Las recientes elecciones municipales en Brasil han dejado varias conclusiones: el viraje hacia la derecha en las grandes ciudades, el desencanto con la clase política, palpable en la abstención y, sobre todo, el descalabro del Partido de los Trabajadores (PT).
La formación que ostentó el poder en los últimos trece años no levanta cabeza, y la abultada derrota en las urnas amenaza con dejarlo tumbado sobre la lona. Ha perdido el 60% de las alcaldías que tenía, pero la sensación es más desoladora si se extrapola el cariz de la derrota al momento actual: tan sólo dos meses después de que Dilma Rousseff sufriera un polémico impeachment,en medio de una crisis de credibilidad por las continuas denuncias por corrupción contra altos cargos del partido y por las acusaciones que acosan al mismísimo Lula da Silva.
La investigación de la trama Lava Jatose ha ramificado tanto que en Brasilia ya no se habla del fraude en Petrobras, origen de las pesquisas, sino que más bien se hacen quinielas sobre quién será el próximo político en caer en manos de la justicia. El último en caer ha sido uno de los hombres fuertes del PT durante años y exministro de Hacienda, Antonio Palocci, que esta semana ha recibido la noticia de que será juzgado por presuntos sobornos.
La posibilidad de que se amplíen los problemas judiciales por las declaraciones de arrepentidos ha construido un escenario agónico para una formación que mira a 2018, cuando se celebrarán nuevas presidenciales, pero sin perder de vista las consecuencias de su particular annus horribilis, al que le faltaba la guinda de un revés electoral. Ahora ya la tiene.
Lula en casa, Dilma en el supermercado
El 30 de octubre se disputó la segunda vuelta de las municipales. Y en ningún lado, en ningún momento del día, aparecieron ni Lula da Silva ni Dilma Rousseff. El expresidente pasó el domingo en familia en Sao Bernardo do Campo, sin salir de su casa. La expresidenta pasó la jornada en Belo Horizonte, su ciudad natal, y no en Porto Alegre, donde está censada para votar.
Sus abstenciones –y más allá: sus ausencias- resumen el momento del partido. En los últimos meses Lula ha estado activo, pero haciendo política de supervivencia, para defenderse de las acusaciones contra él y para tratar de evitar el proceso a Rousseff. Y ésta se ha esfumado como una sombra en la oscuridad desde aquel 31 de agosto en que fue despojada de su mandato.
Todos los esfuerzos por hacer equiparar el impeachment a un golpe parlamentario han sido, de momento, estériles. Aún agitando esa bandera hizo campaña por el candidato del PT en Porto Alegre en la primera vuelta, pero su perfil de estadista se ha desdibujado. Las imágenes que más han llamado la atención en los últimos tiempos, de hecho, la mostraban haciendo vida de ciudadana de a pie, en un supermercado de Río de Janeiro.
Y entretanto, el partido se desinfla hasta el límite en las urnas. Los números no mienten: es el partido que más bajó en votos municipales, con muchísima diferencia, en la gigante sopa de siglas de la política brasileña. No sólo en número de alcaldías, sino también en población: de 27 millones que hasta ahora tenían alcalde del PT se pasará ahora a sólo cuatro millones. Tiene mucho que ver en ello la derrota en Sao Paulo, la mayor ciudad del país y, de forma más ilustrativa, la pérdida de uno de los tradicionales bastiones del partido de Lula, el cinturón –otrora rojo- de Sao Paulo, llamado ‘ABC’ paulista.
“Cualquier parámetro es malo para el PT, pero perder el ABC es emblemático. Y eso, aunque todavía guarde cierto capital político de cara a 2018, es un desastre total y completo para el partido”, dice Ricardo Ismael, politólogo de la Universidad Pontificia de Río de Janeiro.
El expresidente o el caos
Pese al momento de terapia intensiva que atraviesa el PT, los análisis coinciden: con Lula al frente puede incluso llegar a gobernar en 2018. Sin él, negros nubarrones acechan. De ahí la importancia de que Da Silva no empeore su situación judicial.
“Todo cambia, para mal, si Lula tiene alguna condena de ahora en adelante. Si eso ocurre su candidatura se hará complicada o imposible”, dice Sonia Fleury, politóloga y socióloga de la Fundación Getulio Vargas. “Las elecciones municipales ayudan a desmontar la estructura de poder del PT, pero aún tiene mucha influencia en sindicatos, trabajadores e intelectuales. No está muerto”.
Pero sin Lula parece muy difícil que no se resienta definitivamente de su pérdida de poder. En ello coinciden otros analistas. “El PT todavía tiene una base nacional y partidaria mucho mayor que otros partidos de izquierdas y eso le da ventaja para liderar un proyecto político. Pero, para ser franco, sólo vale si Lula da Silva es el candidato. Si no, se dividirá o caerá en intención de voto, porque no tiene otro liderazgo de consenso”, comenta Ricardo Ismael.
Pero ¿por qué puede que no esté Lula? Obviamente, por las acusaciones de corrupción que lo han puesto en el punto de mira. Queda por ver si llegados a este punto el terremoto judicial se traduce en una condena. Porque en ese caso las consecuencias trascenderían a lo que sucede en el PT y afectaría, previsiblemente, al funcionamiento mismo del sistema político del país.
Solución: ¿un frente de izquierdas?
Con esos mimbres, una de las apuestas es una solución integradora con otras fuerzas menores pero con presencia en municipios, Congreso y Senado. Y más en un momento en que la no-política –para muchos antipolítica- ha ganado espacio al conquistar el poder de las mayores ciudades personajes muy alejados de la imagen de cuadro tradicional: Joao Doria, un publicista que se considera a sí mismo un outsider en la política, será nuevo alcalde de Sao Paulo; Marcelo Crivella, obispo (en excedencia) de la evangélica Iglesia Universal del Reino de Dios, lo será en Río; y Alexandre Kalil, expresidente del club de fútbol Atlético Mineiro, mandará en Belo Horizonte.
Contra eso se sopesa la opción de que aparezca un frente de partidos con el PT como líder de una alternativa a los otros dos grandes partidos (PMDB, hoy en el Gobierno, y PSDB, el que más creció en las municipales). “Yo diría que no sería sólo un frente de izquierdas, sino un frente democrático. Me parece inevitable”, aporta Fleury. Frente a ello están los que piensan que un partido tan golpeado por la corrupción no puede erigirse en abanderado de un proyecto así, pero un escenario con la izquierda fagocitada deja al PT aún más expuesto a una dicotomía de la que no quieren ni oír hablar en el partido de Lula y Rousseff: refundación o extinción.
Noticias relacionadas
- El partido de Lula y Rousseff se estrella en las elecciones municipales
- El expresidente brasileño Lula será juzgado por corrupción
- El fiscal acusa a Lula de ser el "comandante máximo" de la corrupción en Petrobras
- El Gobierno brasileño post-Roussef hereda su fragilidad política
- Brasil post-Dilma: claves para entender el futuro de un país dividido