La imagen habla por sí sola. Y se repite a lo largo de decenas de calles y cruces de la ciudad de Mikolaiv. Prácticamente en cada esquina. Neumáticos apilados aquí y allá. Ruedas viejas en forma de trinchera o formando barricadas. Junto a ellos, cócteles molotov esperando ser prendidos para incendiar con ellos las gomas. El objetivo es la resistencia desesperada. Asfixiar a los rusos con el humo negro, cegarles por completo. Impedir como sea su avance, ralentizarlo, asegurar la vía de escape una vez la ciudad sea indefendible. Porque nadie lo dice, pero Mikolaiv caerá. Lo hará antes o después.
Por eso la otra imagen fundamental en la ciudad son los cables que cuelgan del puente Varvarovsky. Pegados a la estructura del puente levadizo se encuentran los explosivos que los ingenieros del ejército ucraniano han dispuesto cuidadosamente. Cuando la ciudad sea indefendible, cuando apenas queden un puñado de hombres, el último de ellos, será el encargado de apretar el botón y volarlo por los aires.
De su medio millón de habitantes, más de la mitad han huido hacia el oeste buscando las fronteras de Polonia, Eslovaquia, Rumanía o Moldavia. Mikolaiv no es seguro. De hecho, ese puente de apenas unos centenares de metros es ahora el único camino hábil sobre el río Bug Meridional, la única forma en que los blindados y acorazados rusos podrían cruzar y completar por tierra el cerco que ya se cierne sobre Odesa con el bloqueo marítimo de la marina rusa.
Los analistas estiman que Rusia ha aplazado en al menos ya dos ocasiones el asalto anfibio sobre Odesa a la espera de que sus tropas en tierra firme superen Mikolaiv y puedan apoyar el asalto desde la retaguardia de la ciudad ucraniana. Durante más de una semana, la artillería rusa ha percutido sin descanso sobre la ciudad desde la vecina Jersón, la primera (y única) gran ciudad ucraniana que ha caído en manos rusas y desde los sistemas de misiles guiados tienen la distancia perfecta sobre Mikolaiv.
El coche del alcalde
En los primeros días del asalto, las tropas rusas llegaron a penetrar en el casco urbano de la ciudad, pero la resistencia local logró repelerlos en un primer momento. Al frente de todos ellos, Vitaliy Kim, el gobernador de la ciudad, que ya se ha convertido en un icono de la resistencia al nivel del propio Volodímir Zelenski o del alcalde de Kiev, el excampeón de los pesos pesados Vitali Klichkó. Sus vídeos en redes sociales y sus insultos a los rusos -"orcos" o "bastardos"- le han lanzado al estrellato. Es más, acumula más de 700.000 followers, más que toda la población de su ciudad.
Durante días, ha circulado la imagen por todas las redes sociales de un BMW descapotado con una metralleta de gran potencia armada en su parte trasera. En el vídeo, un ucraniano presume de su potencial y se identifica como miembro de la policía de la ciudad. Lo que no se dice en el vídeo es que el convertible, tal y como ha informado SkyNews, era propiedad de Vitaliy Kim, quien lo ha donado a las fuerzas del orden para hacer frente al invasor.
Batalla de Voznesensk
Una ciudad tan castigada como Mariupol, Jarsón o Kiev se ha convertido en un punto clave no sólo por su situación estratégica camino de Odesa sino porque sus vecinos de Voznesensk la han convertido en el único paso posible sobre el río Bug Meridional. Situada unos 90 kilómetros al norte de Mikolaiv, la resistencia de esta localidad de apenas 35.000 habitantes no cedió a la presión rusa durante el salvaje asalto ruso del 2 y el 3 de marzo, pero sí volaron el único otro puente capaz de soportar el peso de sus tanques y acorazados.
Con el paso de los días se han ido conociendo detalles de una batalla fundamental en la ralentización de la guerra, uno de esos lugares que la historia quizás no recordará pero que han obligado a Vladímir Putin y a sus generales a cambiar de estrategia. Por su culpa fracasó la blitzkrieg rusa. Por su culpa se ve Rusia en este punto después de 21 días de guerra, sin gasolina ni raciones de combate para sus soldados. Es más, las fuerzas ucranianas están contraatacando en algunos puntos concretos de este frente.
Durante la batalla de Voznesensk se evidenciaron dos de los ejes centrales del conflicto.
Primeramente, el ejército ruso, mejor preparado y mejor armado, se enfrentó al ejército ucraniano, a las milicias y a los civiles de una región rusohablante que no les recibió con banderas como esperaba la inteligencia del Kremlin y que están ofreciendo una feroz resistencia pese a no tener ni un sólo tanque con el que defender la ciudad.
Según datos de fuentes ucranianas facilitados al The Wall Street Journal, en aquella ofensiva participaron no menos de 400 soldados de la infanteria rusa, de los que habrían muerto unos 100. Más aún, en su retirada, los rusos habrían dejado atrás 30 de los 43 tanques y camiones con los que realizaron el ataque. Incluso habrían abandonado un helicóptero de ataque Mi-24.
Sorprendente, el segundo elemento nada tiene que ver con la estrategia militar sino con el ingenio y la viveza que están planteando los ucranianos a la hora de jugar sus escasas cartas. Si durante los primeros días de combates ha sorprendido cómo utilizan drones de uso civil para marcar los tanques rusos con láser y señalizar a la artillería dónde debe disparar, en Voznesensk Rusia ha descubierto que las redes sociales no sólo sirven para la diseminar la propaganda de Zelenski.
Las fuerzas ucranianas no sólo están utilizando a los civiles para armar milicias o llenar sacos terreros. En Voznesensk fueron claves para marcar a los tanques rusos y trasladar a la artillería las coordenadas exactas donde debían disparar a través de mensajes en la red social Viber, una especie de WhatsApp.
Dos factores clave que mantienen la moral alta y las posibilidades de resistencia aún vivas. Odesa aún está libre. Kiev resiste. Mariupol resiste. Járkov resiste. Toda Ucrania resiste. Las dudas son hasta cuándo y, sobre todo, cómo de alto será el precio a pagar por ello.
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