El presidente electo Donald Trump y el magnate Elon Musk, en una gala celebrada en la mansión de  Mar-A-Lago del primero.

El presidente electo Donald Trump y el magnate Elon Musk, en una gala celebrada en la mansión de Mar-A-Lago del primero. Carlos Barria Reuters

EEUU

El DOGE y otras ventajas de tener a Trump en la Casa Blanca: la apuesta política de Musk le dará pingües beneficios

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Nadie sabe qué pretendía –más allá de lo obvio– Thomas Matthew Crooks el pasado 13 de julio, cuando se encaramó al tejado de un edificio en un pueblo de Pensilvania y abrió fuego contra Donald Trump mientras éste daba un mitin ante las gentes del lugar.

Ahora sabemos, sin embargo, lo que ha conseguido: convertir al hombre más rico del mundo, Elon Musk, en uno de los más influyentes del próximo Gobierno tras ser nombrado por Trump colíder del Departamento de Eficiencia Gubernamental o DOGE; una institución a estrenar cuya misión será adelgazar el tamaño, y el gasto, del entramado federal estadounidense.

La relación entre lo que hizo Crooks y el lugar que ocupará de ahora en adelante Musk se encuentra en el momento en el que el multimillonario de origen sudafricano declaró públicamente su apoyo a Trump. Horas después del atentado.

A partir de ahí se estrechó la relación entre el candidato y Musk, que poco después apareció como estrella invitada en varios de sus mítines mientras donaba decenas de millones de dólares a su campaña. Hasta alcanzar una cifra que se encuentra –eso se rumorea– entre los 120 y los 200 millones de dólares.

Un pasado en las antípodas

Durante mucho tiempo Musk fue el típico magnate de Silicon Valley: un espíritu revolucionario que votaba por lo que seguramente consideraba el mal menor. O sea: el Partido Demócrata. La tendencia comenzó a cambiar en 2016, cuando Peter Thiel, uno de los cofundadores junto a Musk del famoso portal de pagos PayPal, apareció en la Convención Nacional Republicana para expresar públicamente su apoyo a Trump.

Musk, que venía de votar a Barack Obama, no cayó en la tentación y aquel año se decantó por Hillary Clinton. Insistió en ello cuatro años después, cuando volvió a escoger Partido Demócrata y votó por Joe Biden. Es más: hace un par de años declaró que “Trump tendría que colgar su sombrero y navegar hacia el atardecer”. Jubilarse, vaya. Pero en algún momento del pasado reciente algo cambió. La pregunta es: ¿el qué?

Pudo haber sido la gestión del proceso de vacunación tras los dos primeros años de pandemia. Musk se vacunó, pero se mostró muy crítico con la obligatoriedad pretendida por Biden para con los trabajadores federales. Asimismo, nunca terminó de comprar los argumentos que abogaban por mantener distancias de seguridad.

También pudo haber sido la cuestión de una burocracia a su juicio excesiva. “SpaceX puede construir un cohete gigante en menos tiempo de lo que se tarda en procesar la licencia gubernamental necesaria para operarlo”, declaró en una ocasión. “Es demencial; a este paso si nadie revierte semejante sobrerregulación nunca llegaremos a Marte”.

O pudo haber sido la deriva de una izquierda que ha centrado buena parte de su discurso –y de su lucha– en las famosas políticas de la identidad. Una fobia probablemente alimentada por Vivian Jenna Wilson, la hija transexual del magnate, y alguien que le ha acusado públicamente de ser un padre abusivo. Musk se ha referido a su hija como alguien que ha sido “carcomido por ese virus llamado ‘woke’”.

A todo lo anterior se puede añadir lo mal que le sentó el feo de Biden cuando éste, durante su primer año de presidencia, no invitó a Musk a un evento sobre el futuro de los coches eléctricos celebrado en la Casa Blanca. Para añadir sal a la herida, en dicho evento Biden aplaudió a Mary Barra, consejera delegada de General Motors, por estar “electrificando la industria del automóvil”.

Teniendo en cuenta que la empresa de Barra vende en ese sector concreto una quinta parte de lo que vende Tesla, la automovilística de Musk, el enfado de éste fue superlativo. En cuanto al porqué detrás de la negativa a que Musk estuviese en la Casa Blanca, se suele alegar su mala relación con los sindicatos.

¿Qué va a ser exactamente el DOGE?

Quedan muchas cosas por conocer sobre la nueva oficina gubernamental. Desde cómo se financiará hasta dónde estará ubicada.

Se sabe, eso sí, que Musk compartirá su liderazgo con Vivek Ramaswamy, un empresario vinculado al mundo de la biotecnología y alguien a quien el propio Musk apoyó cuando se presentó a las primarias del Partido Republicano. Se presupone, por tanto, una cierta sintonía. Al menos hasta que arrecien las críticas y haya que repartir culpas.

También se sabe que Musk quiere reducir las 438 agencias federales existentes en la actualidad a 99. O eso es lo que declaró durante una entrevista reciente con Tucker Carlson, el influyente presentador y showman derechista.

Y se sabe que busca reclutar a “revolucionarios partidarios de empequeñecer el Gobierno que tengan un coeficiente intelectual súper alto y ganas de trabajar más de 80 horas semanales en un programa de austeridad impopular”. Según Musk, él y Ramaswamy conducirán el proceso de selección personalmente.

¿Qué beneficios puede reportar a Musk?

Aunque hay gente que opina que el apoyo de Musk a Trump es ideológicamente genuino –“siendo el hombre más rico del mundo no hay nada que Elon necesite”, ha declarado una donante del presidente electo llamada Trevor Traina–, otros piensan que hay cierto cálculo comercial detrás de alianza. El reputado analista Ian Bremmer, por ejemplo, ha dicho que el respaldo de Musk a Trump ha sido “la mejor apuesta política que he visto hacer en toda mi carrera”.

Si uno hace caso a sospechas como la de Bremmer la pregunta es en qué sentido. O sea: ¿cómo podría el multimillonario engordar su fortuna durante la presidencia de Trump? A modo de respuesta, los expertos señalan a dos de las tres empresas con las que se le suele asociar: Tesla y SpaceX.

Según Bremmer, que en calidad de experto en geopolítica y presidente de la consultora Eurasia Group se reúne habitualmente con jefes de Estado y altos funcionarios de un sinfín de países, Musk habría asegurado a miembros destacados del Partido Comunista Chino que está dispuesto a ejercer de intermediario entre ellos y Trump en lo que a la política comercial que atañe a la industria tecnológica se refiere. Y es que Tesla podría beneficiarse sustancialmente de una relajación en los controles de las exportaciones que tocan productos como los semiconductores.

Además, está lo de los coches que funcionan sin conductor. Garrett Nelson, un analista de la firma CFRA Research, centrada en eso que llaman ‘inteligencia financiera’ o –en castellano llano– la elaboración de informes que le toman la temperatura y adelantan el futuro de empresas concretas o sectores enteros, le ha comunicado a sus clientes que la victoria de Trump supondrá un gran empuje desregulador a la conducción autónoma. En plata: que compren acciones de Tesla porque prevé que el precio se va a disparar.

Y luego está SpaceX. Según Svetla Ben-Itzhak, profesora de Espacio y Relaciones Internacionales en la Universidad Johns Hopkins, en lo tocante a su gremio Trump y Musk están de acuerdo en tres aspectos fundamentales.

Primero: la expansión de la humanidad más allá de nuestro planeta. Al respecto, cabe recordar que la Directiva de Política Espacial firmada por Trump durante su primer mandato –concretamente el 11 de diciembre del 2017– destacó la importancia de que Estados Unidos enviara astronautas de regreso a la Luna para establecer en ella una presencia permanente desde la cual facilitar misiones humanas a Marte… y más allá.

Segundo: ambos apoyan la participación comercial en la conquista del espacio. De hecho, la citada Directiva exige específicamente asociaciones comerciales e internacionales. Un cambio de paradigma con respecto a lo que existía con anterioridad que, por cierto, Biden mantuvo durante su mandato.

Y el tercero: tanto Musk como Trump están a favor de la desregulación. El presidente electo ya lo demostró durante sus cuatro años en el poder, cuando aprobó otra normativa destinada a reducir las barreras regulatorias con el fin de impulsar un crecimiento más rápido de la industria aeroespacial privada. Es más que probable, por tanto, que durante los próximos cuatro años continúe trabajando en esa dirección.

Aunque entre ambos también existen algunas diferencias de criterio –Musk tiene una visión más a largo plazo frente al cortoplacismo de un Trump obsesionado con la carrera espacial y por eso el primero contempla compartir información con otras potencias–, Ben-Itzhak opina que el tándem seguramente impulse la comercialización del espacio. En otras palabras: SpaceX enfrentará, muy probablemente, menos regulación y una reducción de costes sustancial.

Riesgos que podrían no serlo tanto

Como en toda operación, la apuesta de Musk –si realmente hay interés comercial en ella– encierra su dosis de riesgo. Tal y como explica el veterano periodista económico, y experto en la industria del automóvil, Chris Isidore en una pieza publicada en el portal de la CNN las simpatías de Trump por los coches electrónicos son escasas.

El presidente electo se ha referido a ellos como demasiado caros para el común de los norteamericanos, poco eficientes en las distancias largas y, sobre todo, un riesgo para la industria estadounidense. Por ese motivo cabe la posibilidad de que elimine las subvenciones y ayudas concedidas por Biden al sector.

Pero Musk ya ha dicho que no le preocupa la medida porque ésta afectaría, sobre todo, a las automovilísticas tradicionales que están tratando de ponerse al día. O sea: a su competencia. Y es que dicha puesta al día le ha costado a Tesla un buen pellizco; durante los primeros nueve meses del año la automovilística de Musk perdió un 2% de su valor bursátil por eso mismo. Una de las mayores caídas en la historia de la empresa.

Así que incluso lo que a priori podría considerarse un riesgo tiene probabilidades de convertirse en un impulso involuntario. O, parafraseando a Ian Bremmer, es muy posible que posicionarse junto a Trump haya sido una apuesta –política, económica y comercial– tremendamente inteligente. El tiempo dirá.