Para entrevistar al padre Amorth no servía la improvisación. Si uno no tenía el gusto de conocerlo, era necesario presentarse en la residencia romana de la Sociedad de San Paolo en la que pasaba sus últimos días, hablar con el conserje, que éste le llamara a su habitación y te pasaran el teléfono. Al ser la primera vez y sin contacto físico, su voz al otro lado de la línea infundía aún más respeto. Te daba cita para dos meses más tarde y se despedía con una bendición.
Pasado ese tiempo, llegar allí con paso firme ya era más factible. Aunque esta vez había que traspasar el umbral y llegar hasta su habitación. Ni el camino era oscuro ni había que descender a ninguna parte. Su cuarto estaba en un edificio luminoso, como de pasillo de hospital; y su puerta, abierta.
Allí esperaba el sacerdote, enredando entre sus papeles. Con una estampita del supuesto rostro de Cristo reflejado en la Sábana Santa, imágenes de la Virgen, algunos de sus santos preferidos, sus medicamentos y vestido en mangas de camisa. Ni cedía ante la petición de presenciar un exorcismo ni estaba siquiera por la labor de mostrar sus útiles de trabajo. Estaba mayor y algo achacoso, aunque se apresuraba a ponerse la sotana antes de que tomaran imágenes de él.
Sacó su calendario para mostrar a este periodista que seguía siendo el más grande, que si la cita se había postergado durante tanto tiempo se debía a que atendía a varios endemoniados a diario.
Hacía poco que Gabriele Amorth había cumplido los 90 años, uno menos de los que tenía cuando falleció el pasado viernes en un hospital de Roma tras una complicación pulmonar. Arrastraba tras de sí una vida en la que recibió una medalla al valor militar tras formar parte de las brigadas partisanas durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en lugarteniente de Giulio Andreotti en el movimiento juvenil de la Democracia Cristiana y fundó la Asociación Internacional de Exorcistas ya en 1990.
En 1985 fue reconocido por el Vaticano como exorcista oficial de la diócesis de Roma, cuyo obispo es el Papa. Y desde entonces no debió tener tiempo para mucho más, porque según sus palabras realizó más de 70.000 intervenciones para expulsar al Malvado de cuerpos ajenos.
Una mujer vomitó cadenas de hierro, llaves, muñecos de plástico…Si la hubieras examinado antes del exorcismo con rayos X, no le hubieras detectado esos objetos
El padre Amorth conservaba ese tono quedo por el que parecía poder iniciar el rito en cualquier momento, aunque su conversación era agradable. Ni siquiera hacía falta preguntarle demasiado, decía que la cabeza le seguía funcionando y se lanzaba él mismo a explicar los casos más inverosímiles a los que había asistido.
Entonaba que en una ocasión una mujer comenzó a vomitarle “cadenas de hierro, llaves, muñecos de plástico…”. “Pero es que si la hubieras analizado previamente con rayos X, no le habrías detectado esos objetos se iban reproduciendo a medida que yo me dirigía al demonio que tenía dentro”, puntualizaba en unas declaraciones publicadas en el diario peruano El Comercio.
Recordaba también los poderes de un hombre que terminó levitando para escapar de varias personas que intentaban amainar su rabia. O el de otro que se escapaba del agua bendita y las llamadas del Señor reptando como una serpiente. Los insultos, estigmas o el uso de lenguas muertas ni los mencionaba, eran práctica habitual.
Es una cosa estupenda el exorcismo, una oración emocionante en la que yo me enfrento al Mal
Pero, padre Amorth, ¿usted no ha pasado miedo?, era la pregunta obligada. Y entonces sacó una copia de uno de sus muchos libros. "Él es quien atemoriza al demonio", rezaba el título de éste, con fotografía de nuestro protagonista provisto de un crucifijo en la portada. “Es una cosa estupenda el exorcismo, una oración emocionante en la que yo me enfrento al Mal”, afirmaba. Temor ninguno, porque se consideraba “demasiado fuerte” al estar “protegido por la Virgen”.
Decía haber atendido desde dolores insoportables hasta problemillas laborales ante la ausencia repentina de clientes en un negocio. Todos ellos, infundados por Satanás, ya fuera en forma de maleficio, infestación maléfica o posesión. Estos últimos son los casos más reducidos, pero ante los que el padre Amorth se sentía más poderoso.
“El más común era Asmodeo, que ya aparece en la Biblia”, apuntaba. ¿Pero es que hay diferentes especies, hay más de un demonio?, como pregunta ingenua. Y él recogía aire en el pecho para recitar con voz rotunda la afirmación de uno de los diablos con los que él se comunicó. “Somos tantos que si fuéramos visibles, taparíamos el sol”, pronunciaba Amorth, parafraseando a un maligno anónimo.
El aborto, el divorcio, la homosexualidad, la música... los carga el diablo
Ya había contado sus vivencias al menos en una decena de libros. Memorias de un exorcista (2010) o El último exorcista: mi batalla contra Satanás (2012) fueron algunos de los más celebrados. Había afirmado también en otros foros que Satanás estaba presente en el autodenominado Estado Islámico, que los gais tampoco habían resistido a su influjo y que ni siquiera Harry Potter escapaba de la sospecha.
Seguramente por estas afirmaciones, estaba tan solicitado por los periodistas. Y de repente soltaba de sopetón que “el aborto, el divorcio o la homosexualidad” los carga el diablo, por escapar a la lógica de Dios. ¿Y la televisión? “Ay, la televisión, está llena de programas que incitan a la violencia y productos pornográficos”, suspiraba. ¿También la música? “Ya sabe que si pone algunos discos de música rock al revés se escuchan mensajes diabólicos”. Efectivamente, también la música.
El demonio también está en el Vaticano
Cualquiera diría que de tanto vis a vis, al padre Amorth se le aparecía Lucifer por todas partes. Y eso le costó algún desencuentro incluso con algún cardenal incrédulo, al que le espetó que leyera el Evangelio para comprobar si el diablo existe realmente o no. “El demonio también está en el Vaticano”, decía. También. Porque el problema según el exorcista es que a “muchos se les ha olvidado que quien sugiere el mal siempre es el diablo”.
El padre Amorth se convirtió en ‘El exorcista del Vaticano’ con Juan Pablo II, mantuvo una mayor distancia intelectual con Benedicto XVI y se mostraba feliz con las constantes referencias al demonio de Francisco, quien -sin ir más lejos- este mismo martes le culpó de estar detrás de todas las guerras. El religioso de la compañía de los paolinos se sentía tranquilo porque el pontífice argentino había devuelto a la primera plana la lucha contra Satanás, a la que él dedicó su vida. Aunque quizás Francisco, quien ha mostrado una actitud notablemente más tolerante con los homosexuales, maneja una lista distinta de víctimas a las que ataca.
Al funeral celebrado este pasado lunes en el Santuario Santa María de los Apóstoles de Roma acudieron cientos de personas, entre ellos muchos desesperados a los que atendió. El obispo auxiliar de Roma, monseñor Paolo Lojudice, ofició la misa. Pero desde el Vaticano, con el que el sacerdote apenas tenía contacto ya en sus últimos años, no llegó ninguna nota oficial de condolencia.
“El hombre debe luchar contra el demonio, pero siempre se va a ver tentando por él. El diablo llegará hasta el final de los días”, reflexionaba el padre Amorth, antes de cerrar la conversación con un “gracias, que el señor te bendiga”. Hacía el gesto de la cruz y proseguía: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén”.
Era la fórmula de la que no se libraba ninguno de sus interlocutores. Lo repetía ante sus fieles y ante las cámaras. De poco servía ya que se le preguntara por cualquier otra cuestión divina o terrenal, porque el padre había dado por cerrada su liturgia y debía encargarse de su imperdonable misa diaria. “Fuera”, decía. Y se marchaba sin preocuparse de que se hubiera despejado o no su habitación. Tenía 91 años al morir. Era un hombre pintoresco, de ideas firmes, pero simpático, ante todo.