“Yo no voy a Tanzania a tener una experiencia, sino que voy a ayudar, a dejarme la piel durante un mes para ayudar”. Laura Venzal, mallorquina de 20 años, ha viajado este verano por segunda vez al país africano. “El año pasado volví tan volcada que estaba segura de que al año siguiente volvería. Un mes me supo a poco. Este año he estado casi dos meses”, cuenta.
Laura conoció Blue Sky School (un colegio de la ONG tanzana Tahude Foundation) a comienzos de 2015, en un portal de voluntariado. El colegio era muy pequeño. Apenas había cumplido un año. Y eso es lo que más le gustó. “No parecía que tuviese demasiada burocracia y no te hacían pagar por el voluntariado (sólo por la estancia)”, explica. Laura estudia Derecho y quiere especializarse en Derechos Humanos. Además, desde hace un tiempo quería hacer un voluntariado en África u Oriente Medio. Por eso, cuando acabó la selectividad, se fue a Tanzania.
La idea de construir un colegio fue de uno de los integrantes de la ONG, que vivía en la región norteña de Arusha y se dio cuenta de que había muchos niños sin escolarizar. Aunque Tahude Foundation se dedica al abastecimiento de agua potable y de electricidad a zonas rurales donde no hay, la familia de ese trabajador dio la primera donación para que comenzase a construirse el único colegio de la zona.
Elena Ramos, una española que ya llevaba trabajando unos meses como voluntaria y sabía suajili, es la directora. Empezó a trabajar en el colegio en el verano de 2013. En enero de 2014 comenzaron las clases. Y en el verano de 2015, recibió a Laura en el aeropuerto.
“La primera experiencia fue una maravilla”, afirma la mallorquina. “La familia fue muy acogedora. Daba igual que chapurreases inglés porque ellos se esforzaban por entenderte”. De ese primer voluntariado, a Laura le gustó estar con gente local y ser ella la que les preguntara si necesitaban algo, que no hubiera un horario y un trabajo prefijado.
Ese verano conoció a “una niña de seis años superinteligente, muy buena y muy avispada”: Eliza. La familia de la niña estaba muy implicada en el colegio y su madre, que era ciega, estaba empeñada en que todos sus hijos estudiaran, a pesar de que en Tanzania a veces a las niñas se las aparta de la escuela aun teniendo posibilidades. Laura apadrinó a Eliza para que pudiera estudiar en Blue Sky School.
En septiembre, falleció su madre y desde entonces vive internada con otro de sus hermanos, al que apadrina la clase de un amigo de Laura, en el colegio. “Allí están muy bien atendidos las 24 horas del día”, sostiene la voluntaria española.
De los 170 niños que estudian en el colegio, cerca de 40 viven internados. No todos pagan. Elena, la directora del colegio, explica que sólo el 40% de las familias aporta algo al dinero, bien sea dinero o arroz, ladrillos, madera… Entre estas aportaciones, las donaciones y apadrinamientos y los cultivos de arroz en las tierras del colegio, se consigue alimentar a todos los niños del colegio y pagar los sueldos de los profesores.
Elena afirma que lograr un colegio autosostenible es uno de los retos, porque “muchos proyectos de este tipo en el país se han abandonado por falta de financiación”. “Se habían invertido millones de euros y han dejado un vacío enorme”, sostiene. Por eso, todo lo que sea mejorar las instalaciones o aceptar a nuevos niños se hace a partir de donaciones o aprovechando el trabajo de los voluntarios.
Antes de volver este verano a Tanzania, Laura habló con varios amigos y compañeros de clase para que apadrinaran a otros niños. “Con 350 euros al año, uno de los niños puede ir a la escuela. Si lo haces entre varios, es muy poco dinero”, declara. Gracias a esas conversaciones, cuatro niños están recibiendo una educación.
Estos dos meses, Laura y el resto de voluntarios españoles han vivido en una casa alquilada por el colegio. Por la mañana, venía un autobús y los llevaba a la escuela. Ella estaba con los niños de quinto y sexto de primaria, apoyando a los profesores e impulsando la lectura. Además, por las tardes, trabajaba mejorando la escuela, preparaba las actividades del día siguiente y hacía alguna excursión.
Elena, la directora de Blue Sky School, asegura que este verano se han centrado en programas de higiene de mejora de las letrinas, ya que “hay muchas enfermedades que se pueden evitar con conocimientos básicos”. En este sentido, la española sostiene que “es más importante que los voluntarios trabajen con los profesores o que ayuden a construir un aula, para que, cuando se vayan, su aportación se mantenga”.
Laura cuenta que a la vuelta no se siente deprimida y que todos los años se emociona al ver cómo se puede ser feliz en esas circunstancias. Habla de un compadecerse, pero con esperanza. "Ya que te ha impactado, tienes que buscar la forma de seguir ayudando durante todo el año”. El año que viene, asevera, volverá a Tanzania.