Delante de ella, su marido reposa en una especie de duermevela. Son las 11 de la mañana del día después del terremoto que se ha llevado 291 vidas, pero es la primera vez que ha podido conciliar algo parecido al sueño. En total, son cinco. La pareja, sus dos hijos y un hermano de Mónica. Trabajaba en una perfumería en Amatrice, pero no queda nada ni del negocio, ni de su casa ni de sus parientes.
“Esto es todo lo que tenemos”, señala. Un par de sillas de plástico, una tienda de campaña y varias mantas. Es agosto, pero el pueblo se alza 1.000 metros por encima del nivel del mar y por las noches “hace frío”, como ella misma ha sufrido. Permanecen aquí porque les parece la zona más segura. “Poco más nos puede pasar aquí”.
Las réplicas se suceden. No pasa más de una hora sin que se sienta una réplica, a veces casi inapreciable y otras de más de 4 grados de magnitud, como se pudo comprobar poco más tarde. “No tenemos miedo porque no tenemos mucho más que perder, la última noche hemos dormido en esta tienda y pensamos seguir haciéndolo”, afirma Mónica.
“Casi todas las personas que conocemos están muertas y quien no ha perdido a un niño, se ha quedado sin padres o sin familia”, añade. Muchos además tenían aquí su segunda residencia y eran miles los que habían venido desde Roma para pasar las fiestas. Todavía a alguno de sus vecinos le quedan ánimos para presumir de la famosa salsa amatriciana que se hacía aquí.
“Amatrice era uno de los municipios más bonitos de toda Italia, éramos una gran familia y nos conocíamos todos, por eso es un luto de todo el pueblo”, asegura Mónica. Agradece el esfuerzo de todos los voluntarios, que les han dado comida, todo tipo de enseres y apoyo psicológico. También incluso de la prensa. “Pero dentro de unas semanas ocurrirá otra cosa y nosotros seguiremos aquí. No se trata de invertir en el presente, sino en el futuro”, lamenta.
REFUGIOS IMPROVISADOS
De momento el presente pasa por este parque en el que tanto ella como otras familias permanecen instaladas. En realidad son sólo unas pocas decenas las que siguen aquí, porque a quienes les queda familia en otra parte han decidido huir. “Muchos incluso no han querido pasar la primera noche aquí por miedo, pero esperamos que en los próximos días los lugares para la acogida estén llenos”, asegura Valeria, coordinadora del protocolo de emergencias.
Otro de esos puntos es el pabellón deportivo de la localidad, que ahora presenta el aspecto de un almacén en el que se guarda todo lo que han traído los voluntarios. En el más grande de los refugios a campo abierto, en las pistas de fútbol, piden que por respeto a la privacidad se deje en paz a los afectados. Afuera se les puede ver abrazados, entre lágrimas, lamentando sus pérdidas.
Uno de los coordinadores del equipo de bomberos, Luca Cari, reconoce que las casas que se han venido abajo no contaban con la protección antisísmica que se debería presuponer en una zona así. En 2009 otro devastador terremoto azotó la ciudad de L’Aquila, a unos 50 kilómetros de esta zona, y aquel pueblo se convirtió en el ejemplo de las viviendas construidas a prueba de terremotos.
No es el caso de Amatrice, en cuyo centro histórico, muchas de las casas son del siglo XV o el XVI. Construcciones, en su mayoría de piedra, que no aguantaron la presión de 6,2 a 4 kilómetros de profundidad. De hecho, la Fiscalía investiga por qué edificios recientemente remodelados han quedado reducidos a polvo.
Todas esas piedras amontonadas sin orden son el panorama que se ve ahora desde la residencia de Mónica y su familia. El parque en el que hasta hace algunos días jugaban los pequeños del pueblo.
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