Operación Eurasia: así es la intrincada alianza que Rusia y China están tejiendo contra Occidente
Europa y EEUU dejaron que Rusia y China se hicieran con el control de casi toda África y buena parte de Asia. No pueden arriesgarse a cometer el mismo error con los árabes.
11 septiembre, 2024 02:45"Arquitectura de seguridad de Eurasia", bajo ese nombre orwelliano pretende Rusia, con la ayuda de China, establecer una especie de contrapoder a Occidente. El concepto es vago como vagas y difusas son sus alianzas: algunas económicas, otras militares, otras simplemente diplomáticas. La amistad entre China y Rusia se verá reflejada desde este miércoles en la visita del ministro de exteriores Wang Yi, que estará en Moscú hasta el próximo viernes. Ese mismo día llegará a la capital rusa el asesor nacional de seguridad de la India, Ajit Doval.
India y China son ahora mismo los dos principales aliados económicos y diplomáticos de Rusia, como se viene demostrando con las continuas cumbres entre países: solo a lo largo de este verano, han visitado Moscú para reunirse con Vladimir Putin tanto el primer ministro chino como su homólogo indio. En mayo, había sido el presidente ruso el que había visitado a Xi Jinping en China, mientras que en junio fue recibido en Corea del Norte por Kim Jong-un entre fastos de todo tipo.
A la alianza económica BRICS, que incluye también a Brasil y Sudáfrica, hay que sumar las relaciones cada vez más íntimas con la citada Corea del Norte, que nutre desde hace dos años a Rusia con drones y municiones en su guerra contra Ucrania. Algo parecido sucede con Irán, país con el que el Kremlin tiene una alianza militar que se ha certificado con el envío reciente de más de 200 misiles de corta y media distancia, algo que el director de la CIA, William Burns, calificó de "dramática escalada".
Ahora bien, todo esto no le basta a Putin. Sabe que necesita más aliados en el contexto geopolítico y de ahí que haya mandado a su ministro de asuntos exteriores, Sergei Lavrov, a Arabia Saudí, a reunirse con el príncipe Mohammad Bin Salman para estrechar lazos. Rusia parece querer extender esta entente a los países del Golfo Pérsico, aunque, como veremos, este acercamiento tiene sus complicaciones a la hora de formar un frente común contra Occidente.
Los enemigos: Israel, EEUU… y el ISIS
El principal problema que tiene la Eurasia soñada por Putin es que no tienen orígenes ni objetivos comunes. Más allá de la convergencia puntual de intereses, Putin, exalcalde de San Petersburgo y formado en el espionaje en la República Democrática de Alemania, tendrá que retorcer la narrativa al máximo para convencer a sus interlocutores musulmanes de que Rusia no es Europa y de que su tradición religiosa no es la del cristianismo ortodoxo.
También tendrá que explicar el trato que ha dado durante siglos a sus vecinos de las repúblicas caucásicas de mayoría musulmana, a los que Rusia siempre ha considerado ciudadanos de segunda, a diferencia de la mayoría eslava.
Asimismo, tendrá complicado convencer a Arabia Saudí y a los países del Golfo Pérsico de las bondades del régimen de los ayatolás, con los que llevan enfrentados desde la Revolución de 1979, con sus altos y sus bajos. Arabia Saudí, cuna del sunismo, e Irán, defensora de la versión chií del Corán, pretenden ambos influir sobre el resto de países musulmanes y tal vez sus únicos puntos en común sean el odio a Israel, el recelo de Estados Unidos… y la lucha contra el Estado Islámico, que siempre ha afirmado su voluntad de extender el Califato para incluir a todos los países musulmanes.
Hasta ahora, Rusia ha compartido con ellos la misión antiterrorista —el atentado en el Crocus City Hall hace unos meses demuestra que la amenaza sigue vigente— y, por supuesto, la ambigüedad respecto a Estados Unidos. Es cierto que tanto Arabia Saudí como Qatar, Bahrein, Jordania o Egipto son países con excelentes relaciones con los americanos, pero dichas relaciones se basan en un interés común: protección frente a Irán y mediación con Israel. Si Rusia pudiera ofrecer lo mismo, piensan en Moscú, tal vez podrían convencerles para cambiar de bando.
¿Dónde queda Israel en todo esto?
Aquí surgiría un nuevo conflicto, que se lleva fraguando casi un año. Cuando Rusia invadió Ucrania, Benjamin Netanyahu se puso de perfil y prefirió no apoyar militarmente al régimen de Volodimir Zelenski pese a las presiones de sus aliados occidentales. ¿Cómo premió Putin esta extraña fidelidad? Con el desprecio más absoluto cuando Israel sufrió el salvaje ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023.
Pocas dudas caben con el paso del tiempo de que Rusia no quería molestar a Irán y que lo considera un aliado mucho más prioritario que el estado hebreo. Ahora bien, es un cálculo peligroso: Israel es la única potencia nuclear de la zona y posee uno de los mejores servicios de inteligencia del mundo, que ha colaborado en numerosas ocasiones con Rusia para detener amenazas terroristas.
A Rusia le vendría bien tener a Israel como amigo y no como enemigo y la verdad es que extraña la hostilidad con la que se ha desenvuelto en estos once meses. ¿Intenta ganarse así al mundo árabe? Todo apunta a que sí.
Lo que nos lleva al punto clave: puesto que lo que cuenta es el enemigo y no el objetivo común, es decir, puesto que esto no es la reedición del Pacto de Varsovia, donde uno mandaba y los demás obedecían, ¿qué amenaza concreta representan estas alianzas para Occidente? La respuesta depende del interés que pongamos en mantener nuestra hegemonía mundial, tanto Europa como, sobre todo, Estados Unidos, algo que puede empeorar drásticamente si Donald Trump llega al poder.
Trump, admirador confeso de Putin, ya ha declarado públicamente su intención de "dejar que haga lo que quiera en Europa" si los países de la OTAN no aportan económicamente lo que él considera justo. Lo curioso es que Trump, además de rusófilo, es iranófobo: él mismo ordenó el asesinato del general iraní Soleimani en las postrimerías de su mandato, algo que Teherán no olvida.
Taiwán, Corea del Sur, los bálticos…
En lontananza, aparecen conflictos en los que estos países pueden ayudarse entre sí, no ya en su defensa, sino en su voluntad imperialista. Así, Corea del Norte parece cada día más cerca de intentar un ataque sobre Corea del Sur. Irán, a través de sus milicias, no deja de hostigar a Israel y el enfrentamiento directo estuvo sobre la mesa hace apenas unas semanas. Rusia tiene que lidiar con una guerra en Ucrania a la que podría seguir otra contra las Repúblicas Bálticas y la OTAN. Por último, China tiene en mente una reunificación por la fuerza con Taiwán a partir del próximo 2025.
Ninguno de estos países, como se está demostrando en la propia guerra de Ucrania, tiene capacidad por sí mismo para subvertir el orden internacional. Cada una de estas acciones, en principio y con la incógnita Trump de por medio, sería contestada por Estados Unidos y por la OTAN…
Ahora bien, si detrás de cada intento de invasión no hay un solo país con un solo ejército, sino una coalición, la cosa se complicaría. En eso están China y Rusia y tal vez la ofensiva sobre Ucrania haya de considerarse solo como un ensayo general que ha salido tan mal que evidencia la necesidad de medidas alternativas.
Si Occidente sigue preguntándose qué quiere ser y qué límites quiere trazar, sus enemigos se vendrán arriba. La democracia liberal tiene menos recursos de fuerza y más autoimposiciones que el autoritarismo. Por otro lado, también tiene más atractivos que ofrecer. Europa y EEUU ya dejaron que Rusia y China se hicieran con el control de prácticamente toda África y buena parte de Asia. No pueden arriesgarse a cometer el mismo error con los países árabes. Las consecuencias serían nefastas para todos.