Son dos días los que José Antonio Cañas lleva preguntándose si volver a Amatrice. Escapó tan pronto como pudo. Eran las 3:38 de la madrugada cuando se produjo el primer temblor. Su casa, en una urbanización de nueva construcción, contaba con medidas antisísmicas y el edificio resistió la embestida.
Tras las primeras comprobaciones le dijeron que la estructura no presentaba daños importantes, por lo que este viernes volvió a poner sus pies en los alrededores de un pueblo convertido en símbolo de un seísmo con al menos 290 muertos.
“Las primeras horas fueron las peores, yo conseguí salir, pero muchos amigos no, así que nos pusimos a buscar a conocidos”, cuenta José Antonio. Sin más medios que sus propias manos se puso a remover entre las piedras, a riesgo de quedar atrapado de haberse producido nuevos derrumbamientos.
Fueron sólo unas horas, recuerda. Porque poco después comenzó el goteo de los servicios de emergencia. “Ahora, por suerte, ya son cientos de personas de los equipos especiales los que están trabajando, los civiles ya poco podemos hacer. Sin embargo, durante las primeras horas nuestra ayuda fue fundamental”, confiesa.
No son más de 2.500 los habitantes de esta localidad, aunque precisamente esta semana la población se había multiplicado para acudir a unas fiestas famosas por sus productos gastronómicos. Todos se conocían, por lo que José Antonio también ha perdido a seres queridos.
Natural de Barcelona –aunque ha pasado muchos años en Granada- vivía aquí desde hace cuatro años con su pareja, que es italiana. Un caso prácticamente idéntico al de la única española de la que se tiene certeza que ha fallecido en el terremoto, Ana Huete. Aunque José Antonio dice que no conocía en la zona a más españoles.
Futuro en Amatrice no hay, el pueblo ha dejado de existir
Tenía su círculo de amigos italianos. Y fue con uno de ellos con quien se fue a Roma tras pasar una primera noche en el jardín de la casa de otros conocidos, ante el riesgo de nuevas réplicas. Durante estos días ha seguido las noticias a través de los medios de comunicación, con miedo de poder regresar.
“Futuro en Amatrice no hay, el pueblo ha dejado de existir”, sostiene, replicando las primeras declaraciones del alcalde de la localidad, que dieron la vuelta al mundo. Piensa que “sólo queda que las excavadoras terminen sus trabajos y se lleven todas las ruinas”.
Este español de 43 años es técnico industrial, pero se gana la vida en Italia como cerrajero. Asegura que aún no ha tomado una decisión sobre su futuro. “Si puedo volver a Amatrice creo que lo haría, pero si no habrá que buscarse la vida en otro lugar”, expresa.
El debate se centra ahora en cómo recuperar lo perdido. El Gobierno ha destinado una primera partida de 50 millones para los damnificados y ha decretado la congelación de los impuestos para los habitantes afectados. Las autoridades locales se plantean recuperar el pueblo y no construir nuevas urbanizaciones como ocurrió tras el terremoto de L’Aquila en 2009. Pero de momento, no son más que hipótesis mientras los servicios de rescate continúan sus trabajos.
José Antonio piensa que “todo dependerá del dinero que llegue y cómo llegue”. Pero, según él mismo sostiene, “nadie tiene idea de lo que ocurrirá”. Aunque, como decía una de las mujeres que pasan la noche al raso tras el terremoto los medios se irán y serán los amatricianos a quienes les toque decidir su suerte.