consecuencias políticas. La invasión de Ucrania ha provocado una reacción estremecedora por parte del Partido Republicano y sus medios afines. Donde no ha habido un matiz a la condena, ha habido un elogio encendido, como determinados presentadores de FOX News o el exasesor de Trump y auténtico titiritero de los movimientos populistas de extrema derecha -o "derecha alternativa", como prefieran- en todo el planeta, Steve Bannon.

A favor de Putin o en contra de Putin, prácticamente todos los miembros del partido se han pronunciado en un mismo sentido: no es asunto nuestro. Estados Unidos debe proteger su frontera con México para luchar contra la inmigración y mantenerse fuerte en el Pacífico para contrarrestar una posible deriva imperialista de China. Ni Europa ni Asia interesan ya a los republicanos… y conviene no olvidar que son los máximos favoritos para hacerse en noviembre con el control del Senado y la Cámara de Representantes, y en 2024 con la Casa Blanca, probablemente con Donald Trump como candidato.

Borrell y el ejército europeo

Hablar de una segunda guerra fría es terrible, pero, mientras desconozcamos los límites de Putin y mientras Putin siga viendo que la violencia le funciona, es la opción de futuro más probable. Ahora bien, desde el punto de vista militar, es dudoso que haya ya dos bandos. En uno de ellos, el de la OTAN, se va a echar en falta a su fundador y alma mater, que tiene toda la pinta de que va a limitar su alianza internacional a Japón, Australia, Corea del Sur, Reino Unido y poco más.

Joe Biden ha hecho todo lo posible por retrasar la invasión rusa con un ejercicio impresionante de eficacia por parte de sus servicios de inteligencia. No obstante, parece que la deriva de la sociedad estadounidense, envuelta en sus propios conflictos, va hacia otro lado. Si Trump hubiera ganado las elecciones de 2020, ¿qué habría pasado con Ucrania? ¿Habría hecho falta esperar a febrero de 2022 para ver la invasión? ¿De qué lado se habría colocado Estados Unidos? Tarde o temprano, con Trump, con Cruz, con Pence o con quien sea, nos vamos a encontrar em esa situación y es bueno que nos hagamos una idea de que su reacción igual no nos gusta.

El jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell.

El jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell. UE

El propio Borrell lleva meses insistiendo en que la Unión Europea necesita un ejército propio. Antes, ese ejército se llamaba OTAN y era mayoritariamente ajeno, pero valía. Ahora, si la Unión quiere proteger de verdad a sus estados miembros, necesitará algo más que apretar los bolsillos ajenos.

Una Europa cercada

Esto no quiere decir que las sanciones financieras no sirvan para nada. A menudo, se es injusto al respecto. Sirven y sirven de mucho. Limitan a Rusia, colocan a Putin en una situación complicada ante sus socios -más que ante sus ciudadanos, que ya ni sienten ni padecen- y pueden llevar a Rusia a una autarquía parecida a la que acabó precisamente con la Unión Soviética.

Ahora bien, todo eso es a medio-largo plazo. Si la Unión Europea quiere proteger a los países bálticos de una invasión inmediata o de una sucesión de golpes de estado provocados desde Moscú; si quiere proteger a Suecia y Finlandia de las amenazas externas, y si quiere garantizar a Polonia y Hungría la seguridad de sus fronteras, tendrá que haber algún tipo de coerción militar. Del mismo modo, algo habrá que hacer con los problemas que plantea la inmigración dependiente de Marruecos, Argelia, Túnez o Turquía, igual que es necesario unirse ante las amenazas islamistas.

La Unión Europea vive rodeada de países autoritarios que no comparten los mismos valores y que están dispuestos a utilizar la desesperación de sus ciudadanos como arma política. Si me haces caso, tranquilo; si me llevas la contraria, te pongo miles de inmigrantes en Fuerteventura, Ceuta, Melilla, Sicilia, Lesbos o donde haga falta. Incluso Polonia se vio amenazada recientemente por una oleada de refugiados reclutados mediante el engaño por Putin y Lukashenko en Afganistán, Turquía y Siria.

Europa debe cuidarse. Cuidarse en el terreno energético, cuidarse en el terreno social y cuidarse en el terreno militar. Suena duro, pero es así. No se puede confiar en la magnanimidad de un asesino y, en esta segunda Guerra Fría, no se puede confiar en el apoyo incondicional de Estados Unidos porque no va a llegar. De manera puntual, quizá. De manera continua, como en la segunda mitad del siglo XX, imposible. Para que la destrucción sea disuasoria, tiene que ser mutua y asegurada. En este momento, solo uno de los dos bandos parece creíble en su intención de llegar tan lejos.