Washington DC

Con resaca, nervios y cierto empacho. Así amanecía esta mañana la costa Este de EEUU, la primera zona del país llamada a acudir a las urnas, después de un cierre de campaña en el que tanto Hillary Clinton como Donald Trump trasnocharon con sus respectivos maratones electorales, que concluyeron muy pasada ya la medianoche.

Pese a todo, nada ha impedido a miles de ciudadanos formar enormes colas desde muy temprano alrededor de los centros de votación para decidir quién dirigirá la Casa Blanca los próximos cuatro años. En pocas horas sabremos el resultado, si bien, aún quedará otro enigma por resolver que se antoja bastante más complicado: cómo va a coser este país las heridas que han fracturado la nación en dos.

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“No quiero que gane Donald Trump. Es racista, mala persona, un irresponsable y muchas cosas más. Pero si finalmente lo logra, tendremos que ponernos todos detrás de él y volver a unirnos, porque va a ser nuestro presidente”, comentaba esta mañana Adrienne, una joven blanca de 36 años, mientras esperaba en fila a que llegara su turno para votar en el J. Ormond Wilson Elementary School.

Al escucharla, un hombre que aguardaba también cerca, afroamericano de unos 40 años, reacciona con desaprobación. “Yo no voy a aceptar, bueno, a defender a ese tipo como presidente”, apuntaba sin querer dar su nombre ni hacer más declaraciones.

Parece sólo una anécdota, pero es el sentir de buena parte del electorado demócrata y republicano, completamente contagiados por la crispación y división que ambos líderes han repartido durante estos días de campaña, a pesar de los intentos de última hora de Clinton de rebajar el tono hablando de “reconstruir los puentes”.

Esta mañana la CNN, acusada durante semanas por Trump de jugar a favor de su rival, entrevistaba a dos voluntarios de sendos partidos. Las diferencias entre ambos traspasaban la pantalla con bastante nitidez. No había acuerdo ni en lo programático ni en nada en general. Sin embargo, cuando el presentador les preguntó si aceptarán el resultado incluso si pierden sus líderes, los dos guardaron un incómodo silencio, para luego contestar sin demasiada convicción que “por supuesto” se pondrán al servicio del nuevo comandante en jefe. Pero esta postura, más allá de los estudios de televisión, no es lo que abunda en la calle.

Shannon es una madre demócrata que votó por Clinton nada más abrir su colegio electoral en el estado de Maryland. Como la mayoría de los que tiene una postura contundente, pregunta primero si lo que va a decir saldrá publicado en un medio norteamericano. Después, se suelta: “Si gana Trump estaré manifestándome en las calles y pidiendo una investigación profunda sobre sus vínculos con Rusia. Pero no va a ganar”.

Estas actitudes chocan con lo que hasta ahora ha venido distinguiendo a los EEUU de otros muchos países, esa capacidad de reunirse en torno a una figura elegida democráticamente por el pueblo tras un proceso electoral. “Eso es así, pero éstas no son unas elecciones normales. Otros años, si ganaba un republicano, bueno, pues no me caía bien, pero lo respetaba por sus años de experiencia y por ser un veterano. Pero este año el candidato es repugnante y pone en peligro los derechos básicos constitucionales, como la libertad de expresión. Además no está cualificado para ese puesto de trabajo”, valora esta madre, que confía en una victoria demócrata.

En Washington DC es complicado encontrar testimonios en sentido inverso, pero sencillamente porque el Distrito de Columbia, cosmopolita y sede de multitud de instituciones internacionales, es territorio demócrata. No obstante, si nos remitimos a lo visto hasta ahora, los republicanos no parecen mucho más propensos a reconocer un resultado adverso, empezando por el propio Donald Trump, que aún no ha aclarado si admitirá la derrota en caso de que se produzca.

Con este panorama, la tarea de reconciliación será el primer deber que encare el futuro presidente. Pero para eso, los estadounidenses deben elegir primero.

El sistema electoral estadounidense es bastante particular. Cada estado tiene sus reglas, sus horarios y su forma de votar, y siempre en jornada laboral, lo que no pone las cosas fáciles. Pese a todo, la participación está siendo masiva, al menos a tenor de las imágenes de largas colas. Y eso que al menos un tercio de los ciudadanos llamados a las urnas hicieron uso del voto por adelantado, una práctica permitida en 37 estados y el Distrito de Columbia, mediante el que se han registrado ya 43 millones de sufragios, frente a los 32 millones de 2012.

Uno de los puntos clave de estos comicios es Washington DC, aunque sólo por ser la capital, ya que el resultado es bastante predecible. Aquí el día despuntaba como un martes más de este primaveral otoño de 2016, aunque se advertía algo diferente. Las calles despertaban antes de lo habitual. “Lo normal es ir a votar antes de entrar al trabajo, o salir un poco antes, dependiendo de la flexibilidad de cada uno”, comenta Michael, profesor de inglés en una academia internacional de idiomas en el downtown, el centro, donde los profesores llevan semanas explicando a los alumnos -venidos de todo el mundo- cómo son las reglas democráticas de EEUU.

"NO SE PIDE CARNÉ"

“Hay muchas diferencias con los países de origen de los estudiantes. Por ejemplo, a los europeos les choca que en algunos estados no piden una identificación para votar, como Maryland. Si estás registrado vas, das tu nombre, y votas. A veces en la mesa electoral no saben cómo se deletrea tu apellido y, si tú te ofreces a mostrarles por ejemplo tu licencia de conducir, te dirán probablemente que la guardes. Que no es necesario. Cuando los alumnos escuchan esto, la primera reacción que tienen es decir que cualquiera puede suplantar una identidad. Y bueno, no es lo que suele pasar ”, indica el docente.

Diferencias hay muchas, pero similitudes también. Por ejemplo, el voto se ejerce en escuelas. Una de ellas, la ya mencionada J. Ormond Wilson Elementary School, es el centro de referencia del barrio de Noma, un nuevo vecindario que representa a la perfección cómo ha cambiado demográficamente esta ciudad. Si hace unos años esta zona era considerada un núcleo principalmente habitado por afroamericanos, el proceso de gentrificación experimentado en los últimos tiempos por Washington ha sembrado estas calles de enormes edificios de apartamentos de lujo, ocupados mayoritariamente por jóvenes de raza blanca y trabajadores de la administración.

Theo, de 26 años, es uno de ellos y acaba de ejercer su derecho al voto. Se ha decantado por Clinton. "Creo que es la opción más inteligente teniendo en cuenta su amplio historial y su experiencia en política exterior. Donald Trump es un peligro para la democracia de este país".

Nikke, afroamericana de 25, aún no había depositado su papeleta cuando ha hablado con EL ESPAÑOL, pero pensaba hacerlo a lo largo del día. "Creo que acabaré votando a Hillary aunque sinceramente no estoy convencida y hay cosas de su discurso que no me gustan, pero no quiero ver como presidente a Trump". Esta joven estudiante de raza negra se autodefine como independiente, aunque en las pasadas elecciones sí que se volcó para conseguir que Obama llegara la Casa Blanca.

ZONA LIBRE DE CAMPAÑA

Jamie (46) y Liz (36) son una pareja de demócratas que acaba de votar. Sacan de sus bolsos unos carteles de apoyo a Hillary, nada más dejar atrás la entrada del colegio y la señal de “Aviso”: la ley prohíbe hacer campaña más allá de este punto”. “Hemos votado por Clinton por toda la experiencia que acumula”, argumenta la chica. En cuanto al republicano, lo tilda de “racista y nada diplomático” y vaticina que “nuestro país estaría en problemas si lo elegimos”.

Lejos de la capital, los candidatos ejercían su derecho al voto en Nueva York. La aspirante demócrata fue la primera en marcar su papeleta junto a su marido, a eso de las 08:00 hora local en Cappaqua. Con las encuestas a su favor -algunas le dan cinco puntos de ventaja-, declaraba a la prensa que hoy espera ganar: "Hay mucha gente involucrada en esto y, y una gran responsabilidad de en juego".

Clinton derrochó simpatía y saludos entre el público que la esperaba y aplaudía en su colegio electoral. Muy diferente fue el recibimiento a Donald Trump en Manhattan, donde acudió tres horas después que su rival, a eso de las 11, junto a su esposa Melania. "Todo pinta bien, las cosas están saliendo muy bien. Vamos a ver qué pasa (...) va a ser un día interesante", dijo a los periodistas, según recoge Efe, antes de depositar su papeleta. A la salida, el magnate tuvo que soportar los abucheos de un grupo de ciudadanos, una estampa poco habitual en este país, hasta ahora. Y una señal, quizá, de que la herida de estas elecciones necesitará tiempo para sanar.

LAS MINORÍAS, CLAVE

De vuelta a Wasington, Gabriel Serrato, estadounidense de ascendencia mexicana, o "Mexican-American" como lo dicen aquí, pasea junto a su esposa Jeewon, asiático-americana, por las inmediaciones del Capitolio. "Las declaraciones de Trump sobre los mexicanos son inconcebibles y falsas porque no es cierto que vengan aquí a robar a las mujeres. Los mexicanos sirven en el ejército de este país y los hispanos en general hemos ayudado a construirlo. Confío en la larga trayectoria política de Clinton y por eso hemos votado por ella".

Gabriel es un ejemplo de tercera generación de hispano que conserva nombres y apellidos españoles pero que apenas puede manejar el castellano, pese a lo que sigue definiéndose como parte de esta comunidad que, por cierto, puede ser decisiva en este martes de elecciones."Espero que después de Hillary el próximo presidente sea un latino", añade.

Esta pareja representa la diversidad que puede decantar los comicios del lado demócrata. Se preparan para marcharse a almorzar y dejan atrás el Capitolio, recién restaurado, donde un grupo de operarios empieza a construir ya el enorme escenario sobre el que uno de los dos nominados jurará el cargo el próximo 20 de enero. En sólo unas horas sabremos quién será el escogido.

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