Muchos jóvenes surcoreanos acuden cada año tras superar la universidad a pasar unos meses a EEUU para perfeccionar su inglés y realizar prácticas profesionales en las empresas estadounidenses. Washington DC es uno de los destinos preferidos para estos estudiantes, entre los que también hay refugiados del régimen norcoreano, que escaparon hace años de las garras de Pyongyang.
Estos días en que la tensión escala entre el régimen de Kim Jong-un y la Casa Blanca, EL ESPAÑOL ha visitado una de las aulas donde conviven dos formas de ver el futuro de esta península dividida por el paralelo 38.
Su in Kim tiene 29 años. Se ha graduado en Administración Pública y ha llegado desde Seúl, donde reside. A primera vista parece una más entre sus compañeros, si bien hay algo que la diferencia del resto. Hace casi una década, cuando tenía 20 años, escapó de Corea del Norte a nado, sin avisar a su familia, dejando atrás un pasado que no podrá volver a visitar a no ser que cambie el Gobierno de su país.
Esta joven pasó su niñez y adolescencia en la provincia norcoreana de Hamgyong del Norte, justo al borde de la frontera con China.
“Desde mi casa se podían ver a lo lejos casas en algunas localidades del país vecino. En aquel entonces recuerdo que en mi pueblo sólo teníamos una hora de electricidad al día. Sin embargo, yo veía cómo aquellas casas estaban encendidas toda la noche y me preguntaba por qué allí sí. Además, había muchas personas que, tras intentar huir, habían sido interceptados en China y devueltas. Ellos contaban que al otro lado la gente tenía comida suficiente para no pasar hambre. Así que empecé a pensar que fuera de Corea del Norte podía tener una vida mejor”, cuenta.
En el año 2008, con la ayuda de un familiar que años antes había logrado salir del país, emprendió la fuga sin poder avisar a sus padres ni hermanas. “No les dije que me iba a escapar. No supieron nada de mí en mucho tiempo, hasta que llegué a Corea del Sur y les llamé. Mi padre no me hubiera dejado salir si lo hubiera sabido”, recuerda.
Su in Kim se dirigió a la frontera natural con China, el río Tumen, y lo cruzó a nado. A la otra orilla la esperaba un intermediario -se denominan brokers- contratado por sus familiares huidos. Previo pago, estos hombres se encargan de sacar a norcoreanos de su país. A ella la ayudaron a cruzar a Mongolia y de allí finalmente a Seúl. “Ellos tienen contactos en China y entre los soldados norcoreanos, que necesitan el dinero porque tienen hambre”.
Según relata, cruzar a China es un recurso habitual entre los que quieren escapar, pero allí no se pueden quedar, por lo que hay que dar el salto a Mongolia, Vietnam o Camboya.
El riesgo de ser interceptado en plena huida existe, pese que los brokers tengan comprados a funcionarios de ambos países. En esos casos, pueden devolver al huido a Corea del Norte, aunque en ocasiones, si esas personas tienen algún problema con el Gobierno, pueden ser asesinados como castigo.
“Yo escapé por muchas razones. Corea del Norte tiene muchos problemas. No hay oportunidades, no hay dinero, no hay comida. Allí no puedes ser lo que quieras, sino que si eres mujer, muchas veces el Gobierno te da un trabajo y tienes que hacerlo, te guste o no. Los hombres tienen que ir al Ejército. Fuera hay muchas más posibilidades”, relata esta joven, que prefiere no ser fotografiada para evitar identificaciones.
Pese a todo, admite que había aspectos que le gustaban de su vida en aquel país, aunque por supuesto pesa más lo negativo. “La gente es muy amable allí, pero el Gobierno no garantiza el alimento. Antes, a principios de los 90, el Estado daba arroz y comida. Pero luego los recursos se derivaron al Ejército y la gente empezó a escapar. El pueblo a veces incluso comía hierbas y plantas del suelo. Mi familia, por suerte, tenía una pequeña granja, pero no era el caso de la mayoría”.
En cuanto a la libertad, recuerda que no era algo en lo que se pensara en Corea del Norte. “Creo que la definición del concepto libertad es distinto. Allí lo importante era tener un partido fuerte, un Gobierno fuerte y un país fuerte. Eso generaba libertad. En el instituto y en el colegio además nos enseñaban que EEUU y Corea del Sur no eran el modelo y que querían el colapso del Norte”.
De hecho, el régimen de Pyongyang educa sobre los males del capitalismo. “Nos dicen que hay gente muy rica y muy pobre, mientras en Corea del Norte todos éramos iguales. Y como la gente no conoce otros países, no podía comparar”.
"HAY GENTE FELIZ EN EL NORTE"
En cuanto a si la gente es tan feliz como se podía ver en las imágenes de la reciente celebración del 105º aniversario de Kim Jong-il, fundador de la República Popular, Kim recuerda que “ahora mucha gente sabe más sobre cómo es la vida en el resto del mundo, así que ha crecido la desconfianza hacia el Gobierno”.
“Ya no se le cree al 100%. Pero eso no quita que haya gente a la que le guste la vida en Corea del Norte y sí sea feliz. Yo, por supuesto, elijo la vida en Corea del Sur. Hay muchas más oportunidades. En el Norte no habría podido ir a la universidad porque, aunque no hay que pagar matrícula, hace falta dinero para otros gastos y la gente no tiene”.
Su in Kim tampoco conoció Pyongyang. “Nunca he estado, porque para ir a visitarla hacía falta un permiso. Dicen que allí la vida es diferente. Hay muchos edificios, hay cafeterías, hay incluso dólares. En el interior del país no hay nada de eso”.
Cuando piensa en qué futuro querría para su país, esta joven no duda. “Me gustaría volver y que se unificaran las dos Coreas para ver a mi familia, mis amigos. Quiero la unificación”, asevera antes de lamentar que ahora sólo puede hablar con sus padres por teléfono muy de vez en cuando. “Es muy peligroso llamar y hay que colgar cada minuto y volver a marcar, porque interceptan las comunicaciones y puedo poner en riesgo a mi familia”.
Pese a las ansias de cambio político para su nación, no desea una guerra ni la intervención de Estados Unidos. De hecho, deja entrever que tampoco le gusta la forma de actuar de Donald Trump, que mantiene un pulso geopolítico con el régimen juche.
Su in Kim comparte clase con alumnos de Corea del Sur, la mayoría veinteañeros, acostumbrados a convivir con una supuesta amenaza de un líder al que la mayoría califica de “loco” y al que no toman en serio. “Sinceramente, no hay preocupación. Nadie se lo toma en serio, ni siquiera ahora con las últimas amenazas que lanza, porque siempre ha hecho lo mismo”, dice Kyeong Min, una joven estudiante de periodismo de Seúl, sobre Kim Jong-un.
“Nadie ve un riesgo real de guerra en Corea. Creo que incluso hay más preocupación por otras cuestiones de política interna que por eso. Especialmente entre los jóvenes”, apunta esta surcoreana, que no obstante tiene grabada en la memoria un recuerdo.
“Quizá sí haya más conciencia sobre este problema dentro del Ejército. En Corea del Sur todos los varones tienen que alistarse y pasar por las fuerzas militares. En una ocasión, hace unos años, hubo una crisis con el Norte y recuerdo que mi hermano estaba en un barco de la Armada. Llamó a casa para despedirse de mi madre y decirle que la quería. Aquello fue un impacto, ver que el riesgo parecía real, pero de puertas afuera no hay una conciencia de peligro”.
Jihye Kim y Hee Kyung Jung son dos chicas procedentes de Corea del Sur, pero ninguna de la capital. Tampoco perciben un riesgo adicional por la creciente tensión entre EEUU y Pyongyang: “No hay simulacros ni nada parecido en nuestro país. Antiguamente sí se enseñaba a las mujeres defensa personal, pero ya no. Lo único que quizá es un símbolo de que hay un problema es que los chicos tienen que ir al Ejército, pero nadie siente un peligro. Corea del Norte crea tensión pero no creo que quieran de verdad una guerra”.
Cuando se pregunta a las surcoreanas sobre si la reunificación es la salida a años de enfrentamiento, la óptica también cambia con respecto a su compañera del Norte.
Unas lo ven poco viable, por el coste económico que tendrá y el choque entre dos poblaciones, especialmente cuando la del norte ha sido educada para odiar a la del sur. Otras sí consideran que sería una alternativa, que generaría empleos y brindaría nuevos recursos naturales a Corea del Sur, es decir, beneficios económicos a medio y largo plazo. Lo que no afloran entre ellas a primera vista son razones sentimentales.
“Hace muchos años sí que había familias separadas a ambos lados de la frontera que querían reunirse y veían el encuentro de ambos países como una cuestión más sentimental”, justifica una de las estudiantes. “Pero ha pasado mucho tiempo y la mayoría ha muerto ya. Quedan pocos lazos”.
Mientras este grupo prosigue con sus clases -los norcoreanos presentan más dificultad a la hora de hacerse con el idioma, porque la mayoría no aprendió inglés en el colegio-, en los informativos siguen apareciendo noticias sobre las amenazas nucleares de Kim Jong-un. Pocos prestan atención. No se lo toman en serio.