Han pasado 70 días desde que Rusia comenzó su invasión de Ucrania. Casi dos meses y medio en lo que Mariupol ha sufrido bombardeos y fuego de artillería del ejército de Vladímir Putin casi a diario. Un infierno multiplicado por 1.000 toda vez que la ciudad fue cayendo poco a poco, barrio a barrio, y quienes no tenían dónde ocultarse acabaron en los túneles de la siderúrgica de Azovstal. Allí han permanecido buena parte de la guerra. Allí siguen cientos de civiles. Hombres, mujeres, mayores y pequeños. Pero de allí, del mismo infierno, por fin, han podido salir 156 civiles a través de un corredor humanitario.
Desde que Antonio Guterres, el presidente portugués de Naciones Unidas, se implicó personalmente en el conflicto su principal objetivo fue sacar a la mayor cantidad posible de civiles de Mariúpol. Primero lo negoció con Putin, después con Volodimir Zelenski en Kiev, donde incluso sufrió un bombardeo de las tropas rusas. Sin embargo, logró su meta y junto con Cruz Roja pudo organizar un corredor humanitario en la ciudad del sureste ucraniano pese a las dificultades impuestas desde el lado ruso de la negociación.
El pasado jueves fuentes ucranianas calculaban que en la planta metalúrgica de Azovstal permanecía atrincherado medio millar de combatientes además de unos mil civiles, de los cuales unos 500 estarían heridos sin posibilidad de recibir tratamiento médico. Además, las reservas de alimentos y de agua estaban próximas a agotarse, tal y como informaban fuentes del ultraderechista Regimiento Azov.
Alcanzar un acuerdo entre Ucrania y Rusia tras las repetidas y decepcionantes negociaciones entre ellos no fue sencillo y por momentos los bombardeos hacían pensar en que los rusos habían decidido romper el trato unilateralmente con bombardeos esporádicos, pues la operación en Mariúpol comenzó el viernes de la pasada semana y hasta este martes a las 16.00 horas no llegaron a Zaporiyia los primeros refugiados.
En el interior de Azovstal quedan aún centenares de personas. Había, según explicó a EFE una joven evacuada, 30 refugios y algunos de ellos han sido destruidos. No se sabe si permanecen en ellos personas vivas o están todos muertos. Llegaron hasta allí huyendo de la destrucción de sus casas. Al principio una mujer se encargaba de preparar y controlar la comida de todos. Los adultos sólo comían una vez al día -en el desayuno-, mientras que los niños comían más veces. Llegaron a alimentarse de productos que habían perecido porque tenían hambre, relataba a la agencia de noticias una mujer de unos 60 años llamada Elina.
Los afortunados que no ocupaban ninguno de esos refugios destruidos o los que, simplemente, no estaban (mal)heridos salieron de la acería por su propio pie, con las escasas pertenencias que les quedaban, trepando entre escombros, dubitativos y asustados por si Rusia decidía volver a bombardear la zona en ese momento. La primera parte de la huida, la más complicada antes del acuerdo con Rusia, la más sencilla una vez hubo pacto.
"Cuando anunciamos el acuerdo y la parte rusa accedió a la evacuación acordamos que nos darían 90 autobuses y determinaron tres ubicaciones, pero sólo 14 autobuses llegaron a dos de esas ubicaciones y sólo tres de ellos han logrado llegar a Ucrania", explicaba Vadym Boichenko, alcalde de Mariúpol este mismo lunes a la agencia Interfax-Ukraine. "Ocho autobuses desaparecieron en algún lugar. Se suponía que debían moverse hacia Zaporiyia, en la zona controlada por nuestro Estado, pero se perdieron en algún lugar", denunció.
Centros de filtración
"Se pierden en estos centros de filtración. Desafortunadamente, ellos (los rusos) toman y secuestran a nuestros residentes, y hoy esto está sucediendo", insistió Boichenko sobre estos centros que, según las autoridades de Kiev, son instalaciones a las que llevan a la fuerza a civiles de las zonas ocupadas y que posteriormente trasladan a algún punto del territorio ruso. Al ser preguntado sobre cuántos centros de este tipo podría haber en Mariúpol y sus alrededores, aseguró que hay cuatro y que las tropas rusas están "filtrando" meticulosamente a los ciudadanos que tratan de viajar al territorio controlado por el gobierno ucraniano -los fotografían y toman sus huellas dactilares-.
Mientras que 32 personas evacuadas de Azovstal decidieron voluntariamente quedarse en la ciudad de Mariúpol en busca de sus familiares, aún no se sabe nada de los ocho autobuses 'perdidos' en el camino a Zaporiyia. Lo que sí ha quedado documentado son las 48 horas que los vehículos han tardado en recorrer un trayecto de apenas 220 kilómetros que en condiciones normales se realizaba en unas tres horas.
Durante ese recorrido, los refugiados se han encontrado minas, municiones sin explotar y ataques de mortero. “No tengo ni idea de dónde venían”, explicó Sebastian Rhodes, de Naciones Unidas, al ser preguntado sobre si los atacantes eran rusos. Incluso hubo que cambiar el recorrido original para evitar riesgos mayores. “Fue una operación extremadamente complicada”, aseguró sobre el terreno una portavoz de Naciones Unidas.
Verborrea y silencio
Los vehículos –también de particulares—llegan con el cartel de “niños” en las ventanas y recuerdan a los que portaban ciudadanos inocentes en las poblaciones cercanas de Kiev; avisos que no evitan los disparos de las fuerzas rusas. Por eso, más allá de la tensión y el importante despliegue mediático internacional, muchos se saben afortunados. Cada uno con su historia. Heridos, lisiados, hombres solos, mujeres con mascotas, familias y niños. Arrastran maletas, comen con ímpetu y, mientras unos hablan sin parar buscando curar sus heridas, otros observan en silencio la llegada de más compatriotas.
Algunos no pudieron ver la luz del sol y respirar hasta hace relativamente poco, otros llevaban bajo tierra desde el 24 de febrero. Se ven las ganas de respirar lejos de cuatro paredes en los supiros al cielo y en las lágrimas de señores de 110 kilos que se avergüenzan de llorar delante de las cámaras.
“Marchad más allá de Dnipro, iremos a por vosotros y os mataremos”, cuenta Olga que le dijeron los rusos. No muy lejos, Viktoria, de 26 años, posa con una bandera amarilla con el símbolo de Regimiento Azov. “Ellos hacen lo imposible por defender Mariúpol, el Gobierno debería hacer lo imposible para sacarles de allí”, sostiene.
Bajo tierra se encuentran su padre, su hermano y su marido. Con este último lleva 15 días sin poder comunicarse. Un motivo que le llevó a ella, y a otras muchas mujeres, a proponer su presencia como escudo humano en los corredores humanitarios de una planta metalúrgica que continúa siendo bombardeada día y noche.
Si el domingo, tras la salida de estos autobuses de la región de Mariúpol, bombardearon la zona, ahora han vuelto los ataques, dejando, al menos, dos muertos entre la población civil. Han llegado los primeros de Mariúpol, con la atención de la prensa y la presencia de representantes políticos ucranianos. La gran pregunta es qué pasará en unos días. ¿Se acordará alguien de los ‘rotos’ de Mariúpol?
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