En Venezuela la Navidad comenzó el 1º de noviembre por decreto presidencial. Aunque no fue una orden escrita que quedara registrada en una Gaceta Oficial, el anuncio hecho por Nicolás Maduro fue acatado como una orden por los funcionarios del Gobierno.
En el centro y oeste de Caracas, donde se encuentran la mayoría de los ministerios, oficinas públicas y el palacio presidencial, las calles y avenidas que estaban tapizadas desde octubre con pancartas que decían “Dale un parao al fraude de la MUD”, referente a las firmas recolectadas por la oposición para activar el referendo revocatorio contra Maduro, pasaron a exhibir mensajes de “Feliz Navidad y Próspero Año 2017”.
En los canales de TV abierta empezaron a circular más mensajes navideños del Gobierno y en las sedes de los ministerios y plazas públicas comenzaron a hacer conciertos de gaita, música tradicional en esta época.
Pero esa Navidad forzada dista mucho de ser el verdadero espíritu de los venezolanos. La inflación en los alimentos llegó en noviembre a 480,9%, según el Centro de Documentación y Análisis Social de los Trabajadores (Cendas) y la posibilidad de preparar la típica cena de Nochebuena ha quedado pulverizada.
A eso se suma la inflación general, de la que no se tienen cifras oficiales pero que ha sido estimada por el FMI en 720% al término del año. Una inflación que reduce drásticamente el poder adquisitivo de los venezolanos en una economía que continúa marcada por la escasez de alimentos y productos básicos y que terminó de contraerse en los últimos días con la decisión tomada por Maduro de sacar de circulación al billete de 100 bolívares, el de más alta denominación -al final se ha extendido hasta el 2 de enero su vigencia-, sin la entrada de un nuevo cono monetario.
El Gobierno ha intentado “ganar puntos” con los venezolanos aplicando medidas contra tiendas de ropa, zapatos y jugueterías, obligándolas a bajar los precios entre el 30% y el 80% según el lugar, sin permitir la revisión de las estructuras de costos y rescatando el discurso de la guerra económica; y también repartiendo bolsas de comida subsidiada a través de los denominados “Comités Locales de Abastecimiento y Producción (conocidas como las bolsas Clap).
Pero nada ha podido ocultad la realidad de tener una Nochebuena austera, muy distinta a la de años anteriores.
“No nos quitarán la ilusión”
La madre de Gertrude Schenider siempre le contó sobre los horrores de la guerra, de las largas caminatas para conseguir algo de alimento en la Alemania de principios del siglo pasado. Gertrude creció lejos de la Selva Negra, de donde son sus antepasados, y se convirtió en abuela de media docena de chicos en un ambiente distinto, en el Caribe, en la Venezuela que le dio cobijo a miles de inmigrantes europeos durante décadas. Hoy Gertrude, con 67 años a cuestas, revive las historias de su madre. “Los venezolanos no estamos acostumbrados a esto. Algo tendremos que aprender”.
Ella se refiere a la crisis económica más dura que ha padecido el país suramericano en más de un siglo, la misma que amenaza con tener un colofón sangriento, algo que a Gertrude le produce mucho temor. Mientras tanto se dedica a comprar los ingredientes para preparar la cena de Navidad. Confiesa que no ha sido una tarea fácil, porque los ingredientes para preparar las típica hallaca (pastel de harina de maíz relleno con un guiso de carne, pollo, cerdo, aceitunas, uvas pasas y rodajas de cebolla y pimentón, envuelto en hojas de plátano) no se consiguen y lo que hay es muy caro.
La crisis, esa que se viste con la inflación más alta del mundo, golpea los bolsillos de todos en el país de la revolución bolivariana, pero es especialmente dura con los más débiles: niños y ancianos.
A Gertrude le produce impotencia no poder preparar las 70 hallacas que acostumbra a realizar cada diciembre. El costo de los ingredientes para cocinar el guiso, la dificultad para conseguir la harina de maíz necesaria para preparar la masa y la imposibilidad de comprar un pernil de cerdo para acompañar la han obligado a racionar. En estas fiestas se conformará con ensamblar 20 bollos de maíz y preparar un poco de ensalada de gallina. La pensión que recibe por su jubilación no le da para más. Por suerte una de sus hijas también ha colaborado con algunos ingredientes.
“Yo siempre he sido la abuela de los regalos, de la ropa para mis nietos, pero este año no puedo”, dice un poco resignada. “Es el peor año que hemos vivido”, suelta de inmediato y con las misma convicción asegura que a pesar de todas las dificultades esta Nochebuena compartirá junto a su familia. “La Navidad se trata de los niños, de compartir, de la ilusión. A pesar de todo no nos quitarán la ilusión”.
“La crisis es parte de mi vida”
Raúl pasará la noche de Navidad en el mismo lugar que el año pasado y el año anterior: en la calle. Él es de El Cementerio, una populosa zona al oeste de Caracas, y desde los siete años está en situación de calle. Duda un poco al sacar la cuenta y finalmente acierta a decir que son 17 años durmiendo en las aceras, arropándose con un cartón.
Según su cuenta tiene 24 años, pero la vida lo ha golpeado hasta parecer un veterano de guerra, de una guerra no declarada que se vive en las calles de la capital venezolana, la ciudad más peligrosa del mundo. Las cifras oficiales muestran 58 homicidios por cada 100.000 habitantes; en España, por ejemplo, la tasa es de uno, según datos del Banco Mundial.
En el rostro de Raúl se notan las cicatrices de la indigencia, múltiples cortes producto de algunas riñas. Heridas de combate. Dice que no ha estado preso cuando se le pregunta y cuesta creerle. También asegura que lleva tiempo sin drogarse, pero los movimientos involuntarios y las marcas frescas en sus brazos lo delatan. Él camina rápido y mira para todos lados, como sospechando de cada transeúnte. La gente prefiere no caminar cerca de él.
“Este año se notan muchas más colas y cuesta un poco conseguir dinero. Las cosas están muy caras”, dice. Él cuenta que la crisis es parte de su vida, que siempre ha comido poco y que nunca ha tenido una cena de Navidad. En esta ocasión tampoco romperá con la tradición con la que lo ha marcado la desigualdad social. Será una noche más, que ante las circunstancias no es poca cosa.
En los últimos días, tras la medida gubernamental de sacar de circulación el billete de 100 bolívares, comenta que le ha costado poder “resolverse”. La gente atesora el efectivo, por lo que es mucho menos lo que él puede recibir de manos de los caraqueños. Cuenta que su “jefe” es un vendedor de comida ambulante que todos los días requiere de él para instalar y guardar el tarantín donde prepara las cachapas, un plato típico a base de maíz. “Siempre me puedes encontrar por ahí”, dice apuntando hacia su esquina. Luego se despide deseando una feliz Navidad y se pierde entre un grupo de indigentes que conviven con él en el centro de la ciudad.
“No parece Navidad”
“La situación que estamos pasando los venezolanos es bastante difícil. En mi casa no conseguimos harina para hacer las hallacas, ni hemos podido comprar el pernil para la cena. La verdad es que no parece Navidad pero nos reuniremos en familia para no perder la tradición y le daremos gracias a Dios por estar vivos, ¿qué más vamos a hacer?”, relata Yelitza Cruz con un deje de resignación.
En su casa la Nochebuena no tendrá la típica cena navideña de los venezolanos, conformada por la hallaca, el pan de jamón, el pernil y la ensalada de gallina. Pero en lugar de lamentarse trata de mantener las esperanzas de tener mejor suerte para la próxima semana. “No nos vamos a estresar, vamos a ver si para el 31 la podemos hacer”.
Este año hay varios dilemas en las familias y uno de ellos es ese planteado por Yelitza. Si antes se hacía una cena especial el 24 y el 31, ahora hay que escoger una de las dos fechas para procurarla.
“Lo primordial son los niños”
Un pollo al horno acompañado con plátanos, también horneados, será la cena que María Soto preparará la noche de este 24 de diciembre en su casa. Ni hallacas ni pernil, menos ensalada de gallina porque la papa, zanahoria y mayonesa están muy costosos.
“Este año todo está más difícil que los anteriores pero haremos el intento de mantener la tradición, no por uno sino por los niños, para que ellos la pasen bien”, cuenta María.
Algo típico de estas fechas es estrenar ropa en la cena del 24 y del 31, pero en casa de María eso no pasará. Al menos no con los adultos. “Ese dinero está destinado para los niños, igual que los regalos. Lo primordial son los niños, uno ya vivió buenas navidades, ahora le toca a uno apartarse y destinar lo poco que tiene a ellos”. Así hará con sus nietos.
“Lo que nos queda es pedir mucha paz y salud. Y seguir luchando para ver si salimos de esto”.
“Estas navidades son terribles”
“¿Cómo serán estas navidades? Terribles. Estas navidades son terribles. A pesar de que el Gobierno mandó a bajar todos los precios el dinero no alcanza. Aquí nadie sale ganando”.
Angie Díaz es madre soltera, trabaja y dice ganar un sueldo decente acorde con su profesión como técnico superior universitario en mecanografía, que le permite sobrevivir, pero su ingreso ha sido insuficiente para comprarle un buen regalo a su hija. “Uno acostumbraba comprar juguetes de calidad; este año da dolor”. Pudo comprarle un regalo a su hija pero su expresión refleja la insatisfacción de no poder darle lo mejor.
Se reunirán con la familia aunque la cena no sea la tradicional. “Si tienes para el pan de jamón no tienes para la ensalada; si tienes dinero para el pernil no tienes para las hallacas. Vamos a ver. Quizás para el 31 sí hacemos hallacas”.
“Uno busca la manera”
La familia de Catherine Arrieta pudo hacer las tradicionales hallacas, plato típico venezolano en Navidad y Año Nuevo. Pero en su caso, la buena suerte llegó porque uno de sus familiares trabaja en el Ministerio de Agricultura y les entregaron una “bolsa Clap navideña”. “Hice cola para poder comprar la harina de maíz y con eso resolvimos”, comentó.
“La situación sí está difícil pero no es la idea pasarla mal y menos cuando hay niños. Ellos tienen que disfrutar. Uno busca la manera de mantener la tradición”.
Los regalos de los niños los compró en octubre, previendo que en diciembre estarían más costosos, y así ocurrió. Una muñeca sencilla cuesta 35.000 bolívares, pero hay otras más caras por 50.000 y 100.000. Mientras, el sueldo mínimo de un venezolano es de 27.092 bolívares.
“Lo importante es que los niños la pasen bien, a uno le tocará más adelante, en otro momento. Ahora con el tema de los billetes es más complicado comprar juguetes y todo, pero si uno se pone a pensar en eso no disfruta la Navidad y te enfermas: Ésa tampoco es la idea”, dice Catherine.