El fantasma de 2016 lleva acechando la campaña electoral casi desde antes de que empezara. En aquel entonces, las encuestadoras se centraron en el voto nacional y apenas prestaron atención a los distintos estados por separado. Mucho más fácil coger una muestra amplia a nivel de país y proyectar a partir de ahí los resultados según la tradición electoral de cada estado. El error estuvo ahí: prácticamente nadie bajó al terreno y consideró determinados núcleos de población (indecisos, blancos sin estudios…) que se consideraban marginales o directamente progresistas por habitar en estados demócratas.
Este año las cosas se han hecho de forma muy distinta. Este año ha habido encuestas en cada estado hasta la náusea. Este año, el outsider es el presidente, así que es mucho más fácil ubicarlo. Si las encuestadoras vuelven a equivocarse en los mismos lugares en contra de la misma persona teniendo cuatro años para corregir sus modelos, su futuro sería la ruina absoluta. Nadie, nunca más, podría creerles.
¿Qué decían exactamente las encuestas en el duelo Clinton-Trump de 2016 y dónde se equivocaron gravemente? Como decía antes, la predicción nacional no iba mal encaminada: la media de sondeos daba una ventaja a Clinton en el voto popular de 3,2 puntos el día antes de las elecciones cuando al final fue de 2,1. No es una diferencia que se salga del margen de error. El problema fueron los estados y en particular los del rust belt, es decir, Minnesota, Michigan, Wisconsin y Pennsylvania.
En la previa del día electoral, la media de encuestas de RealClearPolitics daba a Clinton 1,9 puntos de ventaja en Pennsylvania; 3,4 puntos en Michigan, y, sobre todo, 6,5 en Wisconsin. La candidata demócrata perdió en las tres carreras. En todas, por menos de un 1%, de acuerdo, pero las perdió. En el fondo, el gran desastre demoscópico de 2016 se limita a esos estados. El resto estaba más o menos en el error de muestra: Ohio, Arizona y Carolina del Norte ya se le daban a Trump de antemano.
En Florida se daba un empate técnico. Georgia y Iowa, fuera de cuestión, estaban del lado republicano. Es más, en Nevada y Arizona, parte del llamado sun belt, los resultados de Trump fueron peores de lo que anticipaban las encuestas, algo que también se debería tener en cuenta.
La diferencia en 2020 es que, de todos los estados citados, Trump sólo presenta una pequeña ventaja en Ohio y Iowa. Ventaja que depende de la encuestadora y el portal, pero que parece que se ha ido consolidando en los últimos días, siempre por debajo del 1,5% de diferencia. En el resto de los estados clave, la ventaja es de Biden.
El empate técnico en Florida de 2016 pasa a una ventaja de entre 2,3 y 4,2 puntos para los demócratas en 2020; lo que era una victoria clara para los republicanos en Arizona se ha convertido en una ventaja de Biden de entre 1 y 3 puntos. Georgia, un habitual feudo del GOP, está ahora mismo en empate técnico, eso incluso después de publicarse los sondeos de Trafalgar, Rasmussen y Fox News, tradicionalmente afines al partido republicano.
Si consideramos que las encuestas se equivocaron a favor de Trump en Arizona y Nevada en 2016, a Biden le bastaría con un error similar o con la ausencia de error alguno para ganar las elecciones. Hablamos mucho de Pennsylvania porque entendemos que en Arizona no va a ganar un demócrata por primera vez desde 1996, pero lo cierto es que si Biden gana Arizona y Nevada, no necesita Pennsylvania en absoluto.
Ahora bien, como siempre, por darle un sentido a la discusión y mantener la emoción, vamos a considerar que Trump gana todos los estados que están en un empate técnico e incluso aquellos en los que está más de 2 puntos por detrás de su rival. Pintemos Georgia, Florida, Arizona y Carolina del Norte de rojo y mantengamos Ohio y Iowa de ese color. En ese caso, ya sí, queda el rust belt en pleno: Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. Y de esos tres, Trump necesita ganar uno como sea. ¿Cuál puede ser?
Aquí es donde de verdad entra la comparación con 2016: como dije antes, las encuestas fracasaron sonoramente en estos tres estados y en Minnesota, aunque Hillary se agarró a este último por unas décimas. El asunto es que este año, pese a la multitud de encuestas estatales publicadas y con la excepción comentada de Rasmussen y Trafalgar, la situación de Trump es mucho peor que hace cuatro años: en Pennsylvania partía 1,9 puntos por detrás de Clinton y a un día de la votación, la media está en los 4-5 puntos; en Michigan tenía que remontar 3,4 puntos y este año son entre 5,1 y 8,2.
Por último, queda la esperanza de un nuevo milagro en Wisconsin, donde en 2016 partía con 6,5 puntos de desventaja y acabó ganando por 0,7. Ahora, la ventaja demócrata en Wisconsin es de 6,6 según RCP, de 8,2 según FiveThirtyEight, y de 9,2 según 270towin.
A nivel nacional, Biden le saca exactamente el doble de ventaja de lo que le sacaba Clinton (6,5 por 3,2). Ante la fecha más importante de su historia, las encuestadoras han decidido doblar la apuesta. Es cierto que se aprecia una tendencia a la igualdad en los últimos días (esa ventaja nacional llegó a ser de más de 10 puntos a mediados de mes), pero insuficiente. Si esos 6,5 puntos (8,4 según la ponderación de Nate Silver) quedaran en más de un 4%, la victoria demócrata sería casi segura.
Incluso con un 3%, es muy probable que les diera al menos para el rust belt o en su defecto al menos Michigan, Wisconsin y el añadido de Arizona. Por debajo del 3%, es cierto que cualquier cosa es posible, pero eso sería un error descomunal de nuevo por gente que vive de esto. Considerarlo una opción siempre es sensato. Tomarlo como una regla, quizás aventurado.