La Casa Blanca lleva meses aislando a Biden: médicos de párkinson, entrevistas pactadas y discursos leídos
Mientras el presidente se empeña en seguir en la carrera electoral y desafía a otroscompañeros de partido, la prensa estadounidense desvela las técnicas de la Casa Blanca para aislar al mandatario y evitar situaciones embarazosas.
10 julio, 2024 02:21Cuando Joe Biden retó, en una carta publicada a principios de esta semana, a los compañeros de partido que piden su retirada a que compitan contra él en la próxima Convención Nacional Demócrata, lo hizo probablemente acompañado del círculo de familiares y asistentes que desde hace meses lo rodea en la Casa Blanca para mantenerlo aislado de periodistas, congresistas y donantes que puedan percatarse de alguna nueva pifia del presidente estadounidense.
Mucho antes del desastroso debate contra Donald Trump, del que se cumplen ya dos semanas, y con el fin de evitar sembrar más dudas sobre sus capacidades cognitivas, tanto la Casa Blanca como su equipo de campaña perfeccionaron una rutina que reduce al mínimo cualquier atisbo de espontaneidad para el aspirante a la reelección y, al mismo tiempo, evidencia la preocupación entre los suyos por un asunto que viene de largo pero que ha pasado a dominar por completo la carrera electoral de Estados Unidos.
Ya en el mes de abril, algunos donantes del Partido Demócrata se dieron cuenta del cambio de actitud en Biden al coincidir con él en un evento privado de recaudación organizado en Chicago por Michael Sacks, un empresario que colabora con la Fundación Obama.
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Según desveló el diario Washington Post, el mandatario leyó un discurso desde un teleprónter (un tipo de pantalla que proyecta un texto al mismo tiempo que se pronuncia) y se marchó a los 14 minutos sin admitir preguntas, frustrando así a los asistentes que pagaron altísimas cantidades a cambio de interactuar con él.
Discursos leídos en eventos íntimos
Otros participantes en eventos similares han descrito la misma dinámica incluso en actos organizados en viviendas privadas de la costa californiana, bastión demócrata, donde se han llegado a instalar ese tipo de pantallas para que Biden, de 81 años, leyera su intervención ante un puñado de personas.
La preocupación cada vez más elevada entre los donantes es crítica para su campaña puesto que, según las leyes electorales de Estados Unidos, sus fondos son los que permiten contratar publicidad y financiar grandes mítines en los estados más competitivos.
Por ello, y tras recibir mensajes alarmantes de algunos magnates, Biden se trasladó dos días después del debate a Los Hamptons, la zona de retiro costero de la gente acaudalada de Nueva York, para participar en otro evento similar que lejos de calmar las preocupaciones dejó a los asistentes con una incógnita mayor.
De acuerdo con uno de los participantes, el presidente leyó un discurso de ocho minutos, hizo unos breves comentarios y abandonó el lugar sin responder a ninguna de las 10 o 15 personas presentes en la sala.
“El problema en el pasado es que era imposible que parara de responder preguntas. Se quedaba eternamente. Nunca se iba. Estrechaba cada mano y quería responder a más preguntas de las que incluso el público tenía”, contrastó en declaraciones al Washington Post al resaltar su anterior fama de dicharachero.
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Fotografías de cada paso
No se trata solo de las palabras. Otra reciente filtración demuestra que su equipo también planifica estratégicamente cada uno de sus movimientos. El diario Axios publicó recientemente una serie de documentos con el membrete de la Casa Blanca que incluyen fotografías a gran tamaño de los espacios en los que se va a situar Biden y las rutas para acceder a los mismos, como el “camino del atril”.
La guía fue enviada por el personal de la residencia presidencial a un organizador de eventos como modelo para que preparase un acto privado de recaudación que, según la fuente que los difundió, fue “tratado como una conferencia de la OTAN”.
Aunque por cuestiones de seguridad es habitual prevenir los movimientos de cualquier mandatario, ya sea con imágenes o planos, el nivel de precisión solicitado por la Casa Blanca demuestra el afán por planificar la ruta de Biden en momentos de máxima atención como cuando se dirige hacia un atril tras los ataques de la campaña republicana, que difunden constantemente extractos de vídeos en los que aparece caminando inseguro o evitando tropezar.
De hecho, una de las imágenes que se viralizó del pasado debate fue el momento en el que Jill, su mujer, ayuda a Biden a bajar un par de escalones para despedir a los moderadores.
Ya son varias las situaciones captadas por las cámaras en las que se aprecia a la primera dama pendiente de los pasos de su marido y que coinciden con otros cambios introducidos en sus protocolos como llevar zapatillas negras de deporte, reducir la distancia al dirigirse al avión presidencial, el Air Force One, hacerlo rodeado de una nube de guardaespaldas o bajar por una escalera más corta para evitar nuevas caídas tras la protagonizada hace algunos años.
El “búnker” familiar
Según extrabajadores de la Casa Blanca, que hablan en condición de anonimato, Jill Biden es tan “protectora” con el presidente que no deja que otros asistentes “hagan nada por ellos” e incluso les permite salir antes de su horario. Otros informes citan la frustración de los trabajadores de la residencia presidencial por el excesivo tiempo que el hijo de Biden, Hunter, pasa últimamente en las dependencias oficiales, incluso en reuniones oficiales.
Biden también ha salido menos de la Casa Blanca que otros antecesores que optaron a la reelección. En el último año ha viajado a 90 eventos de campaña mientras que Barack Obama a estas alturas fue a 120 y G.W. Bush a 102 en 2004. Trump, en plena pandemia, apenas se desplazó en 2020.
Sin embargo, el exceso de viajes y la falta de descanso fue uno de los motivos, junto con una gripe que provocó la ronquera, con los que Biden justificó su pobre actuación en el cara a cara durante otro evento de recaudación organizado la semana pasada en Virginia y que su equipo de campaña vendió como una prueba de vitalidad al hablar sin un discurso escrito.
Los asistentes, en cambio, quedaron decepcionados porque el mandatario intervino unos seis minutos con un bajo tono de voz y varias frases difíciles de entender, un problema que el mandatario arrastra desde la infancia, cuando fue tratado por su tartamudez, pero que se ha acrecentado con balbuceos o silencios en los que claramente pierde el hilo de su intervención.
Constantes correciones
Precisamente, el New York Times ha hecho esta semana hincapié en sus piezas de opinión en la dinámica cada vez más habitual de la Casa Blanca de matizar o corregir las palabras pronunciadas por Biden y publicadas por los periodistas que le acompañan.
La última fue en un momento de máxima atención como la entrevista que concedió el pasado viernes en horario de máxima audiencia a la cadena ABC para asegurar que continúa en la carrera por la reelección. En un momento Biden habló de hacer el “más mejor trabajo” con un término inventado (goodest) que en una transcripción posterior se dejó en “buen trabajo” (good).
A pesar de las intenciones del equipo de campaña, la entrevista -que fue seguida por 8 millones de espectadores- no ayudó a mejorar la imagen de Biden ni levantar su caída en las encuestas. Sobre todo porque el fin de semana una locutora de una emisora de radio local de Filadelfia fue despedida tras contar a la CNN que el equipo de campaña Biden pasó una lista con ocho preguntas antes de que el presidente entrara en directo a charlar con él.
La próxima prueba de fuego para Biden es la rueda de prensa que dará el jueves tras la cumbre de la OTAN en Washington DC, después de conocerse que un médico especializado en párkinson acudió varias veces a la Casa Blanca en los últimos años sin que su jefa de prensa diera explicaciones claras sobre la pertinencia de tales visitas. Aunque afirmó que el mandatario no tiene esa enfermedad.