Son las doce del mediodía y hace seis horas que ha sonado la alarma de un despertador que nadie programó. Cuatro explosiones casi seguidas que hacen vibrar todos los edificios del centro de Bakhmut. Después, varios segundos de silencio y cuatro estallidos más. Pum. Pum. Pum. Pum. Es la segunda mañana consecutiva que Rusia trata de alcanzar una base en la que descansan soldados ucranianos en un enclave estratégico del Donbás. Montarse en un convoy con tipos armados para acercarse a la línea del frente no parece el mejor plan.
Lo mismo piensa Colorado –nombre en clave— cuando, nada más arrancar, los misiles impactan de nuevo en la ciudad. “Separad los putos coches, joder. Deberíamos abortar la misión”, grita al resto de vehículos detenidos en mitad de la calzada. Mientras, el comandante ucraniano que lidera la expedición trata de confirmar el estado de la carretera. El plan es recorrer los 55 kilómetros que separan Bakhmut de Lysychansk, ciudad en la colina sobre Severodonetsk; entregar comida, bebida, baterías portátiles y otros enseres básicos a los combatientes que fijan la última posición ucraniana de Lugansk. Y regresar.
Kiev apenas controla el 10% de la región y, de avanzar el enemigo, el objetivo de capturar las principales ciudades del este y rodear al ejército ucraniano estaría más cerca. El acceso a la autopista que conecta con Sloviansk y Kramatorsk, y la posibilidad de atacar desde la retaguardia en la zona sur del Donbás a los defensores que mantienen las líneas desde 2014, la convierten en un punto clave.
“Nos movemos”, grita Hawái, otro estadounidense del extraño grupo de extranjeros y locales. Pero antes de que el conductor de la furgoneta introduzca la llave, el comandante da marcha atrás y pregunta desde la ventanilla: “¿Conduces bien? Esto no es una broma”.
Bombardeos, aviones y chancletas
Tras realizar la única parada programada para comprar cajas de bebidas energéticas, los blindados con soldados en la parte superior confirman la dirección. Después lo harán las columnas de humo y explosiones cada vez más fuertes que guiarán el convoy hasta la primera línea del frente.
La artillería no descansa y por los mismos campos que arropan la carretera vuelan durante la jornada aviones SU-35 rusos cuyas bombas dejan muertos entre los civiles. No importa el tamaño de las poblaciones, nadie está a salvo.
El fuerte olor a quemado atraviesa los cristales del vehículo y un vídeo compartido por Telegram anuncia metros antes una gran columna de humo negro procedente de la fábrica de Knauf. La guerra del siglo XXI se ve en directo. Más allá del incendio y algunos coches desvencijados que regresan, son las posiciones de artillería las que revelan lo que todavía ocultan los mapas: Rusia avanza.
Sin embargo, todavía quedan habitantes en las poblaciones de camino, también en Lysychansk. Algunos van en bici, otros caminan en chancletas. Son pocos, mayores y vagan solos. El hambre y el cansancio tras 85 días de guerra abierta se aprecian en unos rostros que ni tan siquiera levantan la mirada en dirección al convoy que rompe el silencio de sus calles.
Check-point fantasma
Sin tráfico, el camino es una carretera larga con pocas curvas que parece llevarnos directos al último muro de Lugansk. Lo resumía Tazz, otro miliciano, antes de partir: “Ir, entrar y salir, sin complicaciones. Es fácil”.
Al igual que él se quedó finalmente en Bakhmut, en el este de Ucrania siempre hay sorpresas. El último control está desierto: no hay militares pidiendo explicaciones, tan solo coches quemados y silencio. El comandante decide no traspasar. Es un punto crítico. Las manos tiemblan, las marchas no terminan de entrar. El nerviosismo dificulta las maniobras para darse la media vuelta en una zona de por sí preparada con obstáculos para ralentizar el paso. Con el silbido de los neumáticos y la aguja disparada la aventura parece llegar a su fin.
“Menos mal, joder. Era una puta locura”, resopla Colorado desde el último asiento de la furgoneta. Lo que no sabe este joven pelirrojo es que los 160 kilómetros por hora que alcanzan los vehículos no tienen por objetivo regresar a casa. Vuelven sobre sus pasos para tomar un desvío mal asfaltado que atraviesa una fábrica soviética. Los grandes tubos y las chimeneas recuerdan a Azovstal. Los cráteres humeantes también.
Perdidos sin conexión
Lo que tenía que ser la parte más sencilla, se convierte en un problema para los voluntarios militares. La parada de un vehículo ha roto el convoy, no hay conexión y el comandante ha desaparecido en cruce con tres posibles direcciones. Inmóviles a las afueras de Lysychansk con los fusiles colgando del hombro nadie parece ponerse de acuerdo.
—Artillería a las 3 —grita Kate, una de las líderes del grupo.
—Demos la vuelta y volvamos a casa —sugiere Hawái.
—¡Abortad la jodida misión! —insiste Colorado, el más nervioso de todos.
Aunque el cartel de la entrada indica que estamos dentro de Lysychansk, la decisión parece estar tomada: volvemos a Bakhmut. Maniobrando de nuevo, un Lada antiguo con dos uniformados al volante nos da el alto y, con todo comprobado, se ofrece como guía para salvar la misión. Entre calles desiertas, farolas tumbadas y coches volcados llegamos a nuestro destino: un hospital militar.
El charco de sangre seca en la camilla lo confirma, aunque la falta de entusiasmo ante la llegada de suministros sorprende. Ni el grupo de hombres sucios ni los perros flacos hacen ademán de levantarse hasta que dos fuertes impactos activan a los altos mandos. El resto sucede muy deprisa. Gritos, ruidos de cajas, dedos en los oídos, más gritos y quejas contra la prensa. En el Donbás la paranoia de ser bombardeados tras la visita de periodistas no cesa ni cuando el fuego enemigo golpea tu jardín. Nadie quiere focos ni micrófonos.
Nos obligan a marcharnos y toca volver a solas. Las detonaciones son cada vez más potentes Los cristales vibran. Algún grito se escapa. El camino más rápido es atravesar el check-point fantasma por la carretera asfaltada. 120, 140, 150, 170… El humo –blanco ahora— oculta la calzada en las curvas. La cola de blindados en dirección Lysychansk se ha multiplicado. Hay aviación sobrevolando los alrededores. Algunos hablan de paz, pero al este de Ucrania le queda mucha guerra.
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