La cuadratura del círculo de Biden para salvar las elecciones: apoyar a Israel pero ir contra Netanyahu
El presidente demócrata se sitúa en una difícil tesitura, teniendo en cuenta las considerables comunidades judías y árabes en Estados Unidos.
15 febrero, 2024 02:46Separar el apoyo a Israel del apoyo a las decisiones de su primer ministro. Esa es la ardua misión en la que tanto Joe Biden como su secretario de estado, Antony Blinken, llevan meses embarcados. Por un lado, defender ante la opinión pública a un país acusado formalmente de genocidio y que ha sido el gran aliado estadounidense en la región desde que empezó a dar sus primeros pasos en 1948. Por otro lado, impedir que las decisiones de Netanyahu y su desdén absoluto por las vidas palestinas en Gaza, sin separar civiles de terroristas, arrastren la reputación del país.
En ese sentido hay que entender las últimas declaraciones y apariciones públicas del presidente estadounidense, muy castigado en las encuestas y entre serias dudas acerca de su capacidad para aguantar hasta los 85 años en la Casa Blanca. Tanto en mítines como en ruedas de prensa como en la reciente cumbre con el rey de Jordania, Abdullah II, Biden ha insistido en desmarcarse de la política de Netanyahu respecto a la crisis humanitaria de Rafah y ha vuelto a pedir que se replantee el ataque por tierra a una ciudad superpoblada, bajo unas condiciones de vida terribles y que, además, hace frontera con otro de sus grandes aliados, Egipto, que podría verse arrastrado por el caos.
En las últimas semanas, los sectores más izquierdistas, vinculados tradicionalmente al senador Bernie Sanders, han popularizado un apodo que no le hace ninguna gracia al presidente. “Genocide Joe”, lo llaman, un grito que se ha llegado a escuchar en algún mitin. Acusan a Biden de una excesiva tolerancia con Netanyahu apelando a su vieja amistad e ignorando que dicha amistad tocó fondo antes incluso de que Hamás cometiera la masacre del 7 de octubre. Biden y “Bibi”, como se conoce al primer ministro israelí, fueron íntimos amigos durante décadas, pero dejaron de hablarse a principios del año pasado cuando el presidente estadounidense criticó el intento del primer ministro israelí de anular al poder judicial y hacerse en la práctica con el control del Tribunal Supremo.
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Por entonces, Netanyahu le dijo a Biden que se metiera en sus asuntos y el teléfono dejó de sonar hasta el mismo día 7. Por supuesto, en los días posteriores al atentado masivo, fueron muchas las fotos que ambos líderes se hicieron juntos… pero el desencuentro diplomático entre los dos países no ha dejado de ser llamativo. Estados Unidos lleva pidiendo a Israel desde el primer momento que no repita los errores que cometió la administración Bush en Afganistán tras el 11-S y que opte por ataques más quirúrgicos que no afecten a la población civil. Israel, hasta el momento, ha hecho caso omiso a todas estas peticiones.
No perder votantes judíos sin perder los votantes árabes
Hasta cinco giras por Oriente Medio ha llevado a cabo Blinken en apenas cuatro meses para tranquilizar a los aliados, presionar a Israel y amenazar a Irán con graves consecuencias si insiste en llevar la guerra más allá de las fronteras actuales. Sin embargo, la sensación que ha transmitido la diplomacia estadounidense, tanto fuera como dentro de su país, es justo la que está castigando al presidente en las encuestas: una debilidad peligrosa.
Teniendo en cuenta que quedan menos de nueve meses para las elecciones presidenciales, el riesgo que supone una mala política de comunicación en un tema tan serio es enorme. La comunidad judía es importantísima en Estados Unidos y ha mantenido tradicionalmente vínculos muy estrechos con el Partido Demócrata. Ahora bien, la comunidad árabe es casi tan cuantiosa y cada vez más influyente… y también se ha sentido más cómoda con los postulados demócratas que con la deriva xenófoba impulsada por el trumpismo republicano.
¿Cómo contentar a ambos sectores de cara a las elecciones y evitar una sangría de votos por ambos costados? Es un reto equivalente al de cuadrar un círculo. Si Biden se muestra demasiado “comprensivo” con Palestina —nunca ha dejado de defender una solución de dos estados que, ahora mismo, parece utópica— puede que determinados apoyos judíos se sientan traicionados y sin duda el GOP se lanzará al exabrupto y le acusará de connivencia con los terroristas de Hamás. Por otro lado, si acepta sin más lo que está pasando en Gaza desde el mismo 7 de octubre, la comunidad árabe le abandonará y también lo harán los votantes de izquierdas más afines a la causa palestina.
Distanciándose de Netanyahu, Biden confía en que, por un lado, los árabes no le vean como una marioneta o un facilitador de las dudosas decisiones humanitarias del primer ministro israelí… y por el otro, que los judíos americanos demócratas entiendan la diferenciación entre un país y su líder. No son pocas las voces críticas con Netanyahu desde la comunidad israelí en Estados Unidos ni desde el propio Israel, donde el primer ministro es una figura polarizadora, como demuestra el hecho de que se hayan tenido que convocar elecciones cinco veces en poco más de tres años para conseguir una mayoría parlamentaria mínimamente estable.
El recuerdo de Jimmy Carter
Biden necesita transmitir seguridad al país y especialmente a su electorado. Es cierto que hay una pulsión en Estados Unidos que favorece el aislacionismo, pero también es cierto que hablamos de un país orgulloso de sí mismo y convencido de su superioridad moral y práctica sobre el resto del planeta. Ahora que el Partido Republicano se ha apuntado a la Doctrina Monroe y Trump amenaza con abandonar la OTAN y dejar que Putin “haga lo que le dé la real gana” con sus aliados europeos, los demócratas deben jugar con la idea de un líder fuerte que sea capaz de negociar una paz en medio de la tempestad mundial.
Sin duda, es una apuesta arriesgada. Al expresidente Jimmy Carter estuvo a punto de salirle bien con los históricos acuerdos de Camp David de 1978, pero acabó saliéndole fatal con la crisis de los rehenes de la embajada estadounidense en Teherán al año siguiente. Es muy complicado que un presidente gane las elecciones por su política exterior, pero es muy fácil que las pierda si se maneja con torpeza o si no muestra la fortaleza que sus votantes esperan. De momento, en Biden y en su administración se ha apreciado más voluntad que capacidad de disuasión. Eso les deja muy desprotegidos tanto en clave externa como interna.
Puede, con todo, que las elecciones de 2024 sean distintas y que, además de los problemas de inmigración con México que ya jugaron un importante papel en 2016, o la situación económica, que no ha dejado de mejorar desde la llegada de Biden a la Casa Blanca, el papel de Estados Unidos en el mundo sea un factor a considerar. Trump propone echarse a un lado o directamente colaborar con los sátrapas. Biden prefiere mantener las alianzas de siempre, pero con matices. Y en esos matices entra el enfrentamiento con Netanyahu. De su capacidad para explicar en qué se diferencia del primer ministro y en qué se solidariza con el pueblo de Israel puede depender su triunfo o su fracaso en las urnas.