Ucrania reaccionó tarde a la invasión rusa porque no confiaba en EEUU tras su error en Afganistán
Un informe señala que Zelenski y sus aliados europeos desoyeron las advertencias del Pentágono.
20 agosto, 2022 02:29"Si te enteras de que alguien planea atacar un país, pero todo el plan es una absoluta locura, lo normal es que reacciones de una manera sensata y pienses que es imposible que suceda". Así resume el francés François Heisburg, asesor para Europa del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, la falta de comunicación y confianza que determinó la respuesta militar tardía de Volodimir Zelenski ante el primer ataque de Vladimir Putin, lo que costó la pérdida de buena parte del sur de Ucrania y permitió a las tropas rusas plantarse a las puertas de Kiev y Járkov, las dos ciudades principales del país.
En un formidable reportaje que publica este miércoles el prestigioso diario The Washington Post, se explica al detalle esa falta de previsión en los días justamente anteriores a la invasión y los motivos de Zelenski y parte de la OTAN para no creer a la inteligencia estadounidense. Primero hay que poner un poco de contexto y remontarse a julio de 2021. La administración Biden había ordenado la marcha de las tropas estadounidenses de Afganistán para el 11 de septiembre en el convencimiento de que el ejército afgano sería capaz de combatir a las guerrillas talibanes y que el gobierno de Ghani aguantaría sin problema.
En julio ya se dieron cuenta de que algo fallaba y se decidió adelantar la fecha de retirada al 31 de agosto. Los informes del Pentágono sobre la zona indicaron entonces que la administración protegida por Estados Unidos podría aguantar noventa días. No fueron ni treinta: el 15 de agosto, huía de Kabul el grueso de soldados y diplomáticos occidentales y lo hacía también el propio presidente Ghani en un tremendo acto de cobardía que dejaba el país en manos de los bárbaros.
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El error en el cálculo había sido descomunal. Tanto, que el mundo tomó nota: cuando la misma inteligencia empezó a recibir información, por esas mismas fechas, de que Rusia planeaba una invasión de Ucrania, entrando a la vez por el este, el sur y las inmediaciones de Kiev, incluso los propios aliados se lo tomaron con una cierta reserva. El primero, el propio Zelenski. No es que el presidente ucraniano fuera ajeno a los continuos movimientos de tropas en la frontera este ni del continuo acoso verbal de los ideólogos nacionalistas rusos, pero había algo en los informes americanos que no le acababa de cuadrar.
La errónea percepción de Putin
Para empezar, como decía Heisburg, el plan era un suicidio. Invadir un país tan grande y tan preparado desde 2014 como Ucrania con unos 150.000-200.000 soldados y abriendo a la vez tres o cuatro frentes distintos no parecía razonable. Zelenski quiso contrastar la información estadounidense con sus aliados europeos y la respuesta fue casi unánime: tampoco era para tanto, le dijeron, avisando de que los americanos tienden a exagerar las cosas para influir diplomáticamente contra sus enemigos.
Angela Merkel, en sus últimos días como canciller, y Emmanuel Macron creían conocer perfectamente a Putin. Pese a su arrogancia, su complejidad, o su agresiva política interior y exterior… ambos daban por hecho que el presidente ruso era un "hombre de estado" tal y como se entiende en Europa: alguien con quien se puede negociar y que sabe adaptar sus convicciones a las necesidades de su país y a las oportunidades que se presentan. Sólo el Reino Unido creyó a pies juntillas la información estadounidense, pues coincidía con la de su propio servicio de inteligencia, pero ¿acaso Estados Unidos y Reino Unido no habían patinado en 2003 con la invasión de Irak y el escabroso asunto de las armas de destrucción masiva?
Los malentendidos diplomáticos
En general, Zelenski y su administración son muy ambiguos respecto a Estados Unidos en sus declaraciones. Por un lado, les agradecen toda la información ofrecida y el enorme esfuerzo económico y militar que están haciendo desde que empezó la guerra… pero, por otro, no dejan de insinuar que "se guardaban algo" y que, no tenía ningún sentido que les avisaran de la invasión, que incluso les ofrecieran una salida del país a Zelenski y a su familia (al estilo Ghani), sin que a la vez empezaran en ese mismo momento a mandar armas para poder defenderse.
Los Estados Unidos lo ven al revés: si el objetivo era no alarmar, mandar armas no sólo habría mandado el mensaje contrario, sino que además habría irritado sobremanera a Rusia. Públicamente, el Kremlin insistía, mediante su ministro de defensa, su ministro de exteriores y el propio presidente Putin en conversaciones con altos mandatarios en que no iba a haber ninguna invasión. De hecho, aún a día de hoy, siguen negando que haya una guerra en Ucrania y el término, casi seis meses y unos 50.000 muertos por ambos bandos después, sigue siendo "operación militar especial".
Hasta la misma semana de la invasión, Macron siguió creyendo que era posible salir del atolladero mediante algún tipo de acuerdo. Los viajes continuos de William Burns, Antony Blinken o el propio Joe Biden a Europa no sirvieron para convencer del todo a sus socios de la OTAN. La idea predominante seguía siendo la misma: es tan absurdo intentar invadir Ucrania de esta manera que, obviamente, no puede ser sino una fanfarronada. Los americanos, más prácticos, miraban sus datos, su información, sus mapas y solo concluían una cosa: la invasión era inminente, quedaba por determinar si sería total o parcial y exactamente qué día empezaría.
La lucha contra el alarmismo
El 12 de enero, Burns y Zelenski se reunieron y el director de la CIA fue muy directo con el presidente ucraniano: su seguridad y la de su familia estaban en riesgo. Era muy probable que en ese momento ya hubiera equipos de mercenarios en Kiev listos para entrar en acción en cuanto Moscú así lo decidiera. Por si eso fuera poco, en Washington estaban convencidos de que la propia inteligencia ucraniana estaba llena de topos rusos y que sería relativamente fácil encontrar a Zelenski allá donde se escondiera, matarlo y poner un gobierno títere en su lugar.
Siempre según fuentes recabadas por el Washington Post, Zelenski llegó a pensar que esa opción tampoco molestaba tanto a los Estados Unidos. "La mayoría quería ayudarnos -asegura el propio Zelenski en el reportaje- pero también había quien quería que las cosas acabaran lo más rápido posible. Nadie pensaba que Ucrania pudiera defenderse". Con esa base de desconfianza -recordemos que Zelenski se estrenó en el cargo con una llamada amenazante por parte del anterior presidente estadounidense, Donald Trump, que acabó en un proceso frustrado de impeachment-, los malentendidos estaban llamados a sucederse y así fue durante enero y febrero.
"Desde el principio nadie creía que Ucrania pudiese defenderse "
Cuando el 19 de enero, Biden afirmó en rueda de prensa que cualquier ataque a Ucrania contaría con la reacción inmediata de Estados Unidos, Zelenski prefirió obviar este mensaje principal y quedarse con una afirmación algo ambigua del presidente. A pregunta de un reportero, Biden pareció insinuar que, si en vez de una invasión se trataba de una escaramuza, Estados Unidos quedaría al margen. La formulación fue torpe, pero lo cierto es que, cuando salió a decir lo que dijo, él ya estaba convencido de que la invasión sería a gran escala, no había nada que matizar. También lo estaba el jefe de la inteligencia militar ucraniana, Kirilo Budanov, que había escondido todos los archivos comprometedores tres meses antes.
En Washington no salían de su asombro. Zelenski insistió en la necesidad de "no andar por ahí diciendo que va a haber una guerra" hasta el último momento, postura extendida por casi toda la Unión Europea y la OTAN con la excepción citada del Reino Unido y la de los países bálticos. Los telediarios abrían con enviados especiales a Kiev que no dejaban de incidir en el buen tiempo que hacía en pleno febrero y la normalidad que se respiraba en las calles.
El territorio que no se ha podido recuperar
Así, hasta que el 24 de febrero de 2022, las tropas rusas entraron exactamente por donde la inteligencia estadounidense había avisado desde el principio: desde Crimea hacia el norte, ocupando en la primera semana Jersón, Melitopol, gran parte de la región de Zaporiyia y rodeando Mikolaiv y Mariúpol; desde Bielorrusia hacia Kiev, atravesando la zona de exclusión radioactiva de la central de Chernobil, y desde Belgorod a Járkov, la ciudad rusoparlante más grande del país.
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Durante setenta y dos angustiosas horas, el gobierno de Ucrania pareció paralizado. Zelenski dio la cara en todo momento y aún ahora defiende su gestión: "El tiempo dirá si me equivoqué -matiza-, pero si hubiéramos entrado en pánico antes, la cosa habría ido peor", pero no falta quien hubiera deseado una movilización militar anterior. Para cuando el ejército ucraniano y las Fuerzas de Seguridad Territorial pudieron reaccionar, Rusia ya había ocupado demasiado territorio. Un territorio que se recuperaría alrededor de Kiev y Járkov con los meses, pero que sigue en sus manos en el Donbás y en el sur del país.
Zelenski no quiso alertar a su población ni dañar su economía. Estados Unidos no quiso "ofender" a Rusia con un envío precipitado de armas y la Unión Europea no quiso enterarse de nada, convencida, en su prejuicio, de que los estadounidenses volvían a equivocarse y que solo querían exagerar la maldad de Putin. Una tormenta perfecta de malentendidos. El caso es que, medio año después, la guerra sigue estancada en posiciones muy similares a las de aquella primera semana. Y no tiene pinta de que vaya a cambiar a corto-medio plazo.