“Aún sigo aquí”, sentenció Donald Trump ante sus simpatizantes el lunes en Pueblo (Colorado) en su primer mitin después de que el New York Times afirmara que el magnate pudo evitar el pago de impuestos a lo largo de casi dos décadas.

El fin de semana, la cabecera neoyorquina publicó extractos de lo que decía ser el equivalente a la declaración de la renta de 1995 del republicano. Los documentos registran una pérdida de casi 1.000 millones de dólares, una sangría que el rotativo achaca a una mala gestión empresarial y que hubiera permitido al candidato no tener que pagar impuestos hasta un máximo de 18 años.

Pero el candidato ha intentado dar la vuelta a la tortilla argumentando que sus maniobras para sobrevivir a un mercado inmobiliario en apuros son una muestra más de su “brillantez” y de que el sistema es “injusto” y es preciso transformarlo.

“Como empresario y promotor inmobiliario he usado lícitamente las leyes fiscales en mi propio beneficio, el de mi compañía, mis inversores y mis empleados. Sinceramente, he usado esas leyes de una forma brillante”, dijo entre aplausos en Colorado. “Entiendo la legislación fiscal mejor que prácticamente nadie, por lo que soy el apropiado para arreglarla de verdad”.

Las opiniones divergen sobre la dimensión del impacto que las alegaciones del New York Times pueden tener sobre la campaña del republicano, pero, desde luego, suponen otra piedra en el estrecho camino al Despacho Oval de Trump, quien se presenta como un empresario de éxito y apela al voto de la clase trabajadora blanca.

“Trump ha hecho muchas cosas estúpidas y, sin embargo, sigue estando a entre tres y cinco puntos de Hillary Clinton en la mayoría de las encuestas. Estas cosas que hubieran hundido a cualquier candidato tradicional parecen ser simplemente otro problema más para Donald Trump. ¿Acaso alguna de ellas ha acabado con él por ahora?”, dice Tobe Berkovitz, profesor de la Universidad de Boston, quien ha trabajado como consultor de campañas políticas en más de 25 estados. “Esto no significa que tarde o temprano todas estas cosas se combinen para acabar con él; simplemente, no lo han hecho aún”.

Uno tras otro, Trump ha saltado todos los obstáculos, superado escándalo tras escándalo con más o menos magulladuras. Ha atacado con rabia a sus rivales, cargado contra las minorías y pronunciado todo tipo de comentarios ofensivos. Rara vez se ha disculpado y a menudo ha buscando cambiar a posteriori el sentido de sus palabras. Recientemente, llamó “asquerosa” a una ex Miss Universo oriunda de Venezuela. Y, como él mismo ha dicho, todavía sigue en una competición donde reina el hastío con la política tradicional.

Pero para Beatriz Cuartas, subdirectora del programa de Administración Política de la Universidad George Washington, esta última polémica no es como las anteriores y puede suponer un punto de inflexión para el candidato.

“Todo es posible (…) pero yo creo que aquí la gente va a marcar la raya”, afirma la analista. Cuartas argumenta que esta polémica desmonta tres aspectos del discurso de Trump: lo hace parecer un miembro de las élites del país, cuestiona que sea un gestor nato y desacredita sus reivindicaciones de que piensa siempre en las clases populares. “¿Cómo hace la gente para reconciliar la idea de que ellos tienen que pagar impuestos pase lo que pase y él no y quiere gobernarlos?”.

ATRAPADO POR LA FORTUNA

Las finanzas de Trump se vuelven cada día más contra él. Haciendo oídos sordos a las demandas de los votantes, Trump se ha negado a hacer públicas sus declaraciones de la renta alegando una auditoría de Hacienda, lo que rompe con una tradición que se remonta 40 años atrás en la política estadounidense.

De hecho, el republicano se ha enzarzado en repetidas peleas con Forbes: él afirma valer 10.000 millones de dólares y la revista acaba de rebajar su estimación a 3.700 millones, haciendo caer 35 puestos a Trump hasta el 156 en su ranking de ricos estadounidenses.

Esta falta de transparencia ha desviado todavía más la atención de la prensa de Estados Unidos hacia los negocios del magnate y sus informaciones esbozan un empresario osado de credibilidad cuestionable.

La semana pasada, la revista Newsweek afirmó que Trump exploró la posibilidad de hacer negocios en Cuba a finales de la década de 1990 cuando Fidel Castro gobernaba la isla. Trump Hotels, según la publicación, pagó hasta 68.000 dólares a una consultora para así driblar al embargo y realizar la misión exploratoria.

También se lo ha asociado a Irán. Una investigación conjunta del Consorcio de Periodistas de Investigación y el Centro para la Integridad Pública publicada este martes indica que el magnate inmobiliario alquiló espacio de oficinas en Nueva York entre 1998 y 2003 a un banco iraní que posteriormente las autoridades de EEUU conectaron con el terrorismo.

Tras la publicación de la investigación del New York Times -cuyo principal accionista es el mexicano Carlos Slim-, surgen las dudas sobre cómo Trump pudo haber acumulado pérdidas de casi 1.000 millones de dólares, así como qué sucedió con ellas después.

A principios de los 90, tres de sus casinos y su Hotel Plaza en Nueva York se declararon en bancarrota, informa el Washington Post. El rotativo de la capital apunta que “aunque él ha separado reiteradamente las bancarrotas de la compañía de sus finanzas personales, los documentos fiscales [publicados por el Times] indican que pudo usar pérdidas derivadas de sus bancarrotas para beneficio de su fortuna personal”.

En su libro El arte de volver (1997), Trump narra cómo sobrevivió a lo que denomina “Gran Depresión de 1990” y se dibuja como un hábil hombre de negocios capaz de florecer en un ambiente hostil. “Nunca se me ocurrió rendirme, admitir la derrota. Es cierto, debía miles de millones”, comienza el libro, que incluye una anécdota donde Trump dice al principio de la década a su entonces mujer que un mendigo vale 900 millones más que él.

“¿Qué clase de genio pierde 1.000 millones de dólares en un año?”, preguntó Clinton a sus seguidores el lunes en Ohio, según recoge Reuters. “Ha hecho negocio del exceso corporativo”, afirmó la aspirante demócrata, que ha publicado detalles sobre sus finanzas.

La filantropía de Trump como magnate también se ha puesto en entredicho. El fiscal general de Nueva York ha ordenado al candidato que su organización caritativa personal, la Fundación Trump, no puede continuar recabando dinero en dicho estado afirmando que de hacerlo incurriría en un “fraude”, ya que no está registrada como entidad benéfica. Dos semanas antes, el Washington Post afirmó que Trump había usado dinero de su fundación para zanjar acuerdos extrajudiciales que afectaban a sus compañías.

La jefa de campaña de Trump ha asegurado este martes en televisión que el candidato ha pagado millones en impuestos al fisco. Sin embargo, Berkovitz, de la Universidad de Boston, duda que el aspirante vaya a cambiar su discurso y estrategia de comunicación tras estos baches. “No escucha a sus asesores, a nadie”, asegura. “Estoy seguro de que Trump piensa 'ey, he llegado hasta aquí a mi manera, no voy a empezar a escucharos ahora'”.

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