La nueva Casa Blanca apuesta por los neonazis en Alemania: JD Vance y Elon Musk se vuelcan en el apoyo a la AfD
- El respaldo del futuro vicepresidente y el hombre más rico del mundo a la ultraderecha alemana marca el tono de la nueva Administración Trump.
- Más información: La ultraderecha saca rédito del atentado en Magdeburgo: el último sondeo hace a Alice Weidel favorita para ser canciller
El pasado jueves, Elon Musk revolucionó su propia red social, X, con una serie compulsiva de mensajes para presionar a los congresistas republicanos y evitar que aprobasen el plan consensuado por el “speaker” Mike Johnson y el presidente electo Donald Trump para aprobar un techo de gasto e impedir el cierre del Gobierno federal.
Tanto llamó la atención la repercusión de esos mensajes -efectivamente, varios republicanos votaron en contra y tumbaron el plan- que algo pasó desapercibido: a la vez que tuiteaba sobre la economía estadounidense, Musk hacía también sus pinitos en política exterior.
Y no de cualquier manera. Sabemos que a Musk le gusta ir a la contra y que buena parte de su éxito ha consistido en apostar contra lo establecido. Ahora bien, muchos pensaron que había ido demasiado lejos al apoyar a la formación de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), un grupo neonazi en ascenso que puede obtener unos grandes resultados en las elecciones de febrero de 2025.
Aunque Musk recibió críticas por sus mensajes -también elogios, al fin y al cabo, los grupos de ultraderecha están muy presentes en X y, curiosamente, Musk es uno de sus referentes-, se pensó que no era más que una opinión personal y que en absoluto hablaba como futuro representante de la administración Trump. Eso ya no está tan claro.
El mismísimo vicepresidente electo JD Vance salió este fin de semana a defender a Musk por sus comentarios y a insistir en que la AfD simplemente quería “controlar sus fronteras” y que no veía nada peligroso en ello. Obviamente, la AfD no es simplemente un partido que quiera controlar sus fronteras, sino que lo hace desde la xenofobia, el antieuropeísmo y el revisionismo de los años del nazismo.
Uno de sus líderes más populares, Björn Hocke, que recientemente ganó las elecciones regionales en Turingia, ha insistido en recuperar los términos de “pueblo” y “patria” como parte del discurso político y ha criticado que Alemania se siga flagelando por los horrores de la II Guerra Mundial, que considera compartidos con los aliados.
Aliados de Putin y Bannon
Como ha sucedido en otras coaliciones de ese espectro político, la AfD ha pasado de ser un partido liberal-conservador con tintes nacionalistas a destacar por su discurso de odio y exclusión, incluyendo el rechazo al matrimonio de personas del mismo sexo y a los musulmanes. No en vano su auge llegó a partir de la inmigración masiva de sirios que huyeron de la guerra civil en su país a partir de 2015.
Tanto Hocke como su partido son admiradores irredentos de Vladimir Putin. De él han llegado a decir que representa la única esperanza de “la libertad y la independencia” de los estados. Naturalmente, hay algo impostado en esa idolatría. Cuando Volodimir Zelenski acudió este año al Bundestag a pedir más ayuda, los parlamentarios de la AfD directamente se levantaron de sus escaños y se fueron. Alemania tiene demasiado reciente el fantasma de la RDA como para trivializar el imperialismo ruso y sus consecuencias.
En otras palabras, Turingia no es Silicon Valley. Hay que entender que la AfD es uno de los tantísimos partidos que Putin financió directa o indirectamente a partir de su invasión de Crimea en 2014, para cultivar la desunión en Europa, acabar con el liberalismo tradicional y volver a un nacionalismo autócrata.
Como suele ser habitual, detrás de la mano de Putin, encontramos la de Steve Bannon, el populista creador de Breitbart News y asesor jefe de la campaña de Trump en 2016. De hecho, Bannon llegó a ocupar el puesto de consejero presidencial en la primera administración del multimillonario neoyorquino, pero dimitió de su puesto a los ocho meses, descontento con la deriva demasiado liberal que estaba tomando el gobierno federal. Bannon es el padre de la llamada “alt-right” en Occidente y sus tentáculos han llegado prácticamente a todos los países de Europa. Alemania, como se ve, no es una excepción. En 2019, el agitador ya se volcó en favor de la AfD en la campaña de las elecciones europeas de ese año.
La paradoja de la autocracia
El gusto de Donald Trump y sus aliados políticos por las autocracias es bien conocido. Detrás del intento de golpe del 6 de enero de 2021 se escondía sin más la tentación de perpetuarse en el poder, algo que tal vez vuelva a intentar en 2025, si la edad se lo permite. El movimiento MAGA, los Proud Boys, las milicias vinculadas al foro de internet Q-Anon, las teorías de la conspiración… todo apunta en una dirección y es la opuesta al liberalismo que ha triunfado en Occidente en el último siglo.
De ahí a apoyar a una formación de ultraderecha en Alemania, ni más ni menos, debería ir un trecho. Y habría que distinguir entre que lo haga alguien cuyas opiniones presumen de excentricidad y lo haga todo un futuro vicepresidente de la primera potencia del mundo. La inocencia con la que la “alt-right” estadounidense se ha dejado convencer de que Rusia no sigue viendo a su país como el gran enemigo a derrotar resulta estremecedora. Aparte, hay en ese apoyo a los líderes “fuertes” nacionalistas, tipo Orbán, que resulta contradictorio con su propio aislacionismo: si el objetivo de la administración Trump es desentenderse de lo que pase en Europa, tal vez le interesaría que alguien ocupara su lugar.
Eso solo lo puede hacer la Unión Europea, así que, aunque en teoría vaya contra sus principios más autoritarios, lo cierto es que a la nueva Casa Blanca no le debería interesar que Europa se desangre en luchas internas y pierda poder. Al contrario, la mayor garantía para una paz duradera es que la Unión Europea y la parte correspondiente de la OTAN puedan solventar sus problemas sin que Estados Unidos tenga que poner dinero ni hombres para ello. Sorprende el empeño por debilitar las instituciones europeas cuando a la vez se está exigiendo al viejo continente que se apañe por sí mismo.
Lo normal es que el posible apoyo de la nueva Casa Blanca a la AfD tenga repercusiones electorales. Los populismos, especialmente de derecha, siempre producen un rechazo atávico que va disminuyendo conforme se normaliza su presencia en el espectro político. Si esa normalización llega a la vez desde Washington y desde Moscú, el efecto es doble.
En la actualidad, los sondeos apuntan a una clara victoria de la CDU con una expectativa en torno al 30% de los votos. Necesitaría, por lo tanto, un socio para gobernar… y ahí llega la gran disyuntiva: apoyarse de nuevo en una gran coalición con el SPD o confiar en la AfD, que marcha segunda en las encuestas. En esa encrucijada, se juega Europa buena parte de su futuro… y apenas llevaremos dos meses de un 2025 que promete.