Una persona disfrazada de prisionero lleva un recorte de la cara de Donald Trump, este lunes en Milwaukee.

Una persona disfrazada de prisionero lleva un recorte de la cara de Donald Trump, este lunes en Milwaukee. Reuters

EEUU

Por qué el atentado contra Trump sólo va a aumentar la espiral de violencia política en EEUU

Donald Trump y Joe Biden apelan a la unidad nacional tratando, así, de rebajar las tensiones políticas que dominan el día a día de Estados Unidos. Pero… ¿están a tiempo de conseguirlo?

16 julio, 2024 02:46

Elizabeth Findell, una reportera del Wall Street Journal, decidió pasar el domingo recorriendo establecimientos en Austin, la capital de Texas, con intención de recoger
opiniones sobre lo ocurrido el día anterior: el atentado que casi le cuesta la vida a Donald Trump mientras daba un mitin en Pensilvania. En uno de esos establecimientos, una taquería bastante conocida en la ciudad, Findell se encontró con George Martin y Amanda Bowman, un matrimonio de mediana edad que estaba apurando el café.

Al preguntar cómo estaban lidiando con el clima político actual Martin contestó que no muy allá antes de explicar que, si bien hace años Amanda y él solían bromear sobre cómo sobrevivir a un apocalipsis zombi, ahora estaban planteándose muy seriamente comprar un trozo de tierra lejos de todo para poder vivir al margen de las tensiones sociopolíticas que están desgarrando Estados Unidos. Antes de despedirse, Martin dejó entrever que ya no se arrepentían tanto como antes de no tener descendencia.

Cuando Findell concluyó la jornada puso en común los comentarios recabados con aquellos que habían conseguido sus colegas en sitios tan distintos como Miami, Baltimore, Louisville, Detroit, Los Ángeles, Chicago, Nueva York, Nueva Orleans, Pittsburgh o Milwaukee. Pronto cayeron en la cuenta de que prácticamente todos, independientemente de las filias y fobias políticas de sus autores, estaban gobernados por el mismo sentimiento: un pesimismo exacerbado y la sensación de que el atentado no dejaba de ser el síntoma de una polarización cada vez más insalvable que casi con total seguridad, y paradójicamente, el episodio de Pensilvania alimentaría todavía más.

Llamadas a la calma

Es cierto que tanto el Partido Republicano como el Partido Demócrata han echado el freno en las últimas horas.

Trump, conocido entre otras muchas cosas por su oportunismo, no parece que vaya a cargar las tintas contra sus rivales durante la convención republicana que comienza este lunes en Milwaukee. O eso le ha dicho a la reportera Salena Zito, del Washington Examiner, cuando ésta le ha preguntado por el tema. “Tengo la oportunidad de unir al país, al mundo entero, y mi discurso va a ser muy diferente al que habría pronunciado hace dos días”, declaró el expresidente.

Asimismo Joe Biden, que será su rival en las elecciones del próximo mes de noviembre si nada cambia, compareció tras el atentado para pedir a la ciudadanía calma, sosiego y unidad nacional. “No podemos adentrarnos por esta senda”, dijo. “Ya la hemos recorrido antes en nuestra historia y por eso sabemos que la violencia nunca ha sido la respuesta”. Las diferencias políticas e ideológicas, insistió, deben resolverse pacíficamente y mediante las urnas.

Sin embargo, estas llamadas a la tolerancia y el diálogo han llegado después de dos jornadas plagadas de acusaciones y mensajes cuando menos desafortunados. “Ha sido un intento de asesinato inducido por la izquierda radical y un entramado mediático que no deja de tildar a Trump de ser un peligro para la democracia, de ser un fascista, y de cosas peores”, dijo el senador republicano Tim Scott poco después del atentado. “La premisa central de la campaña de Biden es que Donald Trump es un fascista autoritario que debe ser detenido a toda costa”, expresó su colega J. D. Vance antes de añadir que era ese tipo de retórica la que se encontraba detrás de los disparos.

“Han intentado juzgarlo, han intentado encarcelarlo y ahora han intentado asesinarlo”, declaró el congresista republicano Matt Gaetz. “Los demócratas querían que esto sucediese”, comentó por su parte Marjorie Taylor, quien pese a llevarse estupendamente con las astracanadas en esta ocasión cedió el testigo de la declaración más incendiaria a su compañero Mike Collins. “Joe Biden ha dado la orden”, espetó el congresista de Georgia.

En el Partido Demócrata fueron bastante más prudentes por razones obvias: el tiroteado no era su candidato. Con todo, también hubo salidas de tono notables. “No apoyo la violencia pero, por favor, la próxima vez acude a clases de tiro para que no vuelvas a fallar”, escribió una colaboradora del congresista Bennie Thompson en su Facebook en alusión a Thomas Crooks, el veinteañero que ejecutó los disparos y que fue posteriormente abatido por el Servicio Secreto (Thompson ha despedido a la mujer).

Otros progresistas han dicho que el ataque es fruto del clima político que Trump lleva sembrando desde su primer mandato. Un clima, añaden, que alcanzó su punto más bajo durante el asalto al Capitolio ocurrido hace cuatro años, después de que Trump se negara a reconocer la victoria electoral de Biden.

Estén formuladas con más o menos sensibilidad, es bien sabido que las declaraciones de todos esos representantes públicos no hacen más que expresar el sentir popular de cada bancada. Por eso mismo son pocos quienes confían en que esas llamadas de última hora a la calma vayan a impactar en una sociedad que lleva años regalando episodios guerracivilistas.

Un panorama poco halagüeño

Porque el asalto al Capitolio fue el más sonado, sí, pero no el único. La manifestación ultraderechista de Charlottesville, el atentado contra la congresista demócrata Gabrielle Giffords, las protestas y saqueos que tuvieron lugar tras la muerte de George Floyd, los enfrentamientos entre manifestantes y contramanifestantes registrados en Kenosha, el atentado contra el congresista republicano Steve Scalise, el ataque contra la residencia de Nancy Pelosi, el intento de asesinato del juez conservador Brett Kavanaugh (abortado a tiempo por la policía) o el asalto al capitolio de Michigan por parte de milicias armadas también forman parte de un ecosistema, el estadounidense, que lleva deteriorándose desde hace años.

La sensación viene, además, avalada por las encuestas. Una de ellas, realizada el pasado mes de mayo, señalaba que el 47% de los estadounidenses consideran probable o muy probable un conflicto civil armado en las próximas décadas. En otra, el 21% de los encuestados reconocía tolerar o incluso apoyar la violencia con el fin de perseguir según qué objetivos políticos.

“Estamos en crisis y no hay una solución fácil a la vista”, declaraba una de las últimas personas entrevistadas el domingo por los reporteros del Journal. “Hemos perdido nuestra habilidad para escuchar al otro”.