China declara la guerra abierta al bitcoin con la idea de aumentar su dominio geoestratégico
El proyecto del gigante asiático se llama “yuan digital” o “e-yuan”, aunque no es el primer país en lanzar una divisa oficial virtual.
24 junio, 2021 02:17Noticias relacionadas
El sueño del bitcoin es el de una moneda que trascienda los países y sus bancos centrales y, por lo tanto, dependa tan solo del mercado global. Es un sueño que entronca con la mano invisible que predicaba Adam Smith pero en una versión algo acelerada, con demasiados altos y bajos en el camino.
Como toda empresa nueva y que presume de ausencia de reglas, depende demasiado de la euforia y de la depresión. En ocasiones, invertir en bitcoins o criptomonedas en general es como pasar el día en el parqué de la bolsa de Singapur mientras un youtuber te pide paciencia a gritos. Una burbuja que puede crecer indefinidamente o estallar en cualquier instante.
El bitcoin alcanzó su momento de gloria a principios de año, cuando en marzo llegó a superar un valor de intercambio superior a los sesenta mil dólares por unidad. Hay que recordar que hablamos de algo que, en rigor, no existe, que no está guardado en ninguna caja de ninguna gran entidad financiera, sino que simplemente funciona como moneda de transacción y se certifica mediante un complejísimo proceso informático.
De ahí que, al principio, en 2009, no valiera absolutamente nada porque nadie la aceptaba en ningún intercambio. De ahí que, once años después, en un mundo tan veloz, tan ansioso, El Salvador la haya declarado moneda oficial pese a la oposición del Banco Mundial y no falte quien confíe todos sus ahorros en este bien revolucionario. Como diría Jorge Valdano, a veces parece que el bitcoin fuera un estado de ánimo.
Hay algo en el bitcoin de acción bursátil con la que uno puede ir a internet y obtener un beneficio inmediato. Obviamente, como toda acción bursátil, está sometida a la variación del mercado. Cuando hay mucha demanda, el precio se dispara… cuando hay mucha oferta, el precio baja.
¿De qué dependen estas fluctuaciones de oferta y demanda? Al ser una moneda de individuos y no de estados, a menudo es caprichosa. Por ejemplo, tres meses después de alcanzar los sesenta mil euros por unidad, nos encontramos con que el bitcoin vale la mitad. Y valdrá la mitad de esa mitad en una semana si la gente entra en pánico y se empeña en vender casi a cualquier precio.
Cuando nadie regula, China regula
El problema del bitcoin es que, siendo una moneda global y supraestatal, opera en un mundo real lleno de estados. Hasta cierto punto, vaya, compite con ellos y sus propias monedas.
Los más liberales abrazarán la idea puesto que todo lo que sea eliminar el estado les parecerá bien y, hasta cierto punto, les abaratará los costes directos -no ya los indirectos en forma de energía, eso lo veremos luego-. Ahí están, aparte de la “anécdota” salvadoreña, un buen montón de estados de América del Norte, encabezados por Texas y Wyoming.
Ahora bien, obviamente, tiene que haber estados a los que no les haga ninguna gracia eso de la iniciativa individual y de la riqueza supraestatal. Estados que, además, tengan proyectos paralelos similares con los que pretendan justamente controlar aún más a sus ciudadanos y adquirir un mayor estatus dentro de la economía mundial.
Países, en resumen, como China, que lleva meses haciendo imposible el “minado” de criptomonedas hasta que esta semana directamente ha anunciado su prohibición en todo el país, tanto en las zonas donde dicho “minado” está creando un problema energético como en las zonas que con más mimo cuidan las energías renovables y limitan el daño al planeta.
La guerra de China contra el bitcoin tiene todo el sentido del mundo. Es lo típico que haría cualquier superpotencia ante algo que se está haciendo demasiado grande y que está fuera de su control. Si el mercado no regula los excesos -pese a la gran crisis del último mes, el bitcoin sigue valiendo tres veces lo que valía hace poco más de un año-, ya vendrá un estado a meter mano.
Las criptomonedas requieren de una serie de transacciones y operaciones online que a su vez son verificadas y encriptadas por una serie de ordenadores en red que tienen que estar conectados a alguna fuente de energía tan grande que solo puede ser estatal. Si elimino el acceso a esa fuente de energía, la cosa empieza a complicarse.
El “minado” en parte es eso. Es buscar por tu cuenta, con tu ordenador, configurando redes, el menor gasto posible para mantener viva la producción de monedas virtuales para, a cambio, ser recompensado con esas mismas monedas virtuales.
No digo que no sea un proceso complejo pero en parte recuerda al de la fiebre del oro del oeste americano en el siglo XIX, con los grupos de cazadores de fortuna buscando en los ríos pepitas que les cambiaran la vida. Uno puede fomentar esa actividad y de esa manera incentivar la fortuna individual y que sea lo que dios quiera… o puede plantar un muro a cada orilla del río e impedir su paso.
Más o menos, lo que ha hecho China.
Dependencia tóxica
¿Por qué está China tan empeñada en poner palos en las ruedas de las criptomonedas? ¿Es tan solo una cuestión de principios ideológicos? Obviamente, en esta desconfianza hay una carga conceptual: las criptomonedas son un invento occidental y todo invento occidental hay que verlo con prudencia, respeto y un cierto temor.
Sobre todo si refuerzan, insisto, la capacidad individual frente a la del estado, retando así los fundamentos del estado chino. Ahora bien, hay más. De entrada, hay un gasto energético que China no está dispuesto a asumir. No es ya que individuos se enriquezcan sin poder controlarlos sino que además se enriquezcan a mi costa.
Ya se mandó hace poco un aviso en la región de Mongolia interior, culpando a los “mineros” del exceso de energía producido y ahora se hace extensivo al resto del país.
China intimida, que es lo que mejor hace. Saca músculo y envía a todos estos consumidores de energía, una energía, sin la que, hay que recordar, toda la red de servidores de la que depende el funcionamiento de las criptomonedas se hace imposible, a otros países.
Algunos no lo ven como algo malo sino como algo bueno. Países dispuestos a ofrecer su energía a un buen precio sin tantos miramientos ideológicos tiene que haber muchos. Probablemente, haya varias regiones de Rusia dispuestas a asumir el negocio, pero, claro, Rusia es otro estado que desconfía del bitcoin por una cuestión de principio.
No así Kazajistán, que parece que va a ser el siguiente destino de estos errantes cazadores de energía. Para muchos expertos, aportaría una solución de futuro más estable. Ningún valor de mercado puede depender de las amenazas de China y presumir de independencia.
Salir de China es un problema cuando el 60-70% de tu infraestructura está basada allí pero a su vez es un alivio si se encuentra una alternativa más fiable y menos hostil. De la capacidad de estos “mineros” de conseguir un nuevo paraíso, un nuevo río de donde extraer el oro, un nuevo pozo de petróleo, dependerá el devenir del bitcoin y de las criptomonedas en general. El asunto es que esto requiere paciencia y hablamos de un mercado demasiado pasional.
¿Cómo pedirle que aguante un valor a alguien que lo adquirió al doble de precio y ve cómo esa inversión se viene abajo poco a poco? Mucha sangre fría hace falta para eso y la popularización de las criptomonedas durante esta era pandémica ha hecho que muchos aficionados copen el mercado como el que se abre una cuenta en Bet365.
Un e-yuan para controlarlos a todos
La promesa de las criptomonedas es el éxito. El riesgo es precisamente morir de ese mismo éxito. Atraer a tanta gente al mercado que el mercado se convierta en una convención de peliculeros jugando a ser Leonardo di Caprio.
Eso no quiere decir que la idea sea mala. Al menos en su parte puramente procesal. De hecho, China la está copiando y obviamente ese es el otro motivo por el cual no quiere saber nada de bitcoins en su territorio. El proyecto de China se llama “yuan digital” o “e-yuan”.
No es el primer país en lanzar una divisa oficial virtual, pues ya Suecia lo había hecho con la “e-krona”, pero la idea china va más allá, pues pretende convertirse, irónicamente, en un nuevo elemento de control sobre su población.
En principio, el “e-yuan” funciona igual que un bitcoin o cualquier otra criptomoneda. Es una sustitución del dinero en efectivo y permite cualquier tipo de transacción online, incluso en comercios con tecnología habilitada para ello. El asunto es que poseer un “e-yuan” no es anónimo. El gobierno chino va a saber en todo el momento quién tiene e-yuans, cuántos tiene y, lo más importante, en qué los utiliza.
En un tiempo en el que lo que más se valora es la información personal de gastos y uno encuentra en su ordenador diez anuncios casuales de detergentes a los cinco minutos de haber encargado una lavadora online, esta información es poder tanto interno como a la hora de comerciar con ella y fortalecer su posición en el extranjero.
El “e-yuan” es hasta cierto punto el reverso tenebroso del bitcoin. En vez de fomentar la libertad lo que fomenta es la servidumbre al estado y sui control sobre el individuo. Por otro lado, aquí no hay tiburones ni influencers, aquí está el banco central chino garantizando que no va a haber brechas de seguridad, que no va a haber oscilaciones en la valoración y que no va a haber legislaciones estatales que estropeen los planes puesto que el estado, como diría Luis XIV, son ellos.
¿Hasta qué punto inquieta esta declaración de guerra al mundo de las criptomonedas? Hasta el punto que cada uno quiera, pero, como decía antes, el miedo es libre y no deja de ser un bien que se mueve por impulsos.
Si lo que hay que hacer es “holdear” o ir corriendo a la banca del casino a retirar las ganancias depende de cada uno. El futuro del dinero es digital, eso está claro. Otra cosa es que sea supraestatal, algo que no hemos visto nunca en la historia del mundo.
La narrativa del bitcoin es a veces confusa y exaltada, propia de gente que intenta cambiar el rumbo de los siglos. Se presta a la exageración heroica como se presta a la burla injustificada. Ahora bien, competir con China ya es otra cosa. La abstracción se convierte en una guerra muy concreta.
Nadie gana a China, eso ya lo sabemos. A partir de ahí, te queda la lucha desesperada por el empate, que puede no ser mala cosa. En poco tiempo, lo averiguaremos.