Así afecta la guerra entre Israel y Hamás a Rusia y Ucrania: todos los intereses que hay en juego
El nuevo conflicto puede mermar la ayuda de Occidente a Ucrania y beneficiar el ánimo ruso, aunque también pueden salir fortalecidas algunas alianzas de cara al futuro.
12 octubre, 2023 03:18La respuesta de Sergei Lavrov, ministro ruso de Asuntos Exteriores, a las pocas horas de conocerse los detalles de la matanza de Hamás en Israel fue, cuando menos, tibia. “Pedimos a ambas partes un alto el fuego y mantenemos que la solución es crear dos Estados según las fronteras de 1967 (justo antes de la Guerra de los Seis Días)”. Lavrov lamentó también la muerte de civiles (“sean del origen que sean”, matizó) y no quiso extenderse mucho más en el asunto.
No es casual que estas declaraciones se produjeran en el contexto de la cumbre en Moscú con el secretario de la Liga Árabe, Ahmed Aboul-Gheit. Rusia tiene un largo historial de acercamientos diplomáticos con el mundo islámico, ya desde los tiempos de la Unión Soviética, cuando estos países, en principio no alineados, servían a menudo como muleta en la que apoyarse frente a Estados Unidos y Occidente en general.
Hay que recordar que, aunque la URSS fue de los primeros países en reconocer al Estado de Israel tras su creación en mayo de 1948 y, de hecho, la mismísima Golda Meir (nacida en Kiev) fue la enviada diplomática a Moscú durante esos primeros años de relaciones soviético-israelíes, la citada Guerra de los Seis Días de 1967 dio paso a 24 años de ruptura de relaciones entre ambos Estados. Solo la descomposición de la URSS en 1991 llevó a Rusia a retomar la diplomacia con el Estado judío.
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Esta desconfianza sigue latente hoy en día. Rusia se siente más cómoda haciendo negocios y llegando acuerdos con los países árabes y con Irán que con Israel, a quien sigue viendo como un potencial enemigo. Con todo, tal vez en Tel Aviv esperaran un gesto de mayor solidaridad por parte de Moscú después de 20 meses mostrando prudencia en torno a la invasión rusa de Ucrania. Israel ha condenado repetidas veces el ataque… pero no ha querido meterse en muchos más líos, mostrando una equidistancia en ocasiones irritante para Kiev.
“Demasiado judía”
¿A qué se debía esta equidistancia? Precisamente a las buenas relaciones de Rusia con Irán y Siria, los dos grandes enemigos de Israel y los patrocinadores de los grupos terroristas Hamás, que controla en la práctica la Franja de Gaza, y Hezbolá, asentado en el sur del Líbano y agresor habitual de los asentamientos judíos del norte de Israel. Tal vez el gobierno de Netanyahu pensara que su tibieza sería recompensada tarde o temprano y que Rusia calmaría los ánimos de sus aliados. Obviamente, se equivocaba.
En ese sentido, el baño de realidad es tremendo. Después de negarle a Volodímir Zelenski -de origen judío- el solicitado apoyo militar, Israel se encuentra con que Rusia regresa a 1967 y se lava las manos en el conflicto. No debería ser una sorpresa, pues el antisemitismo ha sido moneda común en Rusia a lo largo de los siglos.
De hecho, la palabra “pogromo” es de origen ruso y no es ninguna casualidad: cientos de miles de judíos han sido rutinariamente asesinados, desplazados y despojados de sus bienes en esa región. No es casualidad que muchos de ellos huyeran en su momento a Israel, precisamente, en busca de una vida más tranquila.
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El tic antisemita sigue presente en la sociedad rusa de arriba abajo. Pese a la gran cantidad de judíos que siguen viviendo en el país -unos 165.000, según la Agencia Judía, organización que ayuda al traslado de judíos a Israel-, el presidente Putin declaró la pasada semana entre risas que consideraba rusa la ciudad ucraniana de Odesa, a pesar de que, en su opinión “era demasiado judía”.
Estos días se ha hecho popular en redes sociales un vídeo en el que una mujer marca establecimientos en Rusia con la estrella de David y la leyenda “Mossad”. Cuando las autoridades señalan, no falta quien se presta al juego para disparar. Lo hemos vivido demasiadas veces.
La arriesgada apuesta rusa
En el actual territorio ucraniano, por ejemplo -y sobre todo en Odesa-, los pogromos fueron habituales en los siglos XIX y XX. Entre 1821 y 1905, decenas de miles de judíos fallecieron solo en esta ciudad y sus alrededores, aunque, por entonces, este puerto del Mar Negro pertenecía a Rusia y los asaltantes contaban con la complicidad del ejército zarista.
Que en 2019 la ciudadanía ucraniana obviara el hecho de que uno de los candidatos a la presidencia era judío (y rusófono) y le eligiera como líder del país, muestra hasta qué punto han cambiado las cosas.
Por supuesto, Kiev no ha tardado en ponerse al servicio de Tel Aviv para lo que necesite. Su condena ha sido rotunda y sin matices. Es de esperar que esta vez Israel se dé cuenta de dónde están sus verdaderos aliados y actúe en consecuencia cuando acabe su guerra contra Hamás (conflicto que puede ser especialmente largo y que depende de la intervención directa de Irán y Líbano, entre otros Estados) volcándose en la ayuda a Ucrania contra Putin y sus propagandistas (el más famoso de ellos, Vladímir Soloviov, estrella de la televisión estatal, también judío).
Si, en términos morales, el gobierno de cada país ha quedado retratado con su respuesta a la masacre de Hamás; en términos bélicos, es más complicado medir ahora mismo la apuesta de cada uno de los países. Para complacer a sus aliados, especialmente a Irán, que le proporciona drones y munición, Rusia se ha ganado un enemigo que no va a olvidar fácilmente su desdén y su falsa equidistancia. Es una apuesta arriesgada.
La fatiga de Occidente
Por otro lado, al agitar el árbol de Oriente Medio, es de suponer que Rusia pretende que su guerra en Ucrania pase a un segundo plano. Si Estados Unidos y Occidente tienen que volcarse con Israel, tendrán que moderar sus ayudas a Zelenski, piensan en Moscú, aunque Israel siempre ha mostrado una excelente capacidad para defenderse por sí mismo.
Lo que sí puede temer Kiev es que crezca la “fatiga mental” en torno a la invasión. Un exceso de conflictos puede provocar que la opinión pública occidental deje de lado lo que sucede en Ucrania y los “movilizados”, que suelen pertenecer al bando prorruso, hagan el agosto con su propaganda de "negociaciones", “paz” y otras vaguedades.
No está claro, en cualquier caso, en qué beneficia a Rusia que Estados Unidos e Israel retomen su relación de privilegio después de un año lleno de tensiones entre ambos países. Ni beneficia a Rusia, ni beneficia a Irán ni beneficia a Siria. Parece que se tratara de una apuesta de “todo o nada”: si consigo humillar a Israel, de paso humillo a Estados Unidos y a Ucrania. Ahora bien, como no lo consiga, es de esperar que Occidente, en general, salga reforzado de esta zozobra.
Si algo tienen en común rusos e islamistas es su convencimiento de que Occidente representa la decadencia y de que esa decadencia les llevará a la derrota por el desinterés. De momento, en Ucrania, no ha sido así. No tiene por qué serlo en Israel.
Putin estaba convencido de que tanto la Unión Europea como la OTAN cederían a su chantaje energético y puede que Jamenei y sus cachorros piensen algo parecido al lanzarse a esta tropelía. En nuestras manos, está demostrar que se equivocan. El futuro de varias generaciones depende de ello.