Una de las cosas con las que Putin no parecía contar en su proceso de anexión de buena parte de Ucrania es el empeño que han puesto Joe Biden y Estados Unidos (EEUU) a la hora de defender un país que ni siquiera es miembro de la OTAN. Si Putin tenía en mente algo rápido y relativamente incruento, como sucedió en 2014 con la anexión de Crimea, está claro que se equivocaba. De ahí que esté teniendo que recalcular su estrategia según Biden la va anticipando en sus distintas declaraciones públicas. Lo que se esperaba para la segunda semana de enero ha tenido que esperar más de un mes, con el margen que eso supone para la defensa enemiga.
¿Por qué tanto empeño de EEUU en defender Ucrania? Si uno es muy inocente, podría pensar que simplemente trata de mantener el orden mundial y evitar que el pez grande se coma al pequeño por una cuestión de justicia, pero ¿cuántas veces ha ejercido EEUU de pez grande en el tablero geopolítico sin demasiadas consideraciones morales de por medio? La propaganda repite que Washington quiere arrinconar a Moscú a través de la OTAN y está claro que a la Alianza le interesa mucho lo que suceda en su frontera oriental. De la misma manera que Putin ve con recelo la posibilidad de tener misiles nucleares a su puerta, tanto EEUU como la Unión Europea (UE) tienen motivos para preocuparse ante los delirios nacionalistas e imperialistas del líder ruso.
Con todo, algo hace pensar que hay más cosas en juego en este momento. Por supuesto, Rusia preocupa a Biden mucho más de lo que le preocupaba a Trump, que siempre tuvo una relación muy cordial con Putin sin que nadie se explicara exactamente por qué. Ahora bien, si algo preocupa a la Casa Blanca ahora mismo en su política exterior es el Pacífico Asiático. Lo que pase en Europa es, en rigor, una amenaza mayúscula para sus socios europeos. Lo que pase en el Pacífico es una amenaza directa. Ni Japón ni Australia, también aliados estratégicos, pueden competir militarmente con China. Y aún queda la cuestión de las dos Coreas, en la que el Sur necesita imperiosamente el apoyo estadounidense para equilibrar la fuerza bélica del Norte.
Que Rusia invada Ucrania y sienta que lo puede hacer impunemente es un terrible ejemplo para el futuro. Lo es para las repúblicas bálticas y lo es para las del Mar Caspio -aunque Putin, tras la experiencia chechena, no parece querer saber nada de esos territorios mientras sigan luchando contra el terrorismo islámico-. Más aún, lo es sobre todo para Taiwán, la isla que resiste a la China Popular desde el fin de la guerra civil en 1949. Van ya 73 años de reivindicación constante por parte de Beijing de la antigua isla de Formosa, gobernada por los nacionalistas desde tiempos de Chiang Kai-Shek. Esa reivindicación, en los últimos meses, no ha hecho sino acentuarse.
¿Una oportunidad de oro?
La amenaza de China sobre Taiwán es previa a la de Rusia sobre Ucrania. Coincidiendo con el centenario de la fundación del Partido Comunista Chino, su líder Xi Jinping ha insistido repetidas veces en la necesidad de "solucionar de una vez el conflicto". El 1 de julio del pasado año, Jinping declaró: "Resolver la cuestión taiwanesa y completar la reunificación de China es una misión histórica y un compromiso ineludible". El 31 de diciembre, despidió el año con el siguiente propósito: "Lograr la completa reunificación de la patria es la aspiración de los chinos a ambos lados del Estrecho de Taiwán".
Aunque a China tampoco le haga mucha gracia el imperialismo ruso -recordemos que Rusia y China comparten 4.133 kilómetros de frontera, la más extensa en todo el planeta-, no se ha mostrado tan dura a la hora de criticar sus aspiraciones sobre Ucrania. Es lógico teniendo en cuenta que se parecen mucho a las suyas sobre Taiwán, una isla que ha pasado por distintas manos a lo largo de los siglos, como es el caso de Ucrania, pero que en la actualidad se hace llamar a sí misma República de China, razón suficiente para apelar a una unidad cultural que lleve a una unidad política.
Mientras el mundo pone sus ojos en el Donbás y en el posible acceso a Kiev desde Bielorrusia. Mientras se discute cada detalle de la geografía y la meteorología ucraniana para tratar de determinar dónde y cuándo puede empezar de verdad una invasión terrestre, China puede sentir la tentación de pensar que esta es su oportunidad, que un ataque sobre Taiwán, difícilmente sería contrarrestado por EEUU, demasiado ocupado en su "frontera este" como para mandar tropas y armas también a la oeste. No hace ni medio año que se firmó el acuerdo 'Aukus' con Australia para venderles submarinos nucleares que pudieran intervenir en caso de agitación en el Pacífico, pero sólo con eso no bastaría.
El 45% de los chinos taiwaneses declaró recientemente en una encuesta que, en caso de invasión comunista, se limitarían a abandonar el país o adaptarse al nuevo régimen. Esto es, prácticamente la mitad de la población del país ni siquiera está dispuesta a defenderlo. Depende tan solo de los intereses geoestratégicos ajenos. La sensación es que, en cuanto China se tome la cuestión en serio, se podrá hacer con la isla sin demasiados problemas. ¿Sanciones? Sí, pero ahí aparece de nuevo Rusia como posible paraguas. La rebelión de los BRICS -tal vez sin Sudáfrica- y otros posibles socios -los países del Golfo Pérsico no parecen hacer ascos a ningún buen negocio- más la propia emergencia económica del país podría ayudar a Jinping a sortear la situación mientras esta dure.
La paradoja de la territorialidad
¿Qué sabemos de momento de las intenciones del líder chino? Más allá de sus reclamaciones sobre Taiwán y en consonancia con ellas, Jinping parece haber entrado en una fase parecida a la de Putin en términos de revisionismo histórico y vuelta a un nacionalismo que choca con la tendencia globalista de China durante la primera parte de su mandato. La pandemia, desde luego, ha agudizado esta tendencia. China se ha centrado en sí misma, cerrando fronteras y apostando por largos confinamientos, especialmente en la más occidental de sus provincias: Hong Kong.
La integridad territorial de los estados ha sido uno de los principios inamovibles de la política exterior china, precisamente para evitar derivas separatistas en la propia Hong Kong, en el Tibet o en Xinjang, otro de los puntos calientes del planeta de los que apenas se habla en los medios, con conflictos constantes entre los han y los uigur, musulmanes víctimas de la represión centralista. Ahora bien, para Beijing, Taiwán no es un estado. Desde el ministerio de exteriores lo aclaran rápidamente: no hay comparación entre Ucrania y Taiwán porque la que de verdad no existe es Taiwán. Es normal que el observador neutral lo entienda de otra manera.
Bob Woodward y Robert Costa, en su libro 'Peril', narran una conversación entre el jefe del estado mayor norteamericano, Mark Milley, y su homólogo chino, Li Zuocheng. La charla tiene lugar unos días después del insólito asalto al Capitolio, Trump aún preside el país y China tiene miedo de que pueda hacer cualquier barbaridad para mantenerse en el poder. El papel de Milley es tranquilizar a Zuocheng, como en aquella película en la que Matthew Broderick consigue convencer a soviéticos y estadounidenses de que no hay motivos para activar la alarma Defcon Uno. Zuocheng le cree y la alerta cesa.
Tras la anomalía Trump, es posible que Jinping y sus estrategas aún estén evaluando a Biden. Por supuesto, le conocen como vicepresidente de Obama, pero es imposible que un vicepresidente y un presidente sean la misma persona. Cuando el miedo y el estupor pasen, quizá sea el momento de dar el siguiente paso. Jinping no va a seguir religiosamente los pasos de Putin porque la autonomía en sus decisiones es uno de los valores más preciados del Partido Comunista Chino. Ahora bien, si a Putin le sale bien el experimento, es obvio que muchos pedirán acciones inmediatas.
¿Tan inmediatas como para pensar en un nuevo episodio bélico a lo largo de 2022? Parece muy improbable. La China comunista sólo atacará cuando no quede otra opción y cuando esté convencida del éxito de ese ataque. Un error de cálculo derivaría en un enorme conflicto mundial que, de salir mal, le costaría el puesto a Jinping y tiraría por tierra la consolidación de China como superpotencia global durante las últimas tres décadas. Mientras, queda la amenaza, intensificar esa amenaza hasta que sea la propia Taiwán la que se lance en los brazos continentales. Sigue siendo el escenario más probable: quedarse con la isla sin pegar un tiro. Otra cosa es que no lo consiga. Si no lo consigue, preparémonos, aquí también, para lo peor.