En las casas de muchos –muchísimos– tailandeses, el lugar de honor lo ocupa un retrato de Bhumibol Adulyadej. En el cine, antes de cada película, se pasa un vídeo honorífico del que hasta este jueves era el monarca más longevo en todo el planeta. También el que encabezó la corona más adinerada del mundo. Al conocer la noticia de su muerte, los tailandeses lloraban públicamente la muerte de su rey.
Y sin embargo, cuando tomó el mandato a mitad del pasado siglo, él mismo se consideraba como sólo una imagen para simbolizar la unión de su pueblo. Un país, por aquel entonces, también bajo el control de una dictadura militar. Bhumibol llegó a resumir su entonces escaso poder de decisión en una entrevista con el New York Times. “Cuando abro mi boca y propongo algo, me dicen ‘Su Majestad, usted no lo entiende’; así que no hablo. Sé cosas, pero me callo”.
Se refería, probablemente, a la muerte de su hermano mayor, Ananda Mahidol, que era rey de Tailandia en 1946 y, además de haberse ganado al pueblo, simpatizaba con las fuerzas progresistas que buscaban la democratización de la nación. Sin embargo, a los seis meses de haber regresado al país, Ananda apareció muerto en sus aposentos de un disparo. Aquel suceso conmocionó al pueblo y nunca se ha dado una explicación oficial creíble. Entre las posibles teorías no probadas, se habla de arma disparada accidentalmente e incluso que el propio Bhumibol pudiese haber disparado por error a su hermano mientras jugaban. Aún era un adolescente.
La muerte de Ananda sirvió de excusa para que regresase al poder el dictador Plaek Phibunsongkhram, quien acusó a los demócratas de esconder información confidencial sobre el asesinato de Ananda. En 1947, los militares dieron un golpe de Estado y propusieron una Constitución alrededor de Bhumibol, quien ganó mucho más poder. El nuevo monarca, retirado entonces a Suiza en señal de duelo, aceptó el poder militar y regresó a Tailandia al inicio de la década de 1950.
La imagen de Bhumibol ha sido cuidada, mimada y trabajada al exceso por parte de las clases dominantes de Tailandia. Aficionado a la fotografía desde niño, las instantáneas del monarca visitando poblados del interior con su cámara y hablando con sus gentes se ven en cualquier rincón del país. Vestido en muchas ocasiones con ropas occidentales y atravesando zonas rurales como un ciudadano normal.
No obstante, dista mucho de haber sido un ciudadano común. Los reyes, en la mitología tailandesa, tienen un estatus diferente y están más cerca de la deidad. Tienen un título similar al de Buda y es necesario postrarse ante ellos. Mucha gente en todo el país hace una reverencia a las figuras del rey como si fuesen religiosos.
El pueblo siamés asume la superioridad de clase de la realeza en casi cualquier situación. Cuando alguien de la familia real necesita ir al centro de Bangkok, cortan todas las calles para que el coche real circule solo. Incluso cierran el tráfico en las autopistas aéreas que atraviesan su camino, ya que nadie puede estar por encima del rey físicamente. Y aún con el terrible tráfico de Bangkok, nadie se queja de ello. Aunque pierdan horas en un atasco.
En algunos casos influye, por supuesto, la Ley de lesa majestad que protege a la familia real y que permite encarcelar a quien sea crítico con la monarquía. Un mecanismo que en los últimos años, bajo el mandato militar, ha multiplicado la cantidad de sentencias de cárcel en Tailandia.
El conflicto de la sucesión
La popularidad de Bhumibol ha sido siempre auspiciada por las clases dominantes y se ha asociado a las familias pudientes de la capital. Aunque el rey haya sido popular en todo el país, era en Bangkok y entre las clases medias y altas donde el fervor hacia él ha sido casi incuestionable.
Existió siempre un gran vínculo entre el recién fallecido monarca y las élites económicas y políticas del país. Bhumibol cuestionó muy poco al ejército y aceptó muchos de los golpes de Estado. En momentos como la crisis tras la masacre de Thammasat, hace 40 años, su figura sirvió de mediador. Pero el poder acabó recayendo nuevamente en el Ejército, dejando fuera otra vez a los progresistas.
El periodista y experto en la monarquía Andrew McGregor afirma en su libro A Kingdom in Crisis que Bhumibol se sintió solo en demasiadas ocasiones, según fuentes de palacio. Nadie podía llevarle la contraria ni decirle que no debido a su poder real, lo que pudo llegar a entristecerlo y a no tener jamás una conversación verdadera.
No pasa lo mismo con su hijo y heredero, Maha Vajiralongkorn. Su nombre significa “aquel que posee el rayo” y en no pocas ocasiones ha hecho honor a su apodo. Si la popularidad de Bhumibol ha sido la que ha mantenido al país unido en muchas situaciones, su primogénito no goza de su éxito y ha sido cuestionado públicamente en demasiadas ocasiones.
Su fama de mujeriego ha hecho estragos en su imagen, con un historial de distintas relaciones que fueron fulminadas como un rayo de la noche a la mañana. La última, hace dos años, cuando rompió con su tercera esposa, Srirasmi, muy querida por el pueblo. La acusó de corrupción para luego retirar sus títulos reales y sacarla de palacio.
Vajiralongkorn ha colisionado con la imagen comedida y amable de Bhumibol. Al heredero y seguramente futuro rey no le ha importado tomar decisiones comprometidas como nombrar jefe del Ejército a su perro, enfrentarse públicamente a sus detractores o vestir de top ajustado.
Esa actitud es la que provocó que hasta ahora Bhumibol no hubiera abandonado su cargo, aún imposibilitado en el hospital. Si bien durante años afirmó que llegaría el momento de que su hijo tomase el cargo, luego retrasó dicho acontecimiento. Si bien su esposa, la reina Sirikit, luchó porque Vajiralongkorn ascendiera al trono, los defensores de Bhumibol lo impidieron. Hasta hoy.
Si no hay sorpresas, Vajiralongkorn ostentará la corona pronto. El primer ministro y general, Prayuth Chan-ocha, ya se ha reunido con él para abordar una sucesión que no estará exenta de peligros. El premier ha confirmado que el príncipe ocupará el trono, pero, en un giro inesperado, ha indicado que el heredero está “afectado” y se tomará un tiempo para llorar la muerte de su padre antes de tomar el poder.
La decisión del heredero ha cogido desprevenidos a muchos analistas internacionales. McGregor, este mismo jueves, comentó que el príncipe lo tendría muy difícil para mantener aislados a sus enemigos, entre ellos la facción militar que protagonizó el golpe de Estado de 2006. Vajiralongkorn no goza de mucha fama y sus partidarios temen que sus detractores se le adelanten. El mismo Prayuth necesita de una sucesión tranquila para poder mantenerse en el poder. Más ahora, en pleno duelo por Bhumibol, lo que puede posponer las ya retrasadas elecciones generales (controladas por los militares).
Muchos tailandeses temen también que esto sirva de excusa para anquilosar el poder militar y eliminar la democracia de la hoja de ruta. El popular artista Apichatpong Weerasethakul, conocido por su crítica política, comentó esta semana que su país “se está convirtiendo en un híbrido entre Corea del Norte y Singapur”. Y que el problema está en que los tailandeses están acostumbrados a tener a un “padre de la nación” que los guíe en lugar de perseguir su propio futuro.
El camino que tomará Vajiralongkorn, si accede al trono sin problemas, es incierto. Bhumibol estuvo del lado de las clases dominantes, pero muchos temen que su heredero elija un camino errático. Como mencionó el pasado año el periodista Thomas Fuller, ante este momento histórico muchos recuerdan las palabras de Chulalongkorn, uno de los reyes más venerados y reformistas, quien dijo que “ser rey no significa hacerse más rico, sino no meterse con los demás”. Y que si no se respetaba eso, la monarquía acabaría por desaparecer.