Si no fuera por el tamaño, parecerían paraguas. Apoyadas y bien recogidas en la esquina del porche, alguna hasta chorrea. Son camillas de palos y tela que se acumulan al mismo tiempo que se amontonan los vehículos en la entrada del hospital. En Bakhmut hay tormenta y nadie quiere salir al exterior: caen gotas de agua y llueven misiles rusos.
Pero alguien tiene que meter a los heridos que no pueden andar. Y son muchos. La artillería y los aviones empujan con fuerza desde la región de Lugansk, donde Kiev apenas controla el 10% del territorio. La nueva estrategia del Kremlin, pensada para avanzar lentamente asegurando las posiciones, parece funcionar en el este. Según Serhiy Haidai, gobernador de la provincia, el objetivo invasor más reciente es cortar la carretera que conecta Lysychansk con Bakhmut para dividir las líneas de defensa e interrumpir los suministros. El objetivo de rodear a las tropas ucranianas se acerca.
Los últimos informes hablan de un avance ruso desde Popasna en dirección Soledar, lo que confirmaría los malos augurios en la autopista que permite el abastecimiento entre las áreas controladas por Ucrania y las posiciones del frente. De perder la calzada, la resistencia se quedaría sin abastecimiento y el temido cerco estaría ocurriendo, al menos en parte. Más adelante, llegarían los asaltos sobre Kramatorsk, capital interina del Donbás desde 2014, o Sloviansk, que dejarían a Bakhmut como daño colateral.
Bombardeos aéreos y artillería que percuten sin descanso y agitan la ciudad dejando muertos a su paso. Ya son cerca de una decena de civiles fallecidos en los últimos días en Bakhmut, además de 12 muertos y 40 heridos en Severodonetsk. Estadísticas que dejan fuera las bajas fantasma de las fuerzas armadas ucranianas. “Llevaba 15 años sin fumar, pero, ¿sabes? la cosa está jodida”.
Lo confiesa Vadym, un pastor protestante reconvertido en sanitario por la invasión, en el porche del hospital. Un grito con su nombre interrumpe la conversación que termina con el cigarro flotando en un charco. Le toca volver a colocarse los guantes y coger las tijeras para cortar la ropa ensangrentada de soldados aturdidos que no saben dónde les han dado.
Enemigos invisibles
“Les oíamos, pero no vimos ni un orco. Solo podíamos cavar y esperar que los drones no revelaran nuestra posición”, reconoce Artem, un soldado ucraniano, tras dos semanas en la primera línea. Otros como él narran lejos de la grabadora historias similares. La batalla del Donbás se está librando con cañones, aviones y misiles balísticos de corto alcance, no con los fusiles que todos llevan colgados del hombro y el cuello. EEUU anunció un nuevo paquete de ayuda de 100 millones de euros, incluidos 18 unidades de obús ligero M777. Con este nuevo envío, la administración Biden se ha comprometido a entregar 108 piezas de 155mm en el último mes. ¿Será suficiente?
Los últimos movimientos revelan que no. O no todavía. Donde muchos analistas ven un avance ruso que podría ser clave para generar cambios en el este, otros intuyen el último impulso antes de que la ayuda extranjera y el resto de fuerzas defensoras terminen de reagruparse.
La realidad es que la presencia militar en Bakhmut se ha multiplicado en los últimos días y las ambulancias, camiones y blindados han tomado las calles. También continúan llegando extranjeros y miembros de la Defensa Territorial instruidos en otras regiones del país, al igual que lo hacen unidades que retroceden procedentes de la vecina Lugansk.
Vecinos bajo los escombros
Otros en cambio no pueden –o no quieren—. Vecinos que llevan ocho años en guerra y que no saben cómo han vuelto a terminar de nuevo en medio de las trincheras. Este fin de semana se reactivan iniciativas individuales para huir de un enclave del que la mayoría ya escaparon. Hace tiempo que la ciudad dejó de tener conexiones regulares con otras regiones del país.
Los últimos damnificados en Bakhmut han sido unos residentes de las afueras cuyo hogar se encontraba a escasos diez metros de la carretera que los rusos pretenden controlar. Un edificio de seis plantas reducido a escombros. Los bomberos reportaron cinco muertos el primer día, incluido un niño de dos años. Después se confirmaron varios más.
“Estábamos haciendo un crucigrama y, de repente, la oscuridad. El edificio se nos cayó encima. Fue realmente horrible”, relataba una vecina observando las labores de rescate. Ella se encontraba en el refugio, el único lugar tan solo parcialmente dañado, cuando ocurrió.
Los heridos que tuvieron menos suerte fueron trasladados en ambulancia, en Bakhmut todo termina en el hospital. Hasta los perros tienen sitio en el pasillo, también la ropa sucia y rota de los que entran a quirófano. Su destino, una caja de cartón con un nombre escrito con rotulador: Ucrania. El reflejo de una guerra que nadie sabe si podrán ganar.
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