El presidente de Estados Unidos (EEUU) siempre ha negado cualquier nexo con Rusia, especialmente desde que estas supuestas conexiones entre Trump y Putin saltaran a los medios de comunicación en noviembre de 2016. Pero lo cierto es que Trump ha estado vinculado a Rusia de una u otra manera desde 1977. En esa fecha tan temprana (cuando el actual presidente de EEUU era un treintañero) los servicios secretos rusos (el KGB entonces, actual FSB) le habrían abierto un expediente.
La fecha coincide con el año en que Trump se casó con su primera mujer: Ivana Zelnickova, una modelo checa de 28 años. Zelnickova era ciudadana de un país comunista; y por ello era objeto de interés tanto para la inteligencia checa (la StB) como para el FBI y la CIA. De esta forma, los espías soviéticos ya se habían fijado en el magnate estadounidense mucho antes de que se convirtiera en presidente de EEUU.
El primer viaje de Donald John Trump a Moscú fue en 1987 y aunque siempre que acudió a la capital rusa lo hizo bajo el pretexto de invertir y abrir hoteles, lo cierto es que sus negocios en ‘territorio enemigo’ siempre resultaron un fracaso. Pero volvió de Moscú con una idea en la cabeza: presentarse como candidato a la presidencia de EEUU. Incluso publicó un anuncio en la prensa que decía: “No hay nada malo en la Política de Defensa Exterior de Estados Unidos que un poco de agallas no puedan curar”. Un mensaje al más puro estilo Trump, pero que en aquel momento no dejó de ser un flirteo con la política.
El sueño de Trump de convertirse en el hombre más poderoso del mundo no se consumaría hasta 30 años después, cuando contra todo pronóstico derrotó a Hillary Clinton en los comicios de noviembre de 2016 y se convirtió en el 45 presidente de EEUU en enero de 2017.
¿Cómo ganó Trump las elecciones?
De acuerdo con la investigación realizada por Luke Harding, periodista del diario The Guardian, la tesis aparece bien definida ya en el título de su libro Conspiración: cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones (editorial Debate). En él desvela paso a paso una compleja trama en la que Vladimir Putin siempre aparece entre bambalinas moviendo los hilos.
El libro de Harding toma como punto de partida el informe del ex espía británico Christopher Steele y a través de sus memorandos y de diversos contactos con distintas agencias de inteligencia desgrana una serie de acontecimientos que aunque en algunos casos puedan parecer meras casualidades, al agruparlos demuestran el alto grado de conexión entre la administración Trump y el gobierno de Putin.
Carter Page, asesor de Trump en materia de política exterior durante la campaña electoral, visitó Moscú en alguna ocasión y se reunió con espías del Kremlin que le mencionaron “el deseo de que EEUU levantara las sanciones impuestas a Rusia".
Si una futura administración Trump retiraba las "sanciones relacionadas con Ucrania", podría haber una "medida asociada" en el área de la "cooperación energética bilateral". En otras palabras: "lucrativos contratos para empresas energéticas estadounidenses”. Estos serían los primeros contactos (al menos conocidos) del equipo de Trump con Rusia.
Page abandonó pronto el entorno de Trump, pero los contactos con el personal de Putin continuaron. El informe de Steele en el que se detallaban esas conexiones y esa posible conspiración iba destinado a las agencias de inteligencia y aunque circulaba por los medios de comunicación, nadie se atrevía a publicar nada.
La CNN dio el primer paso. La cadena informó de que varios directores de agencias de inteligencia estadounidenses habían entregado documentos clasificados tanto a Obama como al presidente entrante. Estos incluían la acusación de que "agentes operativos rusos afirman tener información personal y financiera comprometedora sobre el señor Trump". Pero fue Buzzfeed quien se atrevió a colgar el 11 de enero de 2017 en su página web el informe íntegro redactado por Steele.
Antes, Trump ya había cometido alguna de sus imprudencias. Una de las más llamativas fue la que protagonizó durante un mitin que tenía que dar en Florida. El entonces nominado por el Partido Republicano como candidato a la presidencia salió al estrado y delante de todos los asistentes y de todos los periodistas acreditados que cubrían el evento dijo, sin el menor rubor y con absoluto descaro, lo siguiente: “Rusia, si estás escuchando, espero que seas capaz de encontrar los treinta mil correos electrónicos (se refería a los de Hillary Clinton y el Partido Demócrata) que faltan (habían sido filtrados por 'hackers'). Creo que probablemente serás recompensada con generosidad por nuestra prensa. Veamos si eso ocurre”.
Tres cargos de confianza despedidos
De acuerdo con Harding, “la información de inteligencia recabada en las propias entrañas del Kremlin afirmaba que Putin había dirigido personalmente la ciberoperación contra EEUU. El objetivo era derrotar —o al menos perjudicar— a Clinton y ayudar a la elección de Trump”.
Posteriormente llegó el escándalo del general Michael Flynn, que fue el elegido por el mandatario para ocupar el puesto de asesor de seguridad nacional. Duró 24 días en el cargo, el mandato más corto de un asesor de seguridad nacional estadounidense. El 13 de febrero Trump se vio obligado a despedirle por mentir y por haber mantenido correspondencia con Rusia con la intención de influir en sus “disputas” con EEUU.
El primer director de campaña de Trump, Paul Manafort, que había pasado más de una década trabajando en Ucrania y había sido el artífice de la victoria en las presidenciales de Víctor Yanukóvich, también mantenía estrechos lazos con el Kremlin. Manafort terminó sus días como lugarteniente de campaña de Trump al cabo de seis meses, después de que el New York Times publicara la siguiente noticia de portada: “Un libro de contabilidad secreto en Ucrania contiene pagos en efectivo al jefe de campaña de Donald Trump”.
Tras la salida de Manafort, el todavía candidato republicano eligió como nuevo estratega a Stephen Bannon. Y aunque al convertirse en presidente Trump siguió depositando su confianza en Bannon como uno de sus más estrechos colaboradores, su final no pudo ser más abrupto: fue despedido por sus continuos enfrentamientos con John Kelly, jefe de gabinete de la Casa Blanca.
El caso es que a Bannon no debió sentarle muy bien el hecho de salir del gobierno por la puerta de atrás. Quizás por eso declaró al periodista Michael Wolff, autor del libro Fire and fury, que la reunión del hijo del presidente de EEUU en Nueva York con la abogada rusa Natalia Veselnitskaya suponía una “traición” y un gesto “antipatriota”.
Estas palabras han llevado al fiscal especial encargado de investigar el 'Rusiagate', Robert Mueller, a mandar una citación a Bannon para que testifique ante un gran jurado sobre los posibles vínculos entre el mandatario estadounidense y su homólogo ruso. Aunque según informa el diario The New York Times la declaración de Bannon podría realizarse a puerta cerrada y no ante un gran jurado.
Trump, ¿un patriota?
En toda esta historia también existe otra gran metedura de pata por parte de Trump: el despido por sorpresa del director del FBI, el abogado James Comey. Dos días después de que el presidente le apartara del cargo, el New York Times publicaba que Trump y Comey cenaron juntos en enero en la Casa Blanca. Y en ese encuentro el mandatario estadounidense le exigió lealtad, algo a lo que el director del FBI, reivindicando su independencia, se negó.
Si Comey quería mantener su puesto, tenía que servir a Trump personalmente antes que a su propia institución. Finalmente, Comey perdió su empleo.
Pero le fue ganando la batalla a Trump poco a poco. Comey había sacado sus intrigas y filtraciones a la luz y eso obligó a activar los mecanismos para designar un fiscal especial que investigara la trama rusa. Y la persona elegida fue Mueller (su antecesor al frente del FBI).
La Comisión de Inteligencia del Senado también invitó a declarar a Comey, esta vez en calidad de ciudadano y no como funcionario. El que fuera director del FBI afirmó ante el Senado que había desconfiado de Trump desde el principio. Y declaró a la comisión que había empezado a llevar un registro de sus conversaciones debido a la propia "naturaleza de la persona".
Según le explicó una de sus fuentes a Harding, "la mayoría de agentes (de inteligencia) no han visto nunca a un presidente así. Con frecuencia discrepan con algunas políticas de los mandatarios elegidos. Pero básicamente no se preguntan si son patriotas".
Y esa es una de las grandes cuestiones que plantea el periodista del diario The Guardian en su investigación y que incluso toman en consideración en el FBI: ¿es el presidente de EEUU un patriota? Y, de manera creciente, la respuesta, según Harding, viene siendo negativa.