Nadie va a un safari a entrevistar a un león por más que el felino esté acostumbrado al ser humano. Lo mismo ocurre en Odesa donde periodistas caminan, entre barricadas y jóvenes armados, mirando de lejos.
Es un escenario de videojuego con soldados, alambre de espino, pinchos, obstáculos antitanque y carros de combate ocultos bajo redes de camuflaje. El silencio permite escuchar las pisadas en la nieve de los tres tipos de personas que transitan la calzada: vecinos que van a la compra, operarios tapiando los últimos escaparates y periodistas que reciben una visita guiada por cuatro calles. Desde la Ópera, hasta la estatua del duque de Richelieu.
Desde allí se ve el principal puerto de Ucrania y un mar vivo cuya calma podría traer el desembarco de los buques rusos. Algo que no parece importar a parte de la prensa extranjera que pasea entre las barricadas como el que se divierte en un campo de paintball.
Hay selfies y vídeos para la familia. También miradas de respeto a tipos con el rostro oculto que, bajo el fusil y el uniforme, muestran marcas de acné y recuerdos familiares. “Tengo ganas de que empiecen los disparos”, se adelanta a contestar Eduard, sonriéndole a su amigo Dmitry. Cadetes de 18 y 19 años a los que les ha tocado ponerse en las primeras líneas de defensa.
Uno es artillero y el otro alumno de la marina. Este último creció en Mykolaiv, una ciudad a 130 kilómetros que ha sufrido esta semana los bombardeos del Kremlin. El sur de Ucrania es una de las prioridades de Putin y así lo muestra la crueldad de la asfixia sobre Mariupol y el envío de 11ingenieros a la central nuclear de Zaporiyia.
En la ciudad portuaria del Donbás han muerto más de 1.500 civiles y llevan una semana sin luz ni agua. El temor a un cerco y ataque aéreo similar en Odesa ya lo deslizó el propio presidente ucraniano siete días atrás, pero no se ha producido todavía. El mal tiempo, la deficiente campaña por tierra y las numerosas bajas rusas están proporcionando un tiempo extra para preparar la defensa de este enclave.
En el interior, las diferentes bases de las milicias están llenas de hombres deseosos de firmar un contrato que les permita empuñar un arma y formar parte de los grupos militares. Desde las playas, voluntarios rellenan sacos blancos con arena dando cuatro paladas. Las excavadoras los cargan en camiones y los soldados las apilan construyendo barricadas junto con bloques de hormigón y gomas de vehículos.
Entre esas defensas patrulla Andrii, de 28 años. Hasta el 24 de febrero se ganaba la vida viajando por toda Europa al volante de un camión. Tras ver el asalto ruso sobre Kiev compró billetes de autobús desde la República Checa y cruzó la frontera polaca. Él fue uno de tantos ucranianos que en las dos últimas semanas ha regresado para defender su tierra.
“Tuve suerte, visité a mis padres y a mi hermano antes de que los rusos tomaran Jerson”, confiesa junto a las escaleras Potemkin. Con el servicio militar obligatorio finalizado en 2020, se alistó con facilidad.
“Todavía no tengo miedo. Imagino que empezaré a sentirlo cuando arranque el asedio. Luego ira bien”, se auto convence en voz alta. Buen tirador, no tiene experiencia real en combate. Las leyes ucranianas protegen de ir al Donbás a los jóvenes que hacen la mili.
Otros como Vitali, oficial de 26 años, son veteranos de las trincheras del Donbás. Una guerra que ya dura ocho años y que ha servido como bautismo de fuego a miles de ucranianos.
“Debería responderte que echo en falta a mi mujer y mis amigos, pero la invasión nos obliga a ocupar nuestras cabezas en defender Ucrania”, asegura. Su familia se ha quedado en el país porque “es fuerte y no tiene miedo a los rusos”.
Desconfianza y concierto
Odesa está cercada y para acceder al que fuera el centro turístico de la ciudad abundan los controles militares. Pasaportes, recordatorios del toque de queda (a las 19.00 horas hasta hoy, a las 20.00 horas a partir de la próxima semana) y prohibición para tomar fotos.
La única excepción para las imágenes es acudir al tour acreditado por el Ministerio de Defensa. Visitas en grupos que duran entre media hora y 45 minutos. La mayoría, además, termina con vivas a Ucrania en breves conciertos frente a la Ópera. El ritual siempre es el mismo: fotos, vídeos, falsos directos y militares desconcertados por verse apuntados por cámaras antes que por el enemigo.
Por eso algunos como Vyktor, Aleksandr o Serhei muestran sorpresa al ser preguntados por sus vidas. Lo mismo ocurre con otros tantos que prefieren no dar su nombre. “¿Te interesa de verdad?", duda Misha tras colgar una vídeollamada con su pareja.
Quizá nadie les ha hecho saber aún que no sólo importa la defensa de Odesa.
Noticias relacionadas
O gestiona tu suscripción con Google
¿Qué incluye tu suscripción?
- +Acceso limitado a todo el contenido
- +Navega sin publicidad intrusiva
- +La Primera del Domingo
- +Newsletters informativas
- +Revistas Spain media
- +Zona Ñ
- +La Edición
- +Eventos