Venecia

La pose socarrona e irónica de Matteo Renzi es puramente florentina. Sus críticos lo acusan de soberbio, jacobino y desconfiado. Y así ha gobernado Italia desde que en febrero de 2014 desbancó sin haber pasado por las urnas a su correligionario Enrico Letta.

Sin más legitimidad que la de un “gobierno necesario” formó un gabinete en el que solo él –y su lugarteniente, la ministra de Reformas Institucionales, Maria Elena Boschi- resplandecía. Y pocos meses más tarde se arrogó el beneplácito de los italianos al obtener en unas elecciones europeas, que sólo cuentan según el interés del afectado, el 41% de los votos.

Su carta de presentación era la del hombre más joven en convertirse, con entonces 39 años, en primer ministro de Italia, la del nuevo político dispuesto a cambiar de una vez las cosas en un país imposible. Llegó con un batería de reformas bajo el brazo, de las que anticipó la del mercado laboral, ante la difícil situación económica. Mientras que dejó aparcada para la mitad de la legislatura, por la que teóricamente camina ahora, la del aparato institucional, la ley de leyes con la que pretende pasar a la historia.

Entre medias, el político socialdemócrata se las vio con los sindicatos y el ala más a la izquierda de su propio partido. Y cuando las cosas se empezaban a poner feas, siempre con reproches de dejar todo a medio hacer, ponía en marcha una nueva norma educativa o la primera ley que regula en Italia las uniones civiles entre parejas del mismo sexo.

Y así no sólo fue capeando el temporal, sino que consiguió desactivar al resto del arco político, tuvo a la mayor parte de los medios de su parte y provocó que las voces discordantes de su partido parecieran venir de épocas pasadas. Tan sólo la crisis migratoria provocada por el aluvión de llegadas a las costas italianas inquietaba al primer ministro.

Se encontró entonces con otra solución a medias, al conseguir que la Unión Europea sustituyera con su misión conjunta ‘Tritón’ a la italiana ‘Mare Nostrum’ –que contaba con más recursos que la operación comunitaria- y al año siguiente el problema se desplazó a Grecia.

De modo que Renzi brindó por el 2016 como el año en el que volvería a ocupar su espacio perdido en Europa. Armó en enero un jaleo artificioso con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, a propósito del margen de flexibilidad para imponer sus reformas. Y le reclamó a la canciller Angela Merkel un asiento a su lado como firme defensor de los valores europeístas.

Ya el año anterior el Partido Democrático de Renzi había pasado por los pelos el examen de las elecciones regionales. Pero los comicios locales de junio de 2016 terminaron por propinar el primer gran revés a la extrema confianza del premier. Al batacazo anunciado de Roma se unió una derrota inesperada en Turín, ambas con victorias del Movimiento 5 Estrellas.

La formación del cómico Beppe Grillo, que parecía haberse evaporado, resurgió con el mayor logro político de su historia, apuntando ya al Palacio de Gobierno. Renzi reconoció la derrota a duras penas, mientras el sector crítico de sus allegados le pedía que para reformar la estrategia del partido era necesario que cesara como secretario general.

Pero en la Roma de Julio César, a Renzi no se le pasó por la cabeza entregar las riendas. Y pese quedar magullado, decidió aparcar el partido y centrarse en la acción de gobierno. Se lió la manta a la cabeza para que se unieran tras de sí aquellos del ‘partido del sí’, quienes estaban dispuestos a ir con él hasta el final en el referéndum por la reforma constitucional, sobre el que ha puesto en juego su carrera política.

Aunque apenas le dio tiempo a salir de esa crisis, cuando la economía volvió a llamar a la puerta. O mejor dicho, su colega Mario Draghi. Una carta del Banco Central Europeo revelaba que los bancos italianos, y en especial el Monte dei Paschi, tenían tal cantidad de créditos morosos que necesitarían capital extra. Como demostraron también los últimos test de estrés.

Italia apareció de nuevo en el disparadero de la prensa económica internacional como el próximo problema de la UE. Y al Gobierno europeísta italiano le pilló de sopetón también el brexit, con la consiguiente incertidumbre financiera y el ataque especulativo a sus debilitados bancos.

En medio de este asunto, se produjo un accidente de ferrocarril con una veintena de fallecidos en la región septentrional de Apulia, que puso de nuevo en escena el eterno problema del abandono del sur de Italia. Los trenes, cuyo principal mecanismo de seguridad era un guardia de estación que debía levantar una bandera, chocaron en uno de los miles de kilómetros de vía única con los que cuenta un país que representa la cuarta economía europea.

Firmado el acuerdo entre la UE y Turquía, el mayor flujo de refugiados volvía a pasar por Italia, por lo que la crisis migratoria copaba de nuevo las últimas reuniones con Angela Merkel. Consciente de que es ella quien tiene la llave de la caja fuerte europea, Renzi ha hecho además hincapié en reclamarle a su colega alemana que para el año próximo Italia pueda descolgarse unas décimas de su déficit, hasta el 2,4%. Porque, para colmo, la economía italiana se frenó en seco en el último trimestre.

UN SEÍSMO EN MEDIO DE LA TORMENTA POLÍTICA

No le llegaba el agua al cuello a Renzi, que ya había venido matizando aquel órdago de abandonar si no saca adelante la reforma constitucional, cuando la semana pasada se produjo el terremoto en el centro de Italia. Una tragedia con cerca de 300 fallecidos, de la que el sentir general de la población piensa que se podía, cuando menos, haber minimizado.

Las investigaciones que señalan que las obras de reforzamiento tras los últimos movimientos sísmicos no se ejecutaron correctamente en decenas de edificios terminan por hacer pensar que poco ha cambiado en este país. Más cuando asoma la sombra de la corrupción, con cientos de miles de euros de los que no sabe dónde fueron a parar. Y la casi inevitable conexión mafiosa, con dos investigaciones abiertas por sendas fiscalías de provincias distintas.

Mientras el Colegio de Ingenieros de Italia advierte de que se gastan entre cinco y nueve veces más en reparar este tipo de catástrofes que lo que se invertiría en prevenirlas, el Gobierno de Matto Renzi ya ha anunciado un plan llamado ‘Casa Italia’, por el que se destinarán entre 2.000 y 3.000 millones para los damnificados durante al menos una década.

El Gobierno italiano cuenta con el precedente de L’Aquila, “un espectáculo utilizado por Berlusconi para fotografiarse con las víctimas y ofrecer la imagen del hombre de unidad nacional”, sostiene el cronista parlamentario del semanario L’Espresso, Marco Damilano. “Renzi, sin embargo, se ha acercado de una forma mucho menos agresiva, preguntándole a los supervivientes qué puede hacer por ellos”, añade el experto, quien piensa que la gestión de la crisis determinará el futuro más próximo del Gobierno.

Los supervivientes del terremoto todavía no han tenido tiempo de protestar, aunque tanto desde el Movimiento 5 Estrellas como de la xenófoba Liga Norte ya han abierto la veda, con acusaciones al Gobierno de utilizar solamente “paños calientes”.

Tras más de una semana de luto, el terremoto no le concede tiempo a Matteo Renzi para lanzar su proyecto político. Aunque según Damilano, Renzi “no se ha ocupado de los problemas de los que más sufren, por lo que cuanto más hable del referéndum sin admitir que hay problemas que no ha sabido afrontar, menos posibilidades tendrá de ganarlo”.

Supuestamente Europa se jugaba su futuro en ese referéndum previsto para otoño, en el que los italianos debían refrendar la reforma constitucional con la que su joven mandatario pretende cambiar el ADN de este país. Pero a estas alturas y con la sucesión de aprietos que se le vienen encima, ni siquiera está descartado que Renzi retrase esta cita con las urnas.

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