Siempre quedará el recuerdo de 2016. En el fondo, desde el punto de vista estadístico, toda esta campaña estadounidense se sostiene por el fantasma del enorme error demoscópico de la anterior elección, cuando Donald Trump se recuperó de unos pronósticos muy negativos para llevarse con claridad el colegio electoral. De no existir ese precedente tan cercano, nadie estaría dudando ahora mismo de la victoria de Joe Biden.
Nadie, siquiera, consideraría que Trump tiene alguna opción. Y, sin embargo, es ese recuerdo, la asunción de que su votante es menos explícito que el votante demócrata, y la ventaja habitual del presidente en cargo (solo George Bush padre ha perdido como presidente en cuarenta años) lo que hace que sigamos mirando cada detalle con lupa, intentando ver un cambio de tendencia que aún no llega.
La gran noticia de la semana en lo que tiene que ver con la campaña electoral ha sido sin duda el positivo de Trump, un hombre ya de avanzada edad y con un pronóstico en principio complicado. No se sabe aún cómo va a afectar a las encuestas porque es muy pronto, pero desde luego los republicanos querrán enfatizar la posición de fuerza incluso física de su candidato, su capacidad de vencer a todo y a todos, incluido al malvado virus.
Puede que les funcione pero no sé si esas ideas tan vagas llegan más allá del electorado ya convencido de antemano. Por su parte, los demócratas harán énfasis una vez más en su irresponsabilidad, en la cadena de errores cometidos después del contagio y el peligro al que expuso a tantísimas personas. La comparación con el total del país resulta inevitable y demasiado sencilla como para obviarse.
El problema es que Trump necesita algo que cambie votos y recuperarse de una enfermedad no parece que sea suficiente. Las encuestas de los últimos diez días no han sido buenas para él después del primer debate electoral y la diferencia con Joe Biden a nivel nacional es ahora mismo de más de nueve puntos (51,7%-42,2%) contando la media de todas las encuestas recientes.
A estas alturas, hace cuatro años, la ventaja de Hillary Clinton era de 5,1 puntos y llegaría a ser de 6,6 puntos después de los debates. En ningún caso, superó esa diferencia, es decir, hablamos de un reto colosal que, insisto, con otro protagonista, ni se contemplaría.
En cualquier caso, el voto popular a nivel nacional no es lo que cuenta en Estados Unidos, eso ya lo sabemos. Al fin y al cabo, en 2016, Hillary Clinton se impuso por un 2,1% (48,2%-46,1%) y eso no impidió que Trump se llevara muchos más estados y sus delegados para el colegio electoral. No parece que este año la historia se vaya a repetir, pues la desventaja que acumula a nivel nacional la sufre también a nivel local. Si en los anteriores análisis hablábamos de la necesidad de los republicanos de imponerse en Arizona y en uno de los tres estados del medio-oeste que están en juego (Míchigan, Pensilvania o Wisconsin), la cosa se ha complicado al perder toda la ventaja en Florida y Ohio.
Sin Florida y Ohio no hay camino posible para Trump. Necesita imponerse en los dos escenarios y luego soñar con otra remontada gloriosa e inesperada. El asunto es que las últimas encuestas no invitan al optimismo republicano: la única que no da una ventaja de entre 4 y 11 puntos a Biden en Florida es la de la Universidad de Suffolk, que anuncia un empate.
La media de todos los sondeos cifra la ventaja demócrata en un 4,6% y subiendo día a día. En Ohio, se vive una situación parecida: lo que llegó a ser una ventaja de dos puntos de Trump a principios de septiembre, es ahora una desventaja de medio punto. Nada vital, por supuesto, pero significativo. Ningún candidato republicano ha ganado las elecciones presidenciales perdiendo el estado de Ohio en la historia moderna de la democracia estadounidense. De hecho, solo John Fitzgerald Kennedy en 1960 pudo imponerse en el colegio electoral pese a ceder contra Nixon en este estadio del medio-oeste.
Las tendencias en Florida y Ohio son una mala noticia pero no son la peor posible. Aquí sí que la distancia con Biden es similar a la que Trump tenía con Hillary en octubre de 2016, incluso menor. El verdadero problema es que el republicano no consigue remontar ahí donde también necesita ganar. De entrada, tenemos a Trump por debajo en las encuestas de Carolina del Norte (-2,5 puntos) y Arizona (-4,4 puntos de media), estados que necesita conservar respecto a los anteriores comicios. No son diferencias insalvables, de nuevo, pero el asunto es que Trump necesitaría ganar los cuatro estados donde va perdiendo para tener la oportunidad del tridente Míchigan-Pensilvania-Wisconsin.
Si hubiera una ola de última hora como la que hubo en 2016 en favor del presidente, es posible que eso le permitiera remontar allí donde está ahora mismo cinco puntos por debajo en las encuestas o menos. Posible no es probable y desde luego no es seguro. Lo que no se ve es en cuál de los tres estados decisivos va a ganar el partido republicano. En Wisconsin, la ventaja de Biden es de 7 puntos; en Pensilvania, de 6,9 puntos, y en Míchigan, de 7,7 puntos. Parecen ventajas imposibles de remontar, pero aquí, de nuevo, entra el fantasma de la debacle demócrata de hace cuatro años: a lo largo de octubre, Hillary llegó a tener 8,6 puntos de ventaja en Wisconsin; 7,5 en Pensilvania, y 9,3 en Míchigan… y perdió los tres.
En resumen, Trump sigue con posibilidades por comparación. Si lo logró en 2016 con desventajas mayores en los estados clave, ¿por qué no iba a conseguirlo ahora? Está claro que un segundo cataclismo demoscópico es improbable y es aún más complicado que el primero porque se supone que las encuestadoras habrán aprendido la lección y, de hecho, puede que estén sobreestimando a Trump por miedo a equivocarse de nuevo.
También está claro que, de nuevo, necesita al menos cinco remontadas en siete estados y que la tendencia, ahora mismo, es negativa. Ahora bien, quedan dos debates y casi un mes de campaña. Es mucho. En Estados Unidos, un mundo. ¿Se imaginan que el positivo hubiera sido Biden y que le hubiera costado más tiempo recuperarse? Hay muchos “cisnes negros” potenciales. Esto es 2020, no se nos puede olvidar.
No hay mejor manera de acabar estos artículos que recurrir a los análisis predictivos de Nate Silver. En este momento, la página fivethirtyeight.com da a Biden un 84% de posibilidades de ganar las elecciones, la cifra más alta desde su nominación como candidato. En la víspera del tercer debate de 2016, la probabilidad de una victoria de Hillary Clinton la cifraban en un 87,4%. Quedaban dos semanas solo para las elecciones. Y aun así, pasó lo que pasó. Habrá que estar muy atentos.
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