Caracas

José Cisneros regresa del frente a la carrera, desorientado y bajo los efectos de las bombas lacrimógenas lanzadas por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). A saber: quemazón en la piel, dificultad para respirar e irritación en los ojos y las fosas nasales.

Después de más de 100 días en la calle, y más de 90 muertos, José promete que no va a abandonar la lucha por una Venezuela libre, a pesar de que al líder opositor más carismático, Leopoldo López, le han cambiado cárcel por casa.

La calle no se va a enfriar. El Gobierno de Nicolás Maduro ha tomado esta medida para aparentar que no estamos viviendo una dictadura. La lucha continúa”, asegura en Caracas este licenciado en Comunicación Social. Sus armas contra el Ejecutivo chavista son un escudo de madera contrachapada, una máscara antigás y un guante ignífugo.

Los botes de los gases, que deberían ser lanzados por las fuerzas de seguridad venezolanas hacia el cielo para dispersar pero son disparados de forma horizontal contra los manifestantes para reprimir, silban en la primera línea de fuego.

Ballenas y perdigonazos de metal

Usan ballenas [especie de camiones] con mangueras de agua a presión, rinocerontes [tanquetas], las lacrimógenas las lanzan directamente contra el cuerpo y también utilizan bombas sonoras que te dejan aturdido durante minutos”, comenta A.F., estudiante de cuarto año de Administración en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).

Prefiere mantener el anonimato detrás de esas iniciales y de una camiseta colocada sobre la boca y la nariz, como si fuera un pañuelo del Viejo Oeste: “El régimen de Maduro rastrea las redes sociales y los medios de comunicación para luego venir a por nosotros y detenernos”.

Un opositor muestra su escudo con una máscara antigás. E. G. Delgado

Además del casi centenar de fallecidos, desde el 1 de abril también se han producido más de 3.600 detenciones y se han registrado más de 15.000 heridos, según el Foro Penal Venezolano (FPV).

Yo no me preparé para una guerra civil. Nos disparan perdigones que deberían de ser de goma, pero son de metal. Y el castigo no es sólo físico, también psicológico. Nos insultan, nos tratan de quebrar gritándonos: ‘Son unos mariquitos’, ‘Vénganse para acá que los voy a reventar’, ‘les vamos a meter perdigonazos por el culo’, ‘Pégale con la bomba en la rodilla’…”, enumera José.

Encomendado a la Virgen

Mientras prepara su macuto y un botiquín de primeros auxilios, A. F. cuenta cómo se protege: Yo llevo mi estampita de la Virgen de Coromoto, a la que siempre me encomiendo para que me cuide, un casco de moto que me donaron y mi máscara. No llevo chaleco. Mi labor es sacar a los que están heridos y despejar con guantes las bombas que nos van lanzando.

Por su parte, José Cisneros enumera entre los enseres que utiliza casi a diario “un casco, máscara de gas y guantes”. “Como chaleco utilizo mi mochila llena de agua y me la pongo por delante en el pecho para que me proteja de los impactos”, añade haciendo el gesto, como cuando oye disparos.

El comunicador social empezó a participar en la zona caliente porque percibía mucha desorganización: “Tengo 28 años y llevo protestando desde 2002 cuando la mayoría de los chamos (chicos) no habían casi ni nacido. En primera línea había una gran cantidad de jóvenes con muchísima voluntad, con muchísima fuerza, pero con una falta de liderazgo evidente. Muchos se iban solos hacia delante a luchar contra los policías. Me he dedicado a controlarles un poco, a que piensen, a que respiren y a que siempre estén unidos como un equipo. Tienen la valentía y la fuerza, pero, en ciertos momentos, les falta cabeza fría”.

José ahonda en otro temor: Si te detienen, desapareces unos cuantos días hasta que te ponen a disposición judicial. En esos momentos, puede pasar cualquier cosa: golpes, robos, insultos, que pidan dinero por liberarte… Además, a muchos de los opositores que atrapan en las manifestaciones les están juzgando tribunales militares, lo cual es ilegal”.

Los 1.000 de la primera línea

Según explica el escudero Cisneros, han establecido un sistema para mantenerse activos sin que la intensidad baje. En total, como fuerza de choque inicial, resistiendo con escudos, lanzado piedras con tirachinas gigantes, molotovs caseros y devolviendo los botes lacrimógenos hay, aproximadamente, 1.000 chicos que van rotando sus posiciones.

En primera línea no suele haber más 200 o 300 personas a la vez. Se ha creado una dinámica rotativa que ha surgido de forma espontánea porque no estamos preparados para estar delante todo el rato. Yo no me he formado para luchar en una guerra todos los días, ni tengo el equipo para hacerlo. Estoy una hora delante, me retraso, descanso y vuelvo. En total, no llegaremos a 1.000 personas rotando”, calcula el comunicador social.

Una voluntaria reparte raciones de comida entre los escuderos. E. G. Delgado

En este momento, surge una crítica hacia una parte de las personas que salen a protestar: “Casi todos los que están ahí son chicos que rondan los 20 años. ¿Qué les pasa a los hombres venezolanos más mayores? Cuando estoy delante me doy cuenta de que yo soy el mayor, el abuelo de todos los jóvenes –tiene 28 años-. Cada uno pelea como puede, pero para mí, los chicos que están en el frente son héroes. Yo estoy ahí porque me da más miedo dejarles solos”.

A. F. corrobora la juventud de la primera línea. “La verdad es que siempre somos jóvenes. Yo tengo 24 y he visto pocas veces gente mayor de 30 años. Hay que reconocer que, físicamente, no es lo mismo tener 20 que más de 30”, señala.

¿Y la clase social? Porque el Gobierno de Nicolás Maduro les acusa de ser hijos de ricos, fascistas y paramilitares y de estar financiados por los partidos políticos de la oposición venezolana.

Ambos se revuelven y comentan que el apoyo de los partidos es moral. Ni logístico, ni económico. Este es un movimiento de resistencia espontáneo y se percibe en que en el frente te encuentras a chicos de universidad, al lado de gente de barrios pobres o hijos de pequeños comerciantes. La propaganda del Gobierno es para desmoralizarnos. Sólo somos jóvenes luchando por un país mejor”.

En Venezuela se prevé una inflación del 720% para 2017. Que los precios estén descontrolados no es extraño y, por supuesto, eso afecta a la hora de equiparse.

Las protecciones son carísimas y la mayoría las recibimos de donaciones o nos las fabricamos nosotros mismos”, dice A. F.

Casi todos los chalecos están hechos de forma casera con alfombras, con radiografías médicas, con telas… Y los escudos también, que muchas veces son puertas y trozos de muebles de madera o tapas de contenedores de metal. Los cascos y las máscaras se compran con aportaciones de gente anónima”, aporta José Cisneros, que afirma que una máscara puede costar 70 euros -si consiguen meterla en el país- y los cascos, unos 40. No parecen grandes cantidades hasta que se comparan con el salario mínimo mensual: 27 euros.

Arepas en la retaguardia

En la retaguardia, también ha nacido un apoyo logístico natural. Por ejemplo, María Fernanda Salas y Jeanette Delgado, ambas de 24 años, se dedican a preparar alimento y bebidas para los escuderos de la resistencia.

Si la marcha está convocada para las 10.00 h de la mañana nos levantamos a las 6.00 h para cocinar arepas de queso y atún, arroz con pollo o pasta con carne. El relleno lo preparamos el día de antes. No conocemos a los chicos que están en el frente, pero creemos que se lo merecen porque están luchando por todos”, expone Salas, estudiante de Psicología en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Escudo de madera fabricado artesanalmente. E. G. Delgado

Cargamos toda esa comida en mochilas, no más de 40 raciones diarias por el peso y porque también les llevamos agua”, agrega Delgado, quien está terminando Comunicación en la UCAB.

Las dos añaden que también llevan “un preparado casero, a base de bicarbonato y agua, que se echa en la cara, para contrarrestar los efectos de los gases”.  El antiácido testado, y el que recomiendan los médicos, es el Maalox, difícil de conseguir en estos momentos en este país, como casi todos los insumos médicos.

¿Va o no va la Constituyente?

Venezuela parece estar en un momento clave –aunque el país suramericano siempre da la sensación de estar viviendo uno-.

No aguantamos a terminar este año con este presidente. Maduro está llamando a una Constituyente [reforma de la Constitución que quiere poner en marcha a partir del 30 de julio]. Si no se echa para atrás, la solución no va a ser pacífica. Si Maduro recula, abre el canal humanitario, libera a los presos políticos y convoca elecciones, la salida va a ser democrática”, afirma José Cisneros.

Si el Gobierno no estuviera tambaleándose, no nos reprimiría de la forma tan brutal como lo está haciendo. Yo creo en el voto, pero la Constituyente no es la solución, sino votar en unas presidenciales”, opina A. F.

María Fernanda tiene clara la salida: “Mantenernos en las calles. Así hemos conseguido la liberación de Leopoldo o que haya fracturas en el chavismo como que la Fiscal General, Luisa Ortega, haya declarado que el país sufre un golpe de Estado”.

Este domingo 16 de julio, los escuderos de la resistencia dejarán por unas horas sus defensas y participarán en el plebiscito contra el Gobierno bolivariano convocado en toda Venezuela por la oposición, representada en su conjunto por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).

El referéndum, que los opositores describen como el mayor acto de rebeldía, busca poner contra las cuerdas al Ejecutivo preguntando a los venezolanos sobre el futuro del país y la convocatoria de elecciones.

Queremos demostrarles a los chavistas que la Constituyente no va. Espero que se recojan millones de firmas para demostrarles nuestra fuerza”, comenta esperanzado José Cisneros. Se despide entre jadeos y vuelve al frente, perdiéndose entre el humo ácido de los gases lacrimógenos de las marchas de Caracas.

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