Los drones lanzados sobre los barrios ricos de Moscú provocan reacciones de las élites rusas contra Putin
El líder del Kremlin ha respondido a los ataques de Ucrania con un mensaje moderado y muchos ya repiten que "el Zar debe marcharse".
1 junio, 2023 02:46El asunto no era solo atacar Moscú, sino mandar un mensaje. De entrada, al mundo: si el Kremlin ya había quedado en ridículo con la entrada por las bravas de las guerrillas del Cuerpo de Voluntarios y la Legión de la Rusia Libre por la frontera de Belgorod, la imagen de más de veinticinco objetos volantes pululando por la capital rusa sin ser antes abatidos ha puesto aún más en evidencia al gobierno de Putin.
Si fueron enviados desde suelo ucraniano, a más de 1.000 kilómetros de distancia, hablaríamos de un gigantesco fallo en cadena. Si fueron enviados por grupos infiltrados en territorio ruso, es obvio que Putin tiene al enemigo en casa, algo que debería preocuparle, y mucho.
El segundo mensaje tenía que ver con el objetivo elegido. Si hace un par de semanas, ya se vieron unos cuantos drones sobrevolar el Kremlin y la Plaza Roja, este martes el ataque se centró en el barrio de Rublyovka, a las afueras de Moscú. Rublyovka es el barrio por excelencia de las élites rusas, de los grandes oligarcas. La propia mansión de Putin no queda demasiado lejos de donde cayeron los restos de los drones abatidos por las defensas antiaéreas rusas. El asunto, por tanto, no era solo llevar la guerra a Rusia, sino llevarla al refugio de sus élites, para que se sientan amenazadas y entiendan lo que es vivir en el miedo constante.
Fuerzas antigubernamentales en #belgorod pic.twitter.com/opxailWCNf
— 🌍NOTINAFO 🇺🇦 -El noticiero de la #NAFO- (@NOTINAFO) May 23, 2023
En ese sentido hay que entender las declaraciones de Illya Ponomarev, uno de los críticos más duros con Putin. El millonario convertido en disidente político abandonó en su momento todas sus empresas en Rusia para huir a Ucrania, donde vive desde hace unos años. Ponomarev, que formó parte de esas élites antes de atreverse a criticar la anexión de Crimea en 2014, insinuó que estos ataques se repetirán en el futuro y dejó un mensaje claro: "El Zar debe marcharse" para poder volver a vivir en paz.
"¡Moved el culo de vuestras poltronas!"
El ataque sobre las zonas nobles de Moscú también fue utilizado por Eugeni Prigozhin, propietario del Grupo Wagner, para seguir con su campaña contra el Ministerio de Defensa. "¡Moved el culo de vuestras poltronas y defended este país!", les gritó a Shoigú y los suyos, acusándoles de pasividad ante los escarceos ucranianos. "Me da igual que destrocen vuestras casas en Rublyovka; por mí, que ardan en llamas, pero ¿qué pasará cuando les toque a los ciudadanos normales?", exclamó a gritos Prigozhin en un audio publicado en redes sociales.
Como se puede ver, en Rusia sigue el todos contra todos. Prigozhin tira de demagogia populista para poner al pueblo contra la oligarquía y a su vez la oligarquía mira recelosa a Putin porque ven que esto de la "operación militar especial" a cientos de kilómetros de casa está empezando a costarles demasiado caro en términos económicos. Si encima su seguridad y la de sus familias empieza a peligrar, la tentación de moverse contra el presidente puede ser cada día más fuerte.
En medio de todo esto, claro está, queda Putin. El martes salió en la televisión pública rusa, a pie de calle, con un discurso hasta cierto punto moderado. Para un régimen que lleva quince meses amenazando a todo el mundo con misiles nucleares a la mínima contrariedad, sorprende que un ataque militar en toda regla contra su capital sea calificado de "acto terrorista" y que se apele con cierto lloriqueo al "nosotros no atacamos barrios residenciales" como si lo de Mariúpol, Bakhmut, Kiev, Lvov, Jersón, Járkov o Mikolaiv lo hubiéramos soñado…
Ataque ucraniano 🇺🇦 en Krasnodar, Rusia 🇷🇺 pic.twitter.com/K1cuBku5Li
— Federico Alves, Econ. (@federicoalves) May 26, 2023
El Institute for the Study of War hablaba en su informe de este miércoles de esta sorprendente timidez en la respuesta de Putin. La propaganda del Kremlin se ha dedicado desde el primer momento a trazar supuestas líneas rojas con consecuencias apocalípticas: cuidado con mandar ayuda a Ucrania, cuidado con venderles determinados tanques, cuidado con los lanzamisiles, los cazas, las defensas antiaéreas… Cada movimiento de Occidente para ayudar a Ucrania a defenderse se anticipaba desde Moscú con un "ni se os ocurra" que luego quedaba en nada.
Desperdiciado el comodín nuclear
Ahora bien, todo el mundo entendía que la defensa del propio territorio sería de verdad una línea roja imposible de cruzar. Ya se vio que no era así cuando el ejército ruso salió corriendo del norte de Jersón y de Zaporiyia, provincias que, en principio, forman parte del territorio ruso desde su anexión ilegal el pasado 30 de septiembre. Ahora, se ha confirmado de manera más directa. Ucrania está atacando Rostov, está atacando Krasnodar, está atacando Belgorod y ahora se atreve incluso con Moscú.
Según el ISW, la razón por la que Putin no cae en la trampa de su propia promesa de escalada bélica es porque no tiene cómo escalar. Cuando el plan de guerra consiste en destruir todo lo que pillas a tu paso, te dejas poco margen para apretar luego las tuercas más allá de liarte a tirar bombas nucleares… y está claro que el Kremlin no se va a meter en ese lío porque a nadie le interesa acabar con el mundo por veinticinco drones.
[Así era el Yuri Olefirenko, el último buque de guerra de Ucrania que acaba de destruir Rusia]
En ese sentido, la contundente respuesta de Estados Unidos y la OTAN a las primeras amenazas nucleares rusas ha servido y mucho. Tal vez, Putin esperaba un Occidente sumiso y temeroso, pero no es lo que ha encontrado.
Queda, en definitiva, el debate sobre su supervivencia política. Las autocracias se manejan en términos mediáticamente complejos. Es imposible prever su final más que en retrospectiva. Nadie esperaba la caída de la Europa comunista ni la de las dictaduras árabes. Simplemente, sucedieron. No hay noticia alguna de ningún malestar hasta que ese malestar se planta en las puertas del Palacio de Invierno. Y ahí ya no hay quien lo pare, claro.