En Mali no hay yihadistas, pero sobran bandidos: el terrorismo se ceba con un país al borde de la guerra
Mali fue el tercer país más afectado por el terrorismo en 2023, y su junta no sabe hacer frente al yihadismo... pero el Gobierno insiste: no hay guerra.
18 mayo, 2024 02:49Para llegar a Melgué (Mali) hace falta preguntar el camino a gente de la zona. La tecnología que desarrollan los ingenios de Silicon Valley se torna absurda e inservible en las pistas de tierra que cruzan en cualquier dirección, desplomándose bajo los riscos. El calor agota la batería de los dispositivos, se va la cobertura. El mundo se convierte en polvo y arena, que descorren su cortinaje cada pocos kilómetros para mostrar un conjunto de chozas, una choza solitaria, siluetas humanas entremezcladas con el ganado que mordisquea los esqueletos de los arbustos.
Melgué es un pueblo de frontera, ubicado a un centenar de metros de la línea que separa Mali y Mauritania. Su deje abandonado es idéntico al de centenares de localidades diseminadas en los desiertos del mundo y donde la vida transcurre con una serenidad que, de romperse, necesariamente se rompe de manera violenta. Una lluvia inesperada y violenta, un huracán de arena violento, un ataque donde los disparos y los gritos resuenan con la violencia que fabrica el hombre. Y no deja de resultar significativo que Melgué, un sitio adonde no llevan los mapas, aparentemente alejado de los ruidos del mundo, tampoco ha conseguido escapar del trauma de la guerra que se escabulle entre los caminos de cabras para alcanzar a sembrar su discordia. Dos ataques se han registrado en esta localidad en el marco del conflicto que consume Mali desde 2012. El primero fue en 2023; el segundo, todavía caliente en el suelo y en la memoria, ocurrió el 9 de febrero de 2024.
La última vez, fue el JNIM (filial de Al Qaeda en la región) quien reclamó la autoría del ataque. A las afueras de la localidad se encuentra un pequeño destacamento militar, un muro de sacos que rodean una colina, y este fue el objetivo de los agresores. Tres soldados murieron y otros dos resultaron heridos. Pero Boukarisso, el jefe tradicional de Melgué, que afirma que ya combatió contra milicias mauritanas en la década de los 90, cuando era joven, cuando el retroceso del fusil se sentía como una caricia, niega que los atacantes fueran yihadistas y culpa de la situación a los bandidos. Bandidos que transportan armas, drogas y malas experiencias. Bandidos que, afirma, "vienen de Mauritania con cocaína y luego vuelven a Mauritania para descansar". Traficantes. Mauritanos o malienses, esto lo ignora, pero que sus familias y sus seres queridos se refugian en el país vecino es un secreto a voces que vocaliza el jefe y secundan cuantos le rodean en la conversación.
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Boukarisso carga la proliferación del bandidaje sobre la escasa educación que reciben muchos jóvenes de la zona: "el primer método para acabar con la violencia es la educación. No verás a jóvenes que terminaron el colegio junto a los bandidos". Y, cuando toca pedir, pide dos cosas: maestros y fusiles. Maestros para evitar que los jóvenes escojan la senda de la perdición, fusiles para enfrentarse a los que ya se perdieron.
Igualmente, niega de nuevo que los atacantes sean yihadistas. Primero, porque el término "yihadista" se queda obsoleto en Mali: en una sociedad con una amplia mayoría musulmana, la palabra yihad se traduce en su término original, que significa un "esfuerzo" que no necesariamente acarrea conductas violentas a la hora de servir a Alá. Y, segundo, porque, según opina el jefe, "siempre atacan durante la primera oración del día" y no concibe que un verdadero musulmán dedique el tiempo de la primera oración a pegar tiros. "Si tienes un corazón fuerte y amas a Dios, no te haces bandido". Así de simple. La piedad y la violencia caminan por senderos separados y llamar yihadista, es decir, implantar un término sagrado en la definición de un bandido, es a sus ojos una contradicción y una tergiversación de la fe islámica.
El capitán al cargo de la guarnición de Melgué, cuyo nombre permanecerá en el anonimato, opina lo mismo: "En Mali hay bandidos. Algunos de esos bandidos son terroristas (este es el término adecuado), pero eso no significa que todos los bandidos sean terroristas". Nadie menciona a Al Qaeda, ni al Estado Islámico. Hablan de bandidos, terroristas y rebeldes como si fueran un producto del azar que aterrizó en su nación, y no deja de resultar relevante esta terminología tan genérica que se utiliza para describir al enemigo. Aunque consideren al enemigo como malos musulmanes, y reconocen que implantan una ley islámica falsa en los territorios que ocupan, el aspecto religioso les resulta lo de menos en comparación con su condición de bandidos.
En Melgué, pero también en Mali y en Burkina Faso, sus líderes no mencionan al JNIM en sus discursos al pueblo, y un elevado número de locales no vinculan el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS) cuando hablan de bandidos y de terroristas. No pocos habitantes de las capitales de sendos países, alejadas de las zonas rojas, niegan incluso que haya una guerra contra los grupos islamistas; directamente, este periodista ha escuchado a decenas que afirmaban que no había ninguna guerra. Que la guerra terminó hace meses, gracias a la audacia de sus gobernantes. Los grupos terroristas atacan casi a diario, enormes extensiones del país son impracticables y Mali fue el tercer país más afectado por el terrorismo en 2023, según el Global Terrorism Index… pero no hay guerra. Hay bandidos. Como moscas que sobrevuelan y molestan, sin poder para nada más.
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La junta militar maliense se apoya en esta línea narrativa tras casi tres años en el poder y sin haber cumplido muchos de los objetivos que se propuso al inicio de su mandato. Si expulsó a las tropas francesas del país y obtuvo una victoria simbólica tras conquistar la capital independentista de Kidal, al norte del país, el resto del territorio sigue sumido en un caos que fue visible en la ruta que llegaba a Melgué. Este periodista fue informado por las autoridades locales que la distancia que separa Kayes (la ciudad más importante de la zona) y Melgué no está controlada por el Estado, y que es imposible garantizar la seguridad de quien se desplace hasta la localidad fronteriza. Los europeos tienen además absolutamente desaconsejado tomar una ruta terrestre desde Kayes (junto a las fronteras senegalesa y mauritana) hasta Bamako, la capital del país africano.
Pero no hay guerra. Son bandidos. Y la incapacidad de la junta militar maliense a la hora de hacer frente al enemigo número uno, al yihadismo armado, obliga a adoptar los discursos adecuados para convencer a la población de que apoyar a los militares sigue siendo la mejor alternativa para el país.
Cuando la verdad se vuelve particularmente difícil de negar, las juntas militares optan por buscar responsabilidades en el exterior: Mauritania, Argelia y Francia son los verdaderos culpables del bandidaje y del terrorismo; los primeros, por ofrecerles refugio en su territorio; los segundos, por financiar a los grupos armados para robar el codiciado oro maliense. Y, si bien ha sido probado que la primera afirmación es cierta, pero no la segunda, esta tesis resulta difícil de sostener cuando el sureste de Senegal se encuentra recientemente afectado por los ataques de bandidos malienses… procedentes de Mali.
El país se encuentra actualmente inmerso en una grave crisis diplomática con Mauritania debido al reparto de responsabilidades ante la actual situación; en los últimos meses se han registrado media docena de incursiones de militares malienses acompañados de operativos rusos en territorio mauritano, supuestamente con la intención de cazar a los bandidos. Estas incursiones, ejecutadas sin el consentimiento de Mauritania, han concluido en varias ocasiones con civiles mauritanos asesinados, lo que ha llevado al gobierno de Nuakchot a adoptar una postura de rechazo ante lo sucedido. En la segunda semana de mayo, tropas mauritanas realizaron una serie de maniobras militares junto a la frontera maliense (con un claro tono de preaviso) mientras el ministro de Defensa del país se reunió con las autoridades malienses en Bamako para buscar una salida a la crisis.
La compleja situación que discurre en el Sahel se simplifica a escala local y se mezclan los conceptos. Nadie conoce realmente qué zonas son peligrosas, exceptuando el país Dogon (un policía del sur incluso aseguró a este periodista que la región de Macina era perfectamente visitable para un turista europeo) y áreas indeterminadas del norte del país donde la amenaza no es el extremismo islámico que hace temblar a Europa, sino los rebeldes independentistas de Azawad y partidas de bandidos.
Tanto el jefe de Melgué como el capitán del destacamento militar confirmaron la colaboración ciudadana con las autoridades malienses a la hora de identificar sospechosos. Individuos que cruzan la frontera y que nadie conoce porque no son de la zona. Los forasteros son aquí tratados como terroristas, espías o bandidos. Tal es así, que este periodista estuvo ocho días encarcelado en una prisión militar maliense, acusado de espionaje y posteriormente de terrorismo, por el sencillo hecho de haber visitado la localidad de Melgué. Pero no hay guerra, eso no. Algo hay, moscas, existen la violencia y los disparos, ocurren ataques y reivindicaciones de grupos terroristas internacionales. Algo hay, como un murmullo estrepitoso. Pero no hay guerra. Y si piensas que la hay y pisas Mali… mejor no decir nada.