Todo hace indicar que esta semana será decisiva en el desarrollo de la invasión de Ucrania. El bombardeo sobre Kiev se hace cada día más intenso y el desembarco en Odesa puede ser una cuestión de días, si no de horas. Habrá que ver si el ejército ucraniano puede mantener sus posiciones en ambos frentes sin descuidar la defensa de Mariúpol, la de Járkov o incluso el avance hacia Lviv, al oeste del país, la zona más nacionalista y, hasta este fin de semana, la más respetada por el terror de la guerra.
La inteligencia estadounidense cifra ya en unos 7.000 los soldados rusos muertos en combate, a lo que habría que sumar entre 20.000 y 30.000 heridos. Eso, sin haber conseguido por completo ninguno de sus objetivos iniciales: el Donbás sigue siendo lugar de constantes enfrentamientos, los puertos del Mar Negro y el Mar de Azov resisten como pueden y la capital, arrasada, mantiene suficiente autonomía como para que los líderes de Eslovenia, Polonia y Chequia viajaran este martes en tren para reunirse con Zelenski y mostrarle su apoyo.
Tras tres semanas ya de guerra abierta, es cierto que la resistencia ucraniana parece pender de un hilo, pero ¿no ha sido esa nuestra impresión desde el tercer día? Una cosa es mostrarse superior y contar con un armamento más potente y otra cosa es de hecho controlar un país… o una ciudad siquiera. Eso requiere de tiempo, energía, dinero y muchas tropas instaladas en cada lugar que vas tomando. También implica muchísimos muertos. Putin pensaba que podría apoyarse en los sectores prorrusos del país vecino y sencillamente no ha sido así.
La idea del presidente ruso era hacerse pronto con el este del país, la capital y las salidas al mar. A partir de ahí, el resto de la guerra sería casi un trámite y se podría contemplar la invasión total del país o la posibilidad de dividirlo en dos: una Ucrania prorrusa, dependiente del Kremlin… y una Ucrania nacionalista, vigilada, pero sin tropas sobre el terreno ni una ocupación como tal. Ganar "espacio vital", llevar la frontera unos cientos de kilómetros más allá y, de paso, quitarse de encima un gobierno incómodo al que siempre se le podría dar la puntilla más adelante.
Los problemas de las guerras de ocupación
Al no darse así las cosas, la logística se ha complicado muchísimo para Putin. Sobre el papel, los bombardeos de este fin de semana en zonas cercanas a Lviv (Leópolis), incluida una estación militar que servía a su vez de lugar de paso para refugiados, podrían tener sentido. Podrían demostrar que, a corto o a medio plazo, el oeste es vulnerable. Bastaría con tomar Odesa, hacer subir desde ahí unas cuantas tropas, bajar otras tantas desde Bielorrusia y avanzar desde Kiev para hacer pinza sobre la gran capital del oeste y forzar una rendición inmediata.
La práctica, sin embargo, desaconseja opciones de ese tipo. Más que nada porque aún no ha conquistado Odesa ni ha conquistado Kiev. El devenir de la guerra parece descartar la idea de la ocupación absoluta del país y refuerza la premisa de tolerar un gobierno autónomo en el oeste siempre que no busque el enfrentamiento con Moscú. Si el este, territorio en principio más afín a Rusia, está siendo tan complicado de controlar, ¿de dónde sacaría Rusia tropas suficientes para terminar la conquista y lanzarse contra el hostil oeste? Putin debe tener mucho cuidado con eso. Si los bombardeos eran un intento de intimidar desde el aire, un "aquí estoy yo" destinado a atemorizar a la población civil y sacar músculo ante la vecina Polonia, se puede hasta entender. Si eran su manera de anunciar un futuro ataque en toda regla, el error es hasta grosero.
Incluso si esta semana se les da especialmente bien a las fuerzas invasoras, queda la guerra de guerrillas. Queda la lucha calle por calle, casa por casa. Queda la insurgencia, el terrorismo, la desobediencia civil. Lo que ya sufrieron los soviéticos en Afganistán cuando entraron a sangre y fuego en diciembre de 1979. Lo que se han encontrado los Estados Unidos allá donde han intentado imponer gobiernos afines. Conquistar Kabul puede ser fácil, pero mantener allí una legalidad y un orden supone muchísimo dinero y muchísimos soldados, más de los que dispone ahora mismo Vladimir Putin.
Lo lógico sería conformarse. Si a Putin le bastara con la autonomía del Donbás, el reconocimiento de Crimea y el compromiso de que Ucrania no entrará en la OTAN, podría parar esta "operación especial" hoy mismo. Zelenski parece dispuesto a aceptar todo ello, no le queda más remedio. Da la sensación, no obstante, de que el presidente ruso no quiere dar la más mínima opción de reorganización a su enemigo. No quiere dejar las cosas a medias. Quiere negociar, sí, pero cuando ya controle los puertos y controle las capitales. Entonces, ya sí, estaría dispuesto a hablar del resto.
El desaconsejable doble frente
El problema, hay que insistir, es cuánto tiempo va a tardar en tener ese control y de qué le va a servir una paz firmada con un gobierno a la fuga. Aún quedaría, además, la cuestión clave: cuánto terreno quiere abarcar. Volvamos a la hipótesis de invasión del oeste, incluso de desplazamiento de tropas como demostración de fuerzas. ¿De dónde van a salir? ¿Mercenarios sirios? ¿Con qué dinero va a pagar Rusia los meses que se tendrán que quedar ahí? El ejército ruso no puede envolver completamente Lviv como está intentando envolver las demás grandes ciudades de Ucrania por una cuestión puramente geográfica: al oeste de Lviv queda Polonia, es decir, queda la OTAN.
Abrir dos frentes suele ser una buena opción ante un ejército superado como el ucraniano… pero es una decisión pésima si el ejército en cuestión basa su resistencia precisamente en la dispersión y el conocimiento del terreno. Abrir un segundo frente en Ucrania, ahora mismo, sin acabar de cerrar el primero, abre la posibilidad, directamente, de perder una guerra que, a la fuerza, por pura capacidad de destrucción, solo puede ser ganada. Incluso en el improbable caso de que Putin quiera meterse en esas, es decir, que quiera perder otros 10.000-15.000 jóvenes rusos intentando tomar las distintas localidades que hacen frontera con Hungría, con Moldavia, con Polonia… tendría el mismo problema que en el este, pero multiplicado: ¿cómo mantener ahí el orden?, ¿cómo instaurar una nueva autoridad?, ¿cómo hacer que esa autoridad se respete?
Estos ocho años de guerra en el Donbás han costado miles de vida a ambos bandos, pero, al fin y al cabo, esos bandos compartían frontera. ¿Vas a jugártela a un nuevo Donbás pero en la otra punta del país? Es más, ¿vas a coquetear con la posibilidad de un error en un bombardeo o en una acción represiva que acabe con tus tropas o tus proyectiles en territorio de la OTAN, con lo que eso conlleva? Parece innecesario, la verdad. Putin hará bien en dejar el oeste tranquilo y rascar todo lo que pueda en las negociaciones por el este. Lo contrario sería una temeridad que su ejército no está en condiciones de soportar. O no en estos momentos; en el futuro, ya se verá.
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