Probablemente recuerden la escena. El 22 de febrero, justo dos días antes del inicio de la invasión rusa de Ucrania, el director del Servicio de Inteligencia, Sergei Naryshkin, comparecía visiblemente nervioso ante el presidente, Vladimir Putin, y el resto de su comité de defensa. Irritado por sus divagaciones, con una media sonrisa, Putin acababa pidiéndole que fuera claro. Que se pronunciara de una vez en torno a la cuestión que estaban debatiendo. Naryshkin, completamente perdido, balbuceaba, y acababa afirmando: "Apoyo la propuesta de que las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk se unan a la Federación Rusa".
Solo que ese no era el debate. El debate era si Rusia debía reconocer la independencia de dichas repúblicas autoproclamadas en el este de Ucrania. Así se lo hizo saber Putin de inmediato, con un gesto de incredulidad. Y Naryshkin, que, obviamente, se había adelantado a los acontecimientos, rectificó y repitió las palabras de su líder.
Es curioso que el vídeo se hiciera tan viral en su momento y que en estos dos meses y pico hayamos olvidado lo que ahí se decía: el objetivo desde un inicio, efectivamente, no era reconocer la independencia de ningún territorio prorruso en Ucrania. Era su anexión pura y dura por parte de la Federación Rusa.
Al menos, de eso está convencido el Pentágono. En Estados Unidos creen que el Kremlin anunciará próximamente referéndums en Donetsk, Lugansk y Jersón que no tendrán como objetivo la independencia sino la pertenencia a un nuevo país. Lo que no se especifica es cuándo se hará esta declaración.
El Ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigú, y el de Exteriores, Sergei Lavrov, han manifestado en los últimos días la intención de su país de no acelerar las operaciones para poder acabar la guerra el 9 de mayo, Día de la Victoria. Algo que se rumoreó en su momento y que habría trasladado el presidente de Hungría, Viktor Orban, al Papa Francisco.
De ahí que extrañe el último rumor que atribuye al secretario de defensa estadounidense, el general Lloyd Austin, la afirmación ante el Senado de que la guerra en Ucrania "terminará en pocas semanas". ¿Quiere esto decir que Ucrania expulsará a las tropas rusas? ¿Quiere decir que no confía en su capacidad para defenderse ante una nueva ofensiva en el este y el sur?
¿O quiere decir, simplemente, que la anexión de estos territorios puede ser motivo suficiente para que Rusia dé por acabada su "operación militar especial" y Ucrania acepte un alto el fuego para salvar al menos Dnipro y Odesa?
Cambio diplomático de tornas
La verdad es que las declaraciones atribuidas a Austin son tan sorprendentes que hay que tomarlas con mucha precaución en un contexto de abundante desinformación. Sea como fuere, la decisión de anexionarse estas tres provincias, con o sin referéndums, que son difíciles de organizar, fáciles de sabotear y no recomendables por ser donde más combates se están dando en las últimas semanas, puede cambiar al menos el aspecto diplomático y propagandístico de la guerra. Tanto como acabarla, parece excesivo, pues eso requeriría de una capitulación desde Kiev que ahora mismo cuesta intuir.
La primera consecuencia de esta anexión sería que Ucrania dejaría de ser formalmente el país agredido y pasaría a ser el agresor. Al menos, de cara a la opinión pública rusa y todos los países que simpaticen con la causa. El ruso dejaría de ser un ejército invasor y pasaría a ser el que se defiende de los ataques enemigos. Moscú tendría la obligación de ampliar el frente como un mero instinto de supervivencia y probablemente llevarse por delante también la provincia entera de Zaporiyia, capital incluida.
Si esta decisión finalmente se toma mediante un referéndum con su esperable pucherazo -no hay censos, no hay centros de votación, no hay juntas electorales, ni siquiera todo el terreno de esas tres provincias está en manos de autoridades rusas-, siempre se podrá decir que Rusia se limita a hacer lo que le pide el pueblo de esas regiones.
A los habitantes de Donetsk, Lugansk, Jersón y probablemente de Zaporiyia, les gustaría ser rusos… pero Kiev les obliga a ser ucranianos. Ahí estaría el gran ejemplo de nazificación y la excusa perfecta para toda la invasión.
El ejemplo de Crimea
Hablamos de Zaporiyia porque no tiene pinta de que el famoso "corredor" que uniría Transnitria con el Donbás sea otra cosa que una apropiación de territorio pura y dura. Y dicho "corredor" tiene que pasar por Zaporiyia como probablemente tenga que pasar por Dnipro y acabar en Odesa. De ahí que sea complicado ver una solución a un proyecto tan ambicioso en cuestión de semanas.
Las tropas rusas están ahora mismo muy lejos de conseguir todos esos objetivos: resiste el este y resiste el sur. Los frentes no se están moviendo más que unos pocos kilómetros y no siempre en el mismo sentido.
En cualquier caso, las noticias que llegan de Jersón, donde los actos de sabotaje son frecuentes y donde, según la inteligencia británica, las fuerzas rusas se estarían reagrupando para lanzar un nuevo ataque sobre Mikolaiv contando ya con algunas de las tropas llegadas desde Mariúpol, apuntan a algo más que un "protectorado".
Las autoridades ucranianas han denunciado en los últimos días que los nuevos líderes designados por el Kremlin están intentando cambiar el currículo educativo para adaptarlo al ruso. También pretenden cambiar desde ya mismo la moneda local, la grivna, por el rublo.
En resumen, ni están de paso, ni pretenden apoyar una república independiente. Han llegado para quedarse. Hablamos de un imperialismo expansionista como hace tiempo que no observábamos.
Tanto Rusia como la antigua URSS han protagonizado conflictos fuera de sus fronteras en Afganistán, Siria o Georgia. Pero nunca se han anexionado esos territorios. Lo mismo ha sucedido con Estados Unidos en Irak, el propio Afganistán, Yugoslavia, Panamá o El Salvador. Eran guerras de dominio, de control del poder, no de expansión de territorio.
Tal vez el único precedente en ese sentido sea precisamente el de Crimea en 2014, cuando el ejército ruso desplegó sus tropas y tomó la península en un visto y no visto. Después, se estableció un período transitorio de nueve meses y medio hasta la completa inserción del territorio como un estado más dentro de la Federación Rusa. Ahora es una "parte inseparable del territorio ruso", como establece su constitución, promulgada el 11 de abril del mismo 2014.
Allí, por cierto, no hubo referéndum como tal ni hubo estatus intermedio de República Popular como en Donetsk y Lugansk. Se hizo por las bravas. El mismo método que parece que pretende repetir Putin ocho años más tarde.
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