Cuando suenen las sirenas antiaéreas, no podrán correr a esconderse en el refugio del sótano. Tampoco se protegerán con el calor y los abrazos de sus madres. Son cinco y tienen seis meses de vida. O ninguno, depende de cómo se lleve la cuenta. Nacieron antes de lo esperado, pareciendo intuir que las cosas se complicaban fuera. Ahora, entubados y con manos diminutas que tratan de aferrarse a ciegas, han superado el momento más peligroso de su existencia.
O al menos así ocurre con los 14 millones de bebés prematuros que sobreviven al primer día, cada año en el mundo; pero ellos han nacido en el sur de una Ucrania que se aproxima a la cuarta semana de invasión. Las enfermeras de la UCI intentarán evitarles infecciones y el ahogamiento de pequeños pulmones aún por desarrollar. Sin embargo, los últimos eventos en el este del país preocupan al equipo médico formado por 300 profesionales. Con el ejército ruso apuntando a Odesa, el principal peligro parece estar a un centenar de kilómetros del hospital.
"Claro que tenemos miedo, ahora nadie puede garantizar la seguridad de este ni de ningún otro complejo hospitalario", lamenta Igor Ryazancev, director del principal centro de maternidad en la región de Odesa.
Está en su despacho acompañado por el doctor Viktor Gluhov, antes de visitar la sala de cuidados intensivos en la que los cinco neonatos descansan. Dos de ellos lo hacen bajo lámparas de luz azul, el tratamiento más común para ayudar al hígado a procesar la bilirrubina.
El departamento se encuentra en la primera planta, donde un grupo de enfermeras los monitoriza desde la habitación contigua y les cambian pañales aún grandes para su tamaño. Vestidos con gorritos de lana, la pelusa todavía puede verse en sus cuerpos.
Bombardeos y refugio sin UCI
A diferencia de otros centros sin nombre (tan solo cambia el número) repartidos por la ciudad, aquí no han podido reubicar el quirófano ni ninguna de las salas UCI bajo tierra, donde han improvisado un búnker para las 145 camas disponibles. Tras 17 años en la dirección, Ryazancev no contemplaba verse envuelto en una situación de estas características. Los edificios colindantes tapian las ventanas con sacos de arena y la carretera que da acceso está protegida por militares.
Medidas que no son ninguna exageración de acuerdo a las cifras compartidas por Viktor Lyashko, ministro de Salud ucraniano, el domingo pasado. Según el mandatario, desde que se iniciara el asalto contra las principales ciudades del país el pasado 24 de febrero, siete hospitales han sido destruidos "completamente" y otros 104 habrían sido dañados por la artillería rusa. La OMS, por su parte, asegura tener documentados 31 ataques.
Además, al menos seis sanitarios han muerto y doce sufren heridas como consecuencia de la ofensiva. Precisamente, la agresión más brutal recogida hasta la fecha se produjo contra un centro materno-infantil. Fue en la ciudad de Mariúpol, donde ayer confirmaron el fallecimiento de una mujer embarazada y su bebé convertidos en símbolo, tras una foto compartida por todo el mundo en la que cuatro hombres la transportaban en camilla con el edificio destruido de fondo.
Atentados calificados por Volodimir Zelenski o Josep Borrell como "crímenes de guerra". También se ha sumado Reino Unido, prometiendo que ayudará a reunir pruebas para juzgar a Putin en La Haya por estos actos. Declaraciones que son efectivas mediáticamente, pero que no protegen a los sanitarios que decidieron quedarse y trabajar ante el éxodo masivo de compatriotas.
Aguantar un asedio
No lo han hecho en el enclave portuario del mar Azov en el Donbás, ni en Mykolaiv, a 130 kilómetros de Odesa, donde los hospitales fueron atacados durante el fin de semana. Conscientes del peligro, en el centro Regional de Maternidad hicieron acopio de instrumental semanas atrás. También mantienen abiertas conversaciones con un departamento de Naciones Unidas.
–¿Cuál es el plan si los rusos cercan la ciudad?
–Seguiremos atendiendo a las mujeres embarazadas que vengan a dar a luz. Nada cambia –responde Gluhov, de 39 años, cuya familia sigue en Odesa.
–Tenemos un repositorio para aguantar un cerco de tres o cuatro meses en los que no nos llegue nada –sostiene Ryazancev.
A una veintena de kilómetros, Iryna Holovatyuk, directora de otro complejo, confirma que todos los sanatorios tienen reservas, calefacción y luz. Lo que no impide temer un bombardeo y pedir privacidad para ocultar su hospital: "Tenemos miedo, mira el silencio que hay en la ciudad".
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