Acompañada por otros 200 líderes de la comunidad judía estadounidense, la rabina Claudia Kreiman marchó por las calles de Manhattan hacia el Hotel Internacional Trump el pasado lunes. “Mi pueblo también fue refugiado”, rezaba su pancarta. T'ruah, una red rabínica nacional por los derechos humanos, los había convocado y Kreiman acudió a la protesta.
El resultado inmediato fue el arresto de una veintena de rabinos por cortar el tráfico de la Gran Manzana, pero el mensaje había quedado claro: estos líderes judíos de Estados Unidos no se quedarían de brazos cruzados mientras la Administración intentaba cerrar las puertas del país a los solicitantes de asilo y millones de musulmanes.
“El veto migratorio de Trump es un error, es terrible. Está claramente basado en ideologías racistas que están tratando de atacar al mundo musulmán”, cuenta Kreiman por teléfono en un español con cadencia argentina. Aunque la medida del nuevo presidente de EEUU permanece en suspenso por decisión unánime de la corte de apelación, el republicano ha insistido en que continuará la batalla legal.
“Hicimos esto para demostrar que es importante para la comunidad judía”, dice sobre la protesta en Nueva York. “Como líderes religiosos, vamos a hacer todo lo que tenemos que hacer (…). No tenemos otra opción”.
Aunque es chilena, su hablar argentinado se explica por el tiempo que pasó en el país de la plata. Hija del gran rabino de Chile Ángel Kreiman-Brill, se mudó con su familia a Argentina pasada la secundaria.
Allí, su madre perdió la vida en el atentado de 1994 contra el centro judío de Buenos Aires AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), caso que acabaría en manos del fiscal Alberto Nisman, tristemente famoso a nivel internacional por morir en extrañas circunstancias mientras investigaba a Cristina Fernández de Kirchner. Hoy sigue sin confirmarse la autoría de aquel ataque, aunque los dedos apuntan a Irán.
El veto migratorio de Trump es un error, es terrible
Pero en lugar de consumirse en el odio, Kreiman buscó canalizar el dolor por la muerte de su madre en ayudar a los demás. “Ahí me comprometí a hacer algo para que este mundo sea un poquito mejor y decidí que lo iba a hacer a través de la comunidad judía y el diálogo interreligioso”, afirma.
Se mudó a Israel. En 2002 se ordenó y hoy lleva más de una década en EEUU, donde vive con su marido e hijas, y ejerce como rabina en un templo en las afueras de Boston. Es ciudadana estadounidense desde este verano y dice sentirse aliviada por tener la nacionalidad. “Ahora me doy cuenta de la suerte que tengo”, admite.
Como judía, entiende el sufrimiento de los refugiados que huyen de la persecución a otro país y se topan con las puertas cerradas. “No queremos que la historia se repita”, dice en referencia a los refugiados judíos que EEUU rechazó el siglo pasado. Fue el caso, por ejemplo, de los más de 900 pasajeros del transatlántico alemán St. Louis, que arribaron en Norteamérica en 1939 para ser devueltos a Europa.
Y si bien la hija mayor de Trump -Ivanka- y su marido son judíos, Kreiman teme que la situación de la comunidad judaica empeore con la nueva Administración estadounidense. Al igual que otros que comparten su fe, le preocupa que Steve Bannon, exdirector del medio de ultraderecha Breitbart News convertido a estratega jefe de la Casa Blanca, influya en las decisiones del presidente.
Asimismo, asegura que se está generando un clima de intolerancia en el país. “Todo el que es distinto es atacado”, denuncia la rabina, que considera que la retórica de Trump sienta un mal precedente para los ciudadanos.
Yo crecí en Chile durante la dictadura de Pinochet; sé bastante bien lo que es vivir en lugares donde los derechos humanos son violados
Kreiman confía en que la justicia no resucite el veto migratorio del presidente, pero no le gusta la dirección que está tomando el país. “No sabemos qué esperar. Mi esperanza es que eventualmente los sistemas democráticos van a ayudar, pero estamos muy asustados porque esto no es normal”, asegura.
Por el momento, Kreiman promete manifestarse en contra de la política migratoria del Gobierno. Este viernes, sin ir más lejos, piensa participar en una cadena humana multirreligiosa en torno a una mezquita para denunciar el veto. “Yo crecí en Chile durante la dictadura de Pinochet; sé bastante bien lo que es vivir en lugares donde los derechos humanos son violados”, recuerda.