Nueva York

John Mendiola, un estudiante de Informática de 20 años, mira con desgano las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Hijo de inmigrantes, votará por primera vez el próximo 8 de noviembre, pero se lo ve poco entusiasmado. No puede ver a Donald Trump y Hillary Clinton no lo convence del todo. “No me gusta su actitud”, dice.

Ryan Karran, de 18 años, también va a votar por primera vez. No sabe a quién votará, pero sabe a quién no votará: “Cualquiera menos Trump o Hillary”. Entre ambos, dice, Clinton “es la mejor opción”. Pero no le cae bien.

Adelante en las encuestas, envalentonada tras una sólida actuación en el primer debate presidencial, la candidata demócrata buscará en las próximas semanas contener un problema que la ha acompañado desde que lanzó su candidatura: despejar las dudas que despierta entre los jóvenes, un voto decisivo para los demócratas.

En 2012, el presidente, Barack Obama, ganó el voto joven con un abrumador 60% contra el 36% de Mitt Romney, el candidato republicano, según el Centro de Investigaciones Pew. El voto joven fue crucial en algunos de los estados más disputados, como Florida, Virginia, Pensilvania y Ohio. Un dato contextualiza su influencia: hoy, en Estados Unidos, los millennials –las personas que nacieron en las últimas dos décadas del siglo XX– superan ya a los baby boomers. Son más de 75 millones de personas en todo el país, un grupo capaz de abrirle o cerrarle las puertas de la Casa Blanca a cualquier candidato.

Las encuestas sugieren que uno de cada tres jóvenes votará por candidatos alternativos como Jill Stein, la aspirante ecologista, o Gary Johnson, el candidato libertario, un escenario que ha encendido alarmas en la campaña de la demócrata. El temor: un “efecto Nader”. En 2000, Ralph Nader, el candidato ecologista, le quitó votos a Al Gore y favoreció su derrota a manos de George W. Bush. Muchos, además, quizá no voten.

“Los necesito”, ha clamado Clinton, días atrás, en un acto en la Temple University, en Filadelfia, Pensilvania, ante miles de jóvenes.

Su campaña ha comenzado a ultimar esfuerzos para conquistarlos. Clinton ha empezado a compartir estrado otra vez con su rival en las primarias demócratas, el senador socialista Bernie Sanders, cuya campaña atrajo a los jóvenes como ninguna otra durante las primarias. Sanders, que había pasado a un segundo plano, estuvo la semana pasada en New Hampshire y estará en los próximos días en Iowa y Wisconsin.

Otra de las cartas fuertes de los demócratas es la primera dama, Michelle Obama. La semana anterior también se paseó por universidades de Pensilvania para pedirles que voten a Clinton. Sin medias tintas, dejó una advertencia: “Si votan por alguien que no sea Hillary, o no votan, entonces están ayudando a su rival”.

¿O BERNIE O NADA?

Los millennials le han dado forma a la generación más diversa y progresista en la historia de Estados Unidos. La mayoría se identifica con los demócratas. El programa de Clinton, que propone refinanciar préstamos estudiantiles y ofrecer educación gratuita en colegios comunitarios y universidades públicas, es mucho más atractiva para ellos que la de Trump. Otro tema importante para los jóvenes: la lucha contra el calentamiento global, una prioridad de Clinton, que Trump niega.

Pero, así y todo, Clinton cosecha en las encuestas un apoyo inferior al de Obama, aunque su sólido desempeño en el debate parece haberla ayudado. Con todo, muchos jóvenes creen que no se puede confiar en ella, o que le falta autenticidad, un problema añejo de la demócrata.

Durante las primarias, en los actos de campaña de Sanders, era común escuchar a jóvenes que, ante la pregunta de a qué candidato votarían si Sanders no se imponía en las primarias, se mostraban dispuestos a votar por Jill Stein, la candidata ecologista, o Gary Johnson, el candidato libertario, e incluso por Donald Trump, antes que a votar por Clinton.

Muchos jóvenes y adultos que apoyaron a Sanders terminaron digiriendo la derrota de su candidato y votarán por la candidata demócrata. Algunos, a regañadientes. Pero un núcleo de sus seguidores se niega a hacerlo, aun a costa de darle una posibilidad de triunfo a Trump.

Más de un tercio de jóvenes menores de 30 años dijeron que votarán por Johnson o Stein en la última encuesta del periódico The New York Times y la cadena CBS. Uno de cada diez jóvenes dijo que no votará. Otras encuestas muestran resultados similares.

“Voy a votar por Jill Stein”, dice James Kirkland, de 35 años, que vive en Los Angeles. Devoto de Sanders, a quien votó en las primarias, reniega de Clinton porque cree que tendrá una política exterior dura e invadirá Siria. Kirkland vive en California, un estado que los demócratas consideran seguro. Pero, ¿y si viviera en un “swing state”, uno de los estados de voto volátil que pueden decantar las elecciones? ¿Votaría igual?

“Lo pensaría”, indica Kirkland. “Sería una decisión mucho más difícil, pero, honestamente, para mí, el momento en el que todo el mundo te dice que no puedes hacer un voto protesta es el momento más importante para hacer un voto protesta. No creo que una presidencia de Trump arruine al país. Mira a [George W.] Bush. Sobrevivimos a Bush. No quiero que Trump sea presidente, que quede claro, pero tampoco estoy convencido de que podamos atravesar una presidencia de Hillary si quiere empezar guerras nuevas”, se justifica.

Noticias relacionadas